Infocatólica, 19.03.20
Estos días, la ciudad china
de Wuhan está en boca de todos. En ella surgió, no se sabe muy bien cómo, el
virus que ha sembrado el pánico por el resto del mundo y que, por primera vez, ha hecho que se suspenda
el culto católico público en multitud de diócesis de Europa y América y hasta
que se cierren las iglesias. Sin duda, una distinción suficiente para que
aparezca en los libros de historia de la Iglesia.
No es, sin embargo, la
primera vez que Wuhan aparece en un lugar destacado en la historia de la
Iglesia. Como señala Riposte Catholique, en Wuhan se ordenaron los primeros
obispos chinos “patrióticos”, es decir, los primeros que habían sustituido la
obediencia al Papa y a la Iglesia por el sometimiento al Partido Comunista
chino.
El 13 de abril de 1958, dos
franciscanos chinos, Bernardin Tong Guang-quing y Marc Yuan Wen-hua, fueron
consagrados obispos de la “Iglesia patriótica”. La Asociación Patriótica
Católica China había sido creada el año anterior por la Oficina de Asuntos
Religiosos del gobierno chino con el objetivo de domesticar el catolicismo y
convertirlo en un órgano más del omnipresente Partido Comunista, desgajándolo
de sus lazos con la Iglesia universal. La creación de este absurdo (un catolicismo
no católico) fue desencadenada por el reconocimiento por la Santa Sede de
Taiwán en 1951 y la consiguiente ruptura de relaciones diplomáticas por parte
de la China comunista en represalia.
El Partido Comunista también
creó asociaciones similares para protestantes (el Movimiento de las Tres
Autonomías o las Tres Independencias) y musulmanes (la Asociación Islámica de
China). Aunque las relaciones de estas dos religiones con un Partido
oficialmente ateo son complejas, en general los problemas han sido mucho
menores que en el caso de los católicos, ya que tanto protestantes como
musulmanes no tienen una autoridad central, como sucede en el Catolicismo, y a
lo largo de la historia se han visto frecuentemente subordinados al poder
civil.
Los dos obispos ordenados en
Wuhan sin permiso del Vaticano y sus consagrantes quedaron excomulgados latae
sententiae. Tres meses después, el Papa Pío XII escribió una encíclica, Ad
Apostolorum principis, en la que recordaba cómo había florecido la Iglesia en
China y lamentaba que la Asociación Patriótica “arranca a las almas de la
necesaria unidad de la Iglesia”, con el objeto de que “los Católicos den
progresivamente su adhesión a las falsedades del materialismo ateo, con las
cuales se niega a Dios y se rechazan todos los principios sobrenaturales”.
Asimismo, calificó las ordenaciones realizadas de “sacrílegas”, “abusivas”,
“gravemente ilícitas” y “pecaminosas” y recordó que su efecto era la excomunión
para los consagrados y los consagrantes.
Otros muchos obispos de la
“Iglesia patriótica” siguieron a aquellos dos en la ordenación y en la
excomunión latae sententiae. Esto creó, de facto, dos catolicismos en China,
uno cismático, que seguía a los obispos consagrados ilícitamente, y otro fiel
al Papa y a la Iglesia Católica, que tuvo que permanecer más o menos oculto y
que consagraba sus obispos secretamente con mandato pontificio, la Iglesia
china de las catacumbas. La vida de esta última, como es fácil imaginar,
rápidamente se hizo muy dura y el gobierno utilizó todo tipo de herramientas,
desde los “campos de reeducación”, a los arrestos y condenas, para acabar con
ella. Son numerosísimos los mártires y confesores chinos, reconocidos
oficialmente o no, que ha dado el catolicismo en China desde la implantación
del comunismo.
Solo en los territorios
chinos de Hong Kong y Macao la Iglesia permaneció libre de la intromisión del
Partido Comunista, ya que en aquella época no pertenecían a China, sino al
Reino Unido y a Portugal, e incluso después de la devolución a China conservaron
una organización política separada.
Sin embargo, un par de
décadas después del cisma, numerosos obispos patrióticos comenzaron a buscar
canales discretos de contacto con Roma para transmitir al Vaticano sus deseos
de estar en comunión con el Papa. En muchos casos, desde mediados de los
ochenta, esos obispos fueron reconocidos a posteriori por el Papa y pasaron a
ser considerados obispos católicos legítimos, reconciliados con Roma.
Esto complicó mucho la
situación, porque esos nuevos obispos cuya situación se había regularizado
seguían perteneciendo a la Asociación patriótica y, por lo tanto, dependían del
Partido Comunista (aunque es de suponer que al menos tenían la intención de
obedecer al Papa por encima de las indicaciones del Partido). A la vez, seguían
existiendo los obispos de la Iglesia clandestina y también otros obispos
patrióticos en cisma, que no habían buscado reconciliarse con Roma. Las
fronteras entre los católicos cismáticos y los católicos fieles a Roma se
hicieron menos claras, ya que, de forma indirecta, se había hecho posible
formar parte de la Asociación Patriótica y estar en comunión con el Papa.
En cuanto a los fieles, el
Vaticano reconoció que podían asistir a las celebraciones de los obispos y
sacerdotes patrióticos, porque sus sacramentos eran válidos, siempre que no
deseasen con ello separarse de la obediencia debida al Papa. Eso hizo aún más
borrosas las fronteras entre la Iglesia clandestina y la patriótica. Muchos
fieles clandestinos se negaban a tener nada que ver con los clérigos sometidos
al Partido Comunista, pero otros se resignaban a recibir de ellos los
sacramentos si no podían conseguirlos de otro modo.
