La Prensa, 10.03.2020
POR JOSE GARCIA DOMINGUEZ
Yo ya no sé muy bien lo que
es hoy la izquierda, pero sé lo que ha sido durante toda la vida. La izquierda
era, sobre todo y por encima de todo, una voluntad, la voluntad de transformar
la sociedad en un sentido igualitario inspirado por el principio universal de
la ciudadanía.
Por eso, y también durante
toda la vida, para aquella izquierda de antes que los que militamos en ella no
sabemos reconocer hoy, una mujer, cualquier mujer, era, ante todo y sobre todo,
un ciudadano.
Un ciudadano cuyos derechos
sociales y civiles la izquierda tenía que defender, pero no por su contingente
singularidad de género sino por su fundamental condición de ciudadano.
De ahí que para aquella
izquierda tradicional, la ahora desaparecida en combate, los oprimidos siempre
fuesen concebidos como un todo único, no como el agregado de una inconexa
multiplicidad de identidades particulares y excluyentes cuyos intereses
resultasen ajenos entre sí. La Internacional, que era el himno de aquella
izquierda difunta, apelaba en su letra a un solo género, el género humano. Y no
por casualidad.
Y
es que para la izquierda que todavía era reconocible como izquierda, el pueblo,
o el sujeto revolucionario si se quiere desempolvar la retórica de cuando
antes, no era una suma más o menos algebraica y aleatoria de transexuales,
inmigrantes, lesbianas, jóvenes precarizados, gays, animalistas, veganos,
ecologistas, minorías étnicas y comunidades religiosas no occidentales
portadoras de distintos grados de alienación cultural, amén de una docena más de
agraviados varios.
Porque para la izquierda que
ya no es, el grupo a emancipar no podía concebirse como apenas una mera
coalición de particularismos diversos.
Pero aquella izquierda ya no
existe. Ahora, sea lo que sea la izquierda, su identificación entusiasta con la
variante heterofóbica del nuevo feminismo la ha empujado a repudiar su
principal seña de identidad histórica, el principio antes irrenunciable de la
igualdad, asociado de modo no menos irrenunciable a la idea clásica de
ciudadanía.
EN ESPAÑA
Degeneración que la
izquierda española que se llama alternativa ni siquiera fue capaz de concebir y
teorizar por sí misma. Bien al contrario, toda esa mercancía ideológica de la
que hoy hace bandera Podemos es un producto de importación elaborado en las universidades
norteamericanas.
El feminismo heterofóbico
viene de la misma factoría donde se fabricaron los cimientos doctrinales de la
corrección política y también los de su hermana gemela, la discriminación
positiva como práctica institucionalizada en todos los niveles del sector
público norteamericano, el ataque más directo y radical que nunca antes había
sufrido la meritocracia, teórico fundamento legitimador tanto de la economía de
mercado como de las democracias liberales.
Trump se explica, sí, por la
competencia económica desleal de China. Pero también se explica por eso, por el
abanico de arbitrarias distorsiones y conflictos de todo tipo que las políticas
de discriminación positiva, incluidas las de género, han provocado en el seno
de la sociedad norteamericana. En gran medida, Donald Trump es el fruto del
hartazgo de la mayoría silenciosa ante esa deriva que también incluye la guerra
de sexos. Un hartazgo que, y mucho más pronto que tarde, también atravesará el
Atlántico. En Vox ya lo han visto.
* Economista y sociólogo
español.
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