Miguel Espeche
Psicólogo y psicoterapeuta
LA NACION, 26 DE JUNIO DE 2017
Antaño decir que se "encargaba" un bebe era
una metáfora. Se la entendía como tal porque se daban por sentadas muchas cosas
en relación con eso de "traer hijos al mundo" como, por ejemplo, que
se trataba del proyecto de un matrimonio heterosexual, que la gestión del
"encargo" se iniciaba en el lecho conyugal y que no había terceros
mediando para que el vástago arribara, más allá, quizá, de algún médico que, si
existía alguna dificultad, ayudaba con su ciencia.
Esos presupuestos hacían que pareciera inocuo decir
que se "encargaba" la llegada de un nuevo integrante de la especie
humana. La metáfora del encargo no era más que una forma de evitar mencionar de
manera directa la sexualidad imprescindible para que la concepción fuera una
realidad.
Hoy, la literalidad ganó la partida y
"encargar" es eso: encargar, y de niños se trata. Sin eufemismos, se
encargan hijos a través de los más variados sistemas, que se suman a los
clásicos y mayoritarios vigentes.
Si bien su número no es aun significativo, merece
reflexión el hecho de que se publiciten embarazos de "famosas" a
través de fecundaciones artificialmente logradas y sin padre conocido a la vista,
o paternidades de hombres famosos que apelan a mujeres cuyos úteros son
"alquilados" con fines procreativos.
En muy corto tiempo en términos históricos, se dan a
conocer estilos de parentalidad que hablan de alquiler de vientres, parejas
homosexuales que ejercen la paternidad de diferentes modos, o personas solteras
que asumen paternidades (involucrando o no su biología) sin que exista (ni en
términos de deseo) la figura de la contraparte: el padre o la madre.
La relación sexual clásica no parece ser la única
manera de concebir hijos, si bien (al menos por ahora) la existencia de lo
masculino y lo femenino sigue siendo imprescindible para la generación de vida
humana. En tal sentido, la fecundidad surge en clave de encuentro de lo diverso
(biológicamente hablando). Las personas nacen de la unión de aquello que es
diferente y complementario. Acerca de eso, que se sepa, no hay demasiadas
dudas.
Es mucho lo que ayudan los nuevos avances científicos
a quienes tienen algún problema para concebir. Hay que agradecer esos avances
que permiten fecundidad allí donde la naturaleza puso obstáculos otrora
insalvables.
A la vez, existen aquellos que deciden no concebir a
través del método clásico, no por problemas de fecundidad, sino porque asumen
otro tipo de paradigma desde el cual anhelan tener un hijo. Allí es cuando
vemos que el hijo es siempre más que un hecho biológico, y que su persona está
constituida, también, por la trama psicológica que lo antecede y dentro de la
cual nace, y que incluye la humanidad de todos los participantes de la
cuestión, sin excepción.
Los mecanismos que la ciencia provee no pueden
prescindir de la humanidad del asunto. Se tiende en algunos casos a obviar el
hecho de que todo material humano es... humano. Espermatozoides o "vientres"
son elementos portadores de humanidad: tienen la genética de su generador, pero
también llevan en sí elementos psicológicos que hablan del entramado de la
concepción, de la historia y de los valores a partir de los cuales esos
donantes asumieron su función procreativa. Algo del orden del deseo de esos
donantes está puesto en juego, y considerar que son solo elementos físicos en
la ecuación es amputar la humanidad de los actores, negando lo evidente.
Los hechos parecen corroborar lo antedicho. No son pocos
los jóvenes, frutos de fecundación por donación, que, al saber cuál es su
origen biológico, sienten el deseo de conocer a esos donantes del
"material biológico" por el cual están constituidos, cuyos nombres
habitan en archivos de bancos quizás ya inexistentes.
Aquel donante no es un "algo", es
"alguien", sobre todo, para esos hijos, y es importante tener eso
presente para entender el significado que para los chicos tiene la trama que
posibilitó su concepción.
Eso no significa que esos hijos que buscan lo humano
que habita en ese aspecto de su concepción, duden o sientan que los padres que
los criaron no lo son en realidad. Es simplemente reconocer que los hijos (al
menos muchos de ellos) requieren completar su historia, porque la identidad es
más compleja de lo que parece, y que cuando se ocultan o "ningunean"
ciertas variables, las cosas pueden complicarse no tanto por el hecho ocultado,
sino por la actitud de ocultamiento en sí misma.
El caso tiene mucho de parecido a lo que ocurre con la
adopción, en la que el hecho de que haya existido una historia previa tiene
efectos, que serán negativos solamente si se los pretende negar.
Una variación de la cuestión es la asunción de la
maternidad por parte de mujeres que apelan a la fecundación por medios
artificiales, sin pareja parental ni deseo de tenerla. La idea que pareciera
desprenderse de este abordaje es que todo deseo es un derecho y que, como tal,
la posibilidad de desear y lograr un embarazo puede, sin costo, dejar de lado
el elemento vincular que siempre está presente en toda concepción. Son
embarazos que quieren prescindir del padre, al punto de que ese afán de
"abeja reina" va más allá de aquella "madre soltera" que
concibe a su hijo como fruto de una relación, quizá malograda o accidental,
pero relación al fin.
En ese plano, debemos recordar que hoy no existe, que
se sepa, la "inmaculada concepción" y, sorteando el tema religioso
del caso, el elemento humano del padre sigue estando, aunque se restrinja a una
donación anónima en algún laboratorio. Es una manera de decir que no hay padres
o madres que, para serlo, puedan obviar el otro elemento complementario que
abre las puertas a la fecundidad. Es una ilusión malsana y narcisista creer que
ese hijo es solo fruto de un deseo que se impone sobre lo real como el deseo de
un dios. De hecho, esa actitud significa la intención de abolir el vínculo con
lo diferente (ese padre siempre existente, por tenue que sea) y, se sabe, el
amor es aquello que nace de lo que va más allá de la hipnosis de la propia
imagen en el espejo.
Es importante educar para la valoración de la
diversidad. No se trata de tolerarla, sino de valorarla y honrarla. Lo es
porque, inclusive desde la biología, esa diversidad es lo que ha logrado la
fecundidad de nuestra especie, en un amplio sentido del término.
Las formas de las nuevas parentalidades podrán ser
complejas y hasta desconcertantes, pero para el caso vale La frase de San
Agustín: "ama y haz lo que quieras". Claro, habrá que ver a quién y
qué amar. Si el amor es generoso (¿qué genuino amor no lo es?), ofrecerá lo que
sea realmente necesario para aquel que recibe ese amor. Si el modelo de amor es
narcisista, lo que ocurrirá es que, disfrazado de paternidad o maternidad,
viajará el egoísmo, el que busca "completarse" antes que proveer a
una crianza generosa.
La paternidad debe ofrecer sostén y horizonte para ser
lograda. Sin esa ecuación, las cosas se complican. Por eso, con la forma que
tenga, los hijos deberán ser ofrecidos al mundo, no al ego de sus criadores.
"Ama y haz lo que quieras" es la frase clave, pero habrá que
desentrañar cuál es el amor genuino, separándolo de aquel que no lo es.