Autor: Guillermo Cánovas
Fuente: kidsandteensonline.com
Mamá: no puedo parar los pensamientos que me llegan a
la cabeza. Una amiga me comentó hace unos días que su hija, de apenas cinco
años de edad, le había sorprendido con este comentario mientras la llevaba a un
cumpleaños. Sentada en su sillita, en los asientos traseros del coche, la
pequeña se mostraba agobiada y desconcertada. No es la primera madre que me
comenta algo parecido, pero en este caso resulta especialmente significativo el
hecho de que la niña considerara que los pensamientos le llegaban de fuera..
No se trata del argumento de una película de ficción,
al estilo de La invasión de los ultracuerpos, ni tampoco es consecuencia en
este caso de alguna enfermedad mental, o una situación puntual y pasajera. Tras
descartar todo lo descartable con el psicólogo, la conclusión no se hizo
esperar: se trata sin duda de otra niña más alcanzada por lo que denominamos
sobreestimulación. En 1997, hace ya dieciocho años, publiqué un libro sobre el
consumo de drogas de síntesis entre los adolescentes, en el que hacía
referencia exactamente a esta situación. Sin lugar a dudas nos encontramos ante
la generación más sobreestimulada de toda la historia de la Humanidad. Hasta
hace apenas 50 años los estímulos que recibíamos del exterior eran muy
limitados y moderados en relación a los que recibimos hoy en día. Se trataba
fundamentalmente de estímulos procedentes de nuestro entorno inmediato,
familia, amigos, y las pocas horas a la semana que podíamos pasar viendo un
canal de televisión en blanco y negro, o escuchando algún programa de radio.
Hoy, cualquier niño de diez años de nuestro entorno,
ha recibido muchísima más información que cualquier otro homo sapiens de los
que han pasado por aquí en los últimos 40.000 años. Ha visto imágenes de
tiranosaurios corriendo por un bosque, cuando hasta hace un siglo ni tan
siquiera sabíamos de su existencia. Imágenes de peces abisales, animales e
insectos de cualquier punto de la tierra, vídeos grabados en la superficie de
Marte por un robot, secuencias reales sobre el corazón bombeando sangre o
linfocitos haciendo su trabajo en nuestro sistema inmunológico. Cosas con las
que ningún sabio de la antigüedad se atrevió a soñar, y un volumen de
información muy difícil de manejar. Estímulos dirigidos a todos sus sentidos:
sintetizadores, sonidos y ritmos nunca antes escuchados, alimentos procedentes
de los cinco continentes, chicles que los primeros minutos saben a maracuyá y
después a frutos silvestres del bosque australiano… ¿Se han parado a contar los
tipos de cereales que hay en las estanterías de los supermercados? ¿Y los
yogures?
Pero estos niños no reciben sólo los estímulos de su
entorno habitual, sino que en muchas ocasiones nos empeñamos en
"enriquecerlo” y llenar absolutamente todo su tiempo con más actividades.
Un tiempo libre absolutamente copado, que se combina con histriónicas series de
dibujos animados, estridentes partidas de videojuegos en 3D y todo tipo de
aplicaciones para llenar sus móviles, tabletas y cabezas.
Hace ya unos años que distintos expertos, como los del
grupo de investigación sobre Neuroplasticidad y Aprendizaje de la Universidad
de Granada (UGR), advirtieron sobre cómo la estimulación temprana podía influir
en el proceso de aprendizaje. La psicobióloga Milagros Gallo, señalaba que:
"El entrenamiento en tareas demasiado complejas, antes de que el sistema
esté preparado para llevarlas a cabo, puede producir deficiencias permanentes
en la capacidad de aprendizaje a lo largo de la vida”.
El problema de la sobreestimulación es que, al igual
que hacen las drogas de síntesis, provoca lo que denominamos "tolerancia”.
