Por MAIA SZALAVITZ
The New York Times, 1 julio 2016
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Aunque no coincidimos con la tesis expuesta, que contradice varios estudios científicos publicados en este blog, reproducimos el artículo pues sirve para alertar sobre la necesidad de un análisis serio.
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Me inyectaba heroína y cocaína cuando asistía a la
Universidad de Columbia en los años ochenta; algunos días lo hacía varias veces
y me dejé cicatrices que aún se pueden ver. Continué consumiendo, incluso
después de haber sido expulsada de la escuela, después de una sobredosis y de
haber sido arrestada por distribución.
Mis padres estaban abrumados: no podían entender qué
había pasado con su hija “talentosa” que siempre había sobresalido en la
escuela. Aún tenían la esperanza de que en algún momento dejaría las drogas,
aunque cada vez que trataba, recaía después de algunos meses.
En general, hay dos líneas de pensamiento sobre las
adicciones: la primera dice que mi cerebro estaba químicamente “secuestrado”
por las drogas, que me habían dejado sin control sobre una enfermedad crónica y
progresiva. La segunda dice que yo era simplemente una delincuente egoísta, a
quien no le importaban los demás, como la mayoría de la gente aún cree (cuando
el adicto es un ser querido, nos inclinamos por la primera explicación; cuando
no lo es, nos inclinamos por la segunda.)
Necesitamos una nueva perspectiva, porque nuestro
conocimiento sobre la neurociencia que subyace a la adicción ha cambiado y
porque todos los tratamientos existentes simplemente no funcionan.
La adicción sí es un problema cerebral, pero no es una
patología degenerativa como el Alzheimer o el cáncer, ni tampoco es evidencia
de una mente delictiva. Es más bien un problema de aprendizaje, una diferencia
en el modo en que el cerebro hace conexiones que afecta la manera como
procesamos la información sobre la motivación, la recompensa y el castigo.
Además, como muchos problemas de aprendizaje, el comportamiento adictivo se
moldea por influencia genética y el entorno durante el desarrollo.
Los científicos han estudiado la conexión entre los
procesos de aprendizaje y la adicción por décadas. Ahora, mediante
investigación con animales y estudios radiológicos, los neurocientíficos
lograron reconocer qué regiones cerebrales están relacionadas con la adicción y
de qué manera.
Los estudios muestran que la adicción altera la
interacción entre las regiones medias del cerebro como el tegumento ventral y
el núcleo accumbens, que están ligados con la motivación y el placer, así como
partes de la corteza prefrontal que ayudan a tomar decisiones y a establecer
prioridades. Estas redes determinan a qué le damos valor para poder asegurar
que logremos ciertas metas biológicas importantes, concretamente la supervivencia
y la reproducción.
Básicamente, la adicción ocurre cuando estos sistemas
cerebrales están enfocados en objetivos incorrectos: un comportamiento
drogadicto o de autodestrucción como apostar en exceso en lugar de enfocarse en
una nueva pareja o un bebé. Una vez que sucede, puede causar grandes problemas.
Si creciste, como yo, con un sistema nervioso
hipersensible que te hacía sentir constantemente abrumado, abandonado y no
amado, encontrar una sustancia que calme el estrés social se convierte en un
escape bendito. La heroína me daba una sensación de comodidad, seguridad y amor
que no podía obtener de ninguna persona (el agente clave de la adicción en
estas regiones es el mismo de muchas experiencias placenteras: la dopamina).
Una vez que experimenté el alivio que la heroína me daba, sentí como si no
pudiera sobrevivir sin ella.
Entender la adicción desde esta perspectiva de
desarrollo neurológico ofrece mucha esperanza. En primer lugar, como otros
problemas de aprendizaje, por ejemplo el trastorno de déficit de atención con
hiperactividad o la dislexia, la adicción no afecta la inteligencia en general.
En segundo lugar, esta visión sugiere que la adicción
distorsiona las decisiones, pero no elimina totalmente el libre albedrío:
después de todo, nadie se inyecta frente a la policía. Esto significa que los
adictos pueden aprender a tomar acciones que mejoren su salud, como utilizar
jeringas limpias, como lo hacía yo. Hay investigaciones que muestran que tales
programas no solo reducen el contagio de VIH, sino que también ayudan a la
rehabilitación.
