Mario Caponnetto
InformadorPúblico,
marzo 9, 2014
¿Termina la “memoria
hemipléjica” en la Iglesia ?
Ha causado profunda
sorpresa, fuera y dentro de los medios católicos, el Discurso del Papa
Francisco, dirigido a los miembros de la Pontificia Comisión
para América Latina, pronunciado en Roma el pasado 28 de febrero. Hablando
acerca de los desafíos que enfrenta hoy la Iglesia en la misión de transmitir la Fe a los jóvenes, el Santo
Padre ha reconocido, expresamente, que en la Argentina , en los años
setenta muchos jóvenes provenientes de círculos y ámbitos católicos formaron en
los cuadros de la guerrilla. He aquí las palabras textuales del Papa: “Otra
cosa que es importante para la juventud, transmitir a la juventud, a los chicos
también, pero sobre todo a la juventud, es el buen manejo de la utopía.
Nosotros en América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no del todo
equilibrado de la utopía y que en algún lugar, en algunos lugares, no en todos,
en algún momento nos desbordó. Al menos en el caso de Argentina podemos decir
¡cuántos muchachos de la
Acción Católica , por una mala educación de la utopía,
terminaron en la guerrilla de los años setenta! “
Resulta ocioso
señalar la importancia de este reconocimiento, el primero que se hace
oficialmente en la Iglesia
y nada menos que por boca del Papa. La Jerarquía católica argentina (salvo excepciones)
ignoró siempre este hecho, pese a su enorme gravedad; la memoria histórica
eclesiástica, también ella afectada, al parecer, de cierta hemiplejía, nunca lo
registró. Pero, ahora, la palabra papal pone el tema sobre el tapete y va a ser
muy difícil seguir eludiéndolo. El Papa ha dicho lo suyo; y es bastante. Lo que
da ocasión a que se recuerden algunas cosas. Por ejemplo cuáles fueron las
causas de que tantos jóvenes católicos terminaran en las filas del terrorismo y
quienes los responsables de este hecho atroz.
Los hombres de mi
generación, la del Papa, conocen por experiencia directa, la respuesta. Lo han
vivido. En el clima de confusión y de agitación que signó los años
inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, se impuso en numerosos
círculos católicos una visión adulterada de la Fe. La Fe de Cristo fue
sustituida por la falsa utopía de la revolución comunista y el lugar de la
esperanza cristiana fue ocupado por la ilusión falaz del paraíso marxista.
La teología de la
liberación, primero, el tercermundismo, después, crecidos ambos al calor del
desbarajuste postconciliar, fueron los instrumentos ideológicos que
posibilitaron el pasaje de tantos jóvenes de las filas de la más acendrada
militancia católica a las huestes partisanas. Este trasiego de la Fe de Cristo a la herejía
tercermundista y liberacionista es la causa profunda del hecho hoy, finalmente,
reconocido por la más alta voz de la Iglesia. ¿Y a quienes hay que imputar la
responsabilidad de esta verdadera tragedia que tanto daño hizo a las almas y
contribuyó en gran medida a sumir a la Argentina en un baño de sangre?
En primer lugar, a
los Pastores que por acción u omisión, no cumplieron con el grave deber de
cuidar el rebaño a ellos confiados. Los que reaccionaron y se opusieron -tal,
entre otros, los casos de Monseñor Castellano, arzobispo de Córdoba (la rebelión
contra este santo obispo lo dirigió su auxiliar, Angelelli) y Monseñor Buteler,
arzobispo de Mendoza- fueron literalmente barridos de sus diócesis y
abandonados, duele decirlo pero es la verdad, por la Santa Sede. El único
obispo que logró resistir la marea tercermundista en su jurisdicción y ser
entendido por Roma, fue el arzobispo de Rosario, Monseñor Bolatti.
Cuando el Episcopado
reaccionó colectivamente ya era tarde y el mal había avanzado demasiado. Hubo,
también, felizmente muy pocos, pero los hubo, obispos que promovieron
expresamente la subversión, que la alentaron y a quienes les cabe una
responsabilidad mayor. Finalmente, hay que sumar a todos estos los numerosos
sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, catequistas y dirigentes laicos
que no solamente empujaron a los jóvenes a la guerrilla sino que ellos mismos,
en muchos casos, tomaron las armas. Esto hay que decirlo.
Pero no, como pueda
pensarse por una mera reivindicación de la verdad histórica (que es importante)
ni menos aún por una pobre justicia humana que ya no puede alcanzar a nadie.
No, hay que decirlo en razón de la
Fe , como una exigencia de la Fe. Porque lo que aquí
se juega es, precisamente, la
Fe. El mismo Papa, en el discurso que comentamos, lo dice:
“El futuro, ¿cuál es? Una obligación. La traditio fidei es también, traditio
spei y la tenemos que dar”. Es decir, transmitir la Fe y la Esperanza que vienen de
lo alto en lugar de hacernos cómplices de los mesianismos demasiado terrenos. Y
esto suena más católico que la utopía.