Anatoly Livry
El Manifiesto, 22 de junio de 2016
Islandia, esta isla situada entre Europa y América,
casi nunca es citada por los medios del Sistema. Algunos escandinavistas
atribuyen esta omertà periodística a la decisión islandesa, adoptada en
referéndum, de no reembolsar las deudas bancarias, a las que el pueblo islandés
antepuso casi por unanimidad el bienestar de la nación.
Los analistas del caso islandés se limitan a este
acontecimiento, apartándose seguidamente de esta tierra, y no sin razón. Porque
si quisieran escrutar honestamente a Islandia desde el punto de vista de un
filósofo, de un historiador, de un demógrafo o de un geopolítico, los
gobernantes de nuestro mundo se verían obligados… ¡a echar una bomba atómica
sobre esta isla! En efecto, toda su existencia es “criminal” a ojos de nuestras
religiones contemporáneas que preconizan el mestizaje forzoso de los pueblos
blancos.
Islandia es habitada por unas 350.000 personas, casi
el 99% de las cuales se consideran “parientes”. Islandia prohíbe la inmigración
de fuera de Escandinavia, lo cual significa una medida puramente racialista
respecto a los extranjeros que acoge: tienen que ser del mismo origen, cultura
y lengua que los autóctonos —lo cual no les impidió a los islandeses conceder
excepcionalmente el asilo político y la ciudadanía a un profeta askenazi
privado de su pasaporte estadounidense, Boby Fischer.
La inmunda Convención de
Ginebra de 1951 sobre los refugiados —convención totalmente inadaptada la
humanidad de después de la Guerra Fría— no rige, de facto, en tierras
islandesas: hay algunos “refugiados” que se encuentran temporalmente ahí, pero
son expulsados los más rápidamente posible.
La Iglesia luterana de Islandia no está separada del
Estado. Es más: se acepta oficialmente el arraigo espiritual y étnico, como lo
muestra la autorización, otorgada hace cuarenta y tres años a los sacerdotes
del panteón nórdico, de celebrar ritos de paso iniciático: nacimiento,
matrimonio y fallecimiento.
Islandia es, pues, actualmente el perfecto ejemplo de
cómo puede prosperar un pueblo nórdico que rechaza el mestizaje: es excepcional
entre los islandeses la proporción de poetas, músicos y artistas;
contrariamente a lo que sucede en las sociedades multiétnicas, casi no existen
ni el paro ni la criminalidad violenta; son casi inauditas en el mundo
occidental la belleza física y la resistencia psíquica de los islandeses.
Es precisamente gracias a esta solidez espiritual y a
este comportamiento de un pueblo que se considera como una gran familia por lo
que los islandeses han sabido resistir al terror financiero de oligarcas
alógenos, prefiriendo una disminución significativa del salario medio y
rechazando totalmente lo que los tiranos locos de la globalización llaman el
“crecimiento”.