La perspectiva del aprendizaje también explica cómo la
compulsión por el alcohol o las drogas puede ser tan fuerte y por qué la gente
adicta continúa aun cuando el daño sobrepasa por mucho el placer que obtiene y
por qué puede parecer que actúa irracionalmente: si crees que algo es
imprescindible para tu sobrevivencia, tus prioridades no tendrán sentido para
los demás.
El aprendizaje que nos lleva a sentir deseos como el
del amor y la reproducción es muy distinto al aprendizaje de hechos sin carga
emocional. A diferencia de solo memorizar las tablas de multiplicar, el
aprendizaje profundo y emocional altera completamente el modo en que decides
qué es lo que más te importa, por eso recuerdas mejor quién era tu amor
platónico en la secundaria que lo que aprendiste en esa época en matemáticas.
Reconocer que la adicción es un trastorno del
aprendizaje puede también ayudar a dar por terminada la discusión sobre si la
adicción debe ser tratada como una enfermedad progresiva, como afirman los
expertos, o como un problema moral, una creencia que se refleja en nuestra
continua criminalización de ciertas drogas.
Simplemente se aprendió un modo incorrecto de
sobrellevar los problemas.
Además, si la adicción se encuentra en las partes del
cerebro que están relacionadas con el amor, entonces la rehabilitación se
parece más a recuperarse de una ruptura amorosa que a encarar una enfermedad de
por vida. Curar un corazón roto es difícil y muchas veces se puede caer en
comportamientos obsesivos, pero no se trata de daño cerebral.
Así, las implicaciones para el tratamiento son
profundas. Si la adicción es como un amor no correspondido, entonces la
compasión es una aproximación mucho mejor que el castigo.
En 2007, después de analizar información general de
docenas de estudios a lo largo de cuatro décadas, se encontró que tratamientos
empáticos y de empoderamiento del paciente, tales como terapia cognitiva y
terapia motivacional, que alimentan la disposición interna a cambiar, funcionan
mucho mejor que las rehabilitaciones tradicionales para confrontar la negación
y en las que se les dice a los pacientes que no tienen ningún control sobre su
adicción.
Esto tiene sentido porque el circuito que en
condiciones normales nos conecta socialmente a unos con otros se ha canalizado
hacia la búsqueda de drogas. Entonces, para que nuestros cerebros vuelvan a la
normalidad necesitamos más amor, no más dolor.
De hecho, los estudios no han encontrado evidencia
favorable sobre los tratamientos severos y de castigo, como el encarcelamiento,
los tratamientos humillantes y las típicas “intervenciones” en las que las
familias amenazan con abandonar al adicto. La gente adicta ya está dispuesta a
pasar por experiencias negativas a causa de sus circuitos cerebrales, así que
más castigo no va a cambiar esto.
Las investigaciones también muestran que la mitad de
todas las adicciones —a excepción del tabaco— se acaba cuando cumplimos 30 años
de edad, y la mayoría de la gente con adicciones al alcohol y las drogas las
superan, casi siempre sin tratamiento. Dejé las drogas cuando tenía 23 años de
edad. Siempre pensé que las había dejado porque finalmente me había dado cuenta
de que mi adicción me estaba dañando.
Una vez que entendamos que la adicción no es un pecado
ni una enfermedad progresiva, sino que simplemente surge de una conexión
cerebral distinta, podremos dejar de insistir en estrategias que no funcionan y
comenzar a enseñar otro tipo de recuperación.
Así pues, si la compulsión que sustenta la adicción se
dirige hacia canales más saludables, este tipo de conexión cerebral puede ser
benéfico y no solo una desventaja. Después de todo, persistir a pesar del
rechazo no solo me llevó a la adicción, también ha sido indispensable para mi
sobrevivencia como escritora. La habilidad de persistir es un valor: la gente
con adicciones solo necesita aprender cómo redirigirla.