Es decir, el organismo se acostumbra a recibir con regularidad su dosis de
estímulos, hasta que llega un momento en el que tal dosis no le satisface. ¿Qué
hace entonces? Pues muy sencillo: buscar una dosis mayor. Los niños que viven
este efecto se hacen cada vez menos sensibles a los estímulos del entorno, y
necesitan cada vez más. Se vuelven hiperactivos, o se muestran desmotivados
mientras su imaginación y creatividad se van mermando. Les cuesta centrarse
mucho tiempo en una misma actividad, y sienten que sus pensamientos se
atropellan los unos a los otros.
NECESITAMOS EL ABURRIMIENTO
Puede parecer algo paradójico, pero necesitamos más
que nunca que los niños y niñas tengan tiempo para aburrirse. Necesitamos que
tengan tiempo todos los días para llevar a cabo actividades que no estén
previamente estructuradas, organizadas y controladas por normas rígidas y
preestablecidas. Es preciso que tengan la oportunidad de crear sus propias
estructuras, normas y parámetros. Creo que los adultos que no son capaces de
innovar, de adaptarse, cambiar o evolucionar y aportar algo a la vida de
quienes les rodean, son con frecuencia niños privados de la posibilidad de
crear y experimentar. Es necesario tener la posibilidad de explorar, y también
la posibilidad de equivocarse.
Definiría el aburrimiento como la ausencia de
motivación que incite a la acción física o mental. Así pues, si un niño se
aburre y desea actuar tendrá que terminar encontrando o creando sus propias
motivaciones. Tendrá en definitiva que automotivarse. Y no les quepa duda de
que lo hará. Un niño o una niña en un parque, con un palito, arena y un par de
piedras creará todo un mundo. Sentado frente a una mesa y con una caja llena de
pinzas de tender la ropa, organizará una carrera de coches, desarrollará una
batalla o realizará algún tipo de construcción. Una hoja en blanco, un lápiz y
varios rotuladores darán lugar a todo tipo de creaciones…
Los niños y niñas de hoy, más que nunca, necesitan
disponer de tiempo no estructurado y dirigido por sus mayores. La
sobreestimulación, la constante motivación externa y el encadenamiento continuo
de tareas y actividades programadas les saturan, agobian y ahogan su necesidad
de crear.
Resumiría mis principales recomendaciones en el
siguiente decálogo:
Procure que sus hijos/as dispongan con frecuencia de
tiempo no estructurado. ¡Verdadero tiempo libre!
Reduzca las actividades extraescolares al mínimo que
considere necesario. Priorice y tenga muy en cuenta aquellas que son iniciativa
de ellos mismos.
No se adelante a sus demandas, no queme etapas
demasiado pronto. Necesitan detenerse y paladear cada edad y cada etapa.
Respete su ritmo de maduración.
Interactúe y juegue con ellos si se lo piden, pero no
organice ni desarrolle las normas.
Controle el acceso a internet y las nuevas
tecnologías. No deben convertirse en prioritarias ni conformar su principal
forma de ocio. Establezca horarios.
Distancie el uso de ordenadores, tablets o teléfonos
móviles de la hora de irse a la cama. El sueño es fundamental, y el cerebro
necesita un tiempo para volver a la normalidad tras los estímulos recibidos
durante el empleo de estos aparatos.
Supervise las series de dibujos animados que ven.
Compruebe si es usted capaz de ver un capítulo y en qué estado se encuentra
después. Algunas generan un estado de ansiedad muy apreciable.
Sus hijos necesitan contacto con la naturaleza. El
ritmo que ésta establece actúa como un verdadero bálsamo. Necesitan tocar,
oler, sentir y experimentar en espacios abiertos y naturales.
Controle los ruidos innecesarios. Si alguien quiere
ver la tele en casa, escuchar música o discutir, los demás no tienen que
compartirlo necesariamente.
Preste toda la atención posible a sus comentarios,
preguntas y observaciones. Nada de lo que dicen es superficial, aunque en un
principio podamos no entender lo que están intentando decirnos.