respecto a
los ancianos
P. Roberto Esteban Duque
Infocatólica, – 24/03/20
«La edad de los pacientes
tiene mucha importancia en la determinación de si está indicado hacer el
psicoanálisis. Por un lado, cerca o arriba de los 50, la elasticidad de los
procesos mentales, por regla, se pierde. Los ancianos no son más educables». Posturas
teóricas como la que manifiesta en este análisis Freud han pesado mucho en
confirmar los prejuicios sociales hacia la vejez.
El hecho mismo de la
institucionalización del adulto para que lo «cuiden» mejor, es decir, para que
no moleste, cuando no es absolutamente necesaria, proveniente de una mentalidad
cultural hedonista e individualista que identifica lo viejo con lo regresivo e
inútil, nos está llevando a una sociedad profundamente degradada y envilecida.
Incluso, como sostiene Omar França-Tarragó en su Manual de Psicoética, existe
una deficitaria formación universitaria en los futuros licenciados médicos o
psicólogos, a quienes la «ideología» pedagógica no prepara para asistir a los
ancianos, sin extrañar después que rehúyan de múltiples maneras enfrentar la
realidad para la que no han sido preparados.
Lo sucedido en varias
residencias de mayores, donde la Unidad Militar de Emergencias localizó
cadáveres de ancianos abandonados en sus camas, debe hacernos reflexionar sobre
el paradigma de sociedad que estamos dispuestos a construir. Margarita Robles,
ministra de Defensa, ha manifestado que «todo el peso de la ley caerá sobre
quienes no cumplan con sus obligaciones», cuando se sabe que el personal
sanitario ha desaparecido, dándose de baja, al detectarse el virus. Unas
palabras que no han gustado a José Manuel Ramírez, presidente de la Asociación
de Directoras y Gerentes en Servicios Sociales, considerándolas de
«desafortunadas» y «vergonzosas», reclamando que no se criminalice a los
trabajadores del sector.
El desafío ético que se le
presenta a la sociedad, salvado este escenario bélico, y a la medicina en
particular, respecto a los ancianos, es un desafío ideológico: la
responsabilidad de no reprimir cuanto nos recuerde la vejez, la enfermedad o la
muerte. Sólo con relación a esa represión se explica la marginación, el
abandono y la maleficencia que padecen tantos ancianos que tienen, según la
Declaración de Hong Kong de la Asociación Médica Mundial sobre el maltrato de
ancianos, «los mismos derechos a atención, bienestar y respeto que los demás
seres humanos». La Asociación Médica Mundial reconoce que es responsabilidad
del médico proteger los intereses físicos y psíquicos de los ancianos. Si se
confirma que existe maltrato o se considera una muerte sospechosa, está
obligado a «informar a las autoridades competentes», proporcionando una
evaluación por los daños producidos por el abuso o el abandono.
Pero también es un desafío
científico: las ciencias médicas están obligadas a investigar a fondo las distintas
posibilidades de incidir en el mayor bienestar de la persona mayor, para que
reciba la mejor atención posible sin claudicar ante la influencia de los
valores sociales dominantes. Que no seamos una cultura africana, donde la
ancianidad es un orgullo, no significa que aspiremos a ser una sociedad
occidental eutanásica donde, como mantenía Ciorán, «la idea de poder salir de
la vida es lo único que la hace soportable». No puede sorprender ni extrañar
que en estas sociedades la edad sea un factor de profunda discriminación.
Finalmente, el desafío es
ético, sensu stricto: el deber de la sociedad, cuando la persona mayor se
encuentra en un declive incompatible con su autonomía, después de haber ayudado
a conservar sus potencialidades de aportación a la comunidad humana, consistirá
en garantizar el cuidado y la protección de su integridad física y emocional,
eliminando cualquier género de maltrato. La asistencia digna de la persona
mayor está vinculada a este inmenso esfuerzo de protección del anciano en cualquier
ambiente. Si no se respeta la dignidad e integridad física del anciano, su
intimidad y derecho a decidir sobre sí mismo, una justa distribución de los
recursos, o el verse beneficiado por un tratamiento cuando lo necesita,
estaremos abocados a convertirnos en una sociedad reprobada por nuestros
descendientes después de haber sido parricida, de haber abandonado y maltratado
a los propios progenitores.