Esta nueva situación, unida
a los grandes cambios económicos y pequeños cambios políticos que iba
experimentando el comunismo chino desde los años ochenta, despertaron en el
Vaticano las esperanzas de llegar a un acuerdo con las autoridades chinas. A
fin de cuentas, desde sus orígenes el catolicismo ha tenido un gran respeto por
la autoridad civil, aunque no sea católica (ya San Pablo llamaba a rezar por el
Emperador) y, en algunas épocas de la historia de la Iglesia, el poder civil ha
intervenido de diversas maneras en el nombramiento de obispos y otros clérigos.
El Papa Benedicto XVI, en su
carta a los católicos chinos de 2007, expresó esas esperanzas, pero también el
convencimiento de que, para llegar a un acuerdo, no era posible traicionar los
principios de la Iglesia Católica. El entendimiento con las autoridades chinas
no se podía lograr a cualquier precio, especialmente si ese precio era la
sumisión completa de los obispos al Partido Comunista en lugar de al Papa y a
la doctrina católica. Las autoridades chinas prohibieron la publicación de la
carta.
En el pontificado del Papa
actual se ha producido un claro acercamiento al gobierno chino, que puede
resumirse en las sorprendentes
afirmaciones de Mons. Sánchez-Sorondo de que los chinos eran los que “mejor
realizan la doctrina social de la Iglesia” y de que China estaba “defendiendo
la dignidad de la persona” y mantenía un “liderazgo moral” en cuanto al
seguimiento de la encíclica ecológica Laudato Si.
Como culminación de ese
acercamiento, el pasado 22 de septiembre de 2018, la Santa Sede y China
firmaron un acuerdo provisional, en el que se establecía un sistema de nombramiento
de obispos por el gobierno chino, pero dando al Papa la “última palabra” sobre
ese nombramiento. El Vaticano señaló que el acuerdo era “pastoral” y destinado
a permitir que hubiera obispos católicos en comunión con el Papa y reconocidos
por el Estado chino.
El contenido concreto del
acuerdo se ha mantenido en secreto, lo que impide valorar sus consecuencias y
ha suscitado considerables temores tanto entre los católicos de la Iglesia
clandestina como fuera de China, especialmente por el hecho de que se pidió a
varios obispos fieles al Papa, como Mons. Guo Xijin, que renunciaran a sus
puestos en favor de obispos anteriormente cismáticos. Para apaciguar esos
temores, el Papa Francisco envió una nueva carta a los católicos chinos el 26
de septiembre, en la que señalaba, entre otras cosas, que se levantaba la
excomunión a los últimos siete obispos cismáticos de la Asociación Patriótica y
se pedía a todos los católicos chinos que se mantuvieran unidos y superaran las
“contradicciones del pasado”. Para ello, debían dejarse “sorprender por la
fuerza renovadora de la gracia”, una exhortación característica del Papa
Francisco y que ya ha utilizado en numerosas ocasiones en relación con otras
reformas, como el cambio “pastoral” relativo a los divorciados en una nueva
unión.
Las reacciones ante el
anuncio del acuerdo y la carta papal han sido muy diversas. Para algunos, el
acuerdo secreto es un hito de esperanza que marca el fin de una época de
persecución del catolicismo en China y de división entre católicos fieles al
Papa y católicos patrióticos sometidos al Partido Comunista. Para otros, en
cambio, entre ellos el cardenal Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, el acuerdo
parece ser una rendición en toda regla ante un régimen ateo y una traición a
los numerosos mártires y confesores de la Iglesia clandestina. Las diferencias
sobre este tema han llevado a un cruce de cartas del cardenal Zen y el cardenal
Re, decano del Colegio Cardenalicio, con apasionadas acusaciones en ambas
direcciones.
De nuevo, debido al secretismo
del acuerdo, es imposible llegar a conclusiones claras sobre el mismo. Lo que
sí sabemos es que, desde su firma, las autoridades chinas han recrudecido sus
políticas de “sinización”, es decir, de adaptación del cristianismo a la
realidad de China, eliminando todo aquello que se considere una influencia
indebida del exterior.
Como parte de esa política,
se cierran cientos de iglesias que se niegan a convertirse en “patrióticas”, se
prohíben actos públicos, los obispos patrióticos deben defender la anticoncepción,
el aborto y la eutanasia, en algunas zonas se impide la presencia de jóvenes en
los actos religiosos e incluso se sustituyen imágenes religiosas en las
iglesias por fotografías del Presidente chino y lemas políticos. Asimismo, la
Asociación Patriótica ha reafirmado desde entonces su adhesión a los principios
del socialismo y su independencia de “otras iglesias católicas”. De hecho, el obispo Presidente de la Asociación,
Mons. Fang Xingyao, ahora en comunión con el Papa, ha llegado a afirmar que “el
amor por la patria debe superar el amor hacia la Iglesia". Según
informan varios medios, los clérigos clandestinos sufren presiones, arrestos y
expulsiones para convencerlos de que se hagan miembros de la Asociación
Patriótica, supuestamente porque eso es lo que manda el acuerdo, a pesar de
que, según el Vaticano, el acuerdo solo permite la pertenencia a esa
Asociación, pero en ningún caso obliga a ella.
A cambio, se han producido
algunos encuentros diplomáticos de alto nivel con China y se ha empezado a consagrar
obispos con mandato pontificio. Asimismo, se ha sugerido que podría estar
preparándose el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede
y la República Popular China e, incluso, la posibilidad de un futuro viaje del
Papa Francisco a China cuando se solucione la crisis por la epidemia actual, un
viejo sueño del Pontífice.
¿Será este el fin del cisma
que se produjo hace más de sesenta años en Wuhan? ¿Se producirán
simultáneamente las soluciones de ambas tragedias originadas en aquella región
de China? Solo el tiempo lo dirá.