Sandro
MAGISTER, periodista
catolicos-on-line,
5-12-15
Misericordia
para todos menos para la Iglesia jerárquica, demasiado cerrada y retrasada para
merecer el perdón del Papa. Pero mientras tanto estallan dos casos judiciales
de resultado incierto: el proceso contra Vallejo Balda y Chaouqui y el
encontronazo con el tribunal supremo de Chile.
Con el
jubileo inaugurado el pasado domingo en el corazón del África profunda, el Papa
Francisco ha doblegado un instrumento de antigua devoción a un diseño
totalmente suyo y nuevo.
Los
jubileos no tienen buena fama. Fue precisamente el mercado de las indulgencias
el que escandalizó a Lutero; sin embargo, el Papa las ha vuelto a poner en auge
para los vivos y los difuntos, como descuento de las penas del purgatorio.
Nadie puede acusarlo, por consiguiente, de abandonar la tradición.
Pero
una cosa es la forma y otra la sustancia. Porque de esa tradición Francisco ha
mantenido en vida sólo una cosa: el perdón. Un perdón que es para todos los que
pasan por la puerta santa, se confiesan y comulgan. Lo que sucede es que las
puertas santas están en todas partes. También la puerta de la celda de una
cárcel puede convertirse en una, -ha dicho el Papa-, en cuanto se pide
misericordia a Dios.
Por lo
tanto, el jubileo es la fiesta del pueblo inmenso de los pecadores perdonados.
Es este pueblo el verdadero protagonista del año santo de Jorge Mario
Bergoglio, no la jerarquía que, desde arriba, administra y dispensa
indulgencia.
Porque
con este Papa es más bien la jerarquía la que acaba, en primer lugar, en el
banquillo de los acusados. Una jerarquía llena de corazones endurecidos,
sin misericordia, incapaces de poner un
plato en su mesa a los divorciados que se han vuelto a casar. Esto es lo que
Francisco ha reprochado a los obispos que tenía delante cuando clausuró el
sínodo sobre la familia del pasado mes de octubre y criticó a “los corazones
cerrados que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la
Iglesia”.
Como
Papa él es el jefe de esta jerarquía, pero cuando recurre al pueblo para
machacar a los obispos y cardenales se despoja de su papel institucional y se
viste con el hábito del jefe carismático y purificador.
Que la
inocencia es connatural al pueblo es el dogma del populismo, al que el
argentino Bergoglio es muy sensible. Lo ha predicado también en Nairobi cuando
ha dicho que en el pueblo de las periferias habita una sabiduría superior. Este
es el secreto de su popularidad, que la impopularidad de la Iglesia jerárquica
no disminuye, sino al contrario, aumenta.
Francisco
ha apelado a la multitud, arrancando los aplausos en la plaza de San
Pedro, también para arremeter contra el
"robo" -palabra suya- de los documentos secretos sobre las
operaciones delictivas de la curia vaticana, para las que ha hilvanado, la
vigilia del jubileo, un proceso que no brilla ni por contrición, ni por prudencia,
ni por misericordia.
Por
contrición por el hecho de que fue él, el Papa, quien promovió a inspectores y
médicos de las finanzas de la curia a los dos mayores imputados del latrocinio,
monseñor Lucio Ángel Vallejo Balda y Francesca Immacolata Chaouqui, a pesar de
que la secretaría de Estado le advirtió de la clara falta de fiabilidad de
ambos.
Por
prudencia, por haber querido arrastrar al banquillo de los imputados también a
los dos periodistas italianos autores de las publicaciones, en una extraña
nueva puesta en escena del índice de los libros prohibidos.
Y aún
menos por misericordia, vistas las páginas escabrosas, filtradas por las actas
de la instrucción, que han expuesto al
escarnio público no sólo al monseñor y a la señora, muy activos en dañarse a sí
mismos, sino también a desafortunadas parientes de ella, del todo ajenas a los hechos.
Bergoglio
recurre al pueblo del jubileo contra las jerarquías también para otra empresa
purificadora, la de los abusos sexuales del clero a menores. Dice de sí mismo
que es inflexible con los obispos que encubren dichas fechorías y a algunos,
efectivamente, los ha despedido. Pero al mismo tiempo se muestra misericordioso
en exceso con un cardenal, gran elector suyo en el cónclave, el belga Godfried
Danneels, que en 2010 intentó ocultar los abusos sexuales del entonces obispo
de Brujas, Roger Wangheluwe, de los que fue víctima un joven sobrino del propio
obispo. El escándalo fue público, pero no resulta que afectara al Papa
Francisco el cual, más bien al contrario, ha puesto dos veces a Danneels en
cabeza de la lista de los padres sinodales que él ha nombrado personalmente,
señal de gran estima, y ha promovido como nuevo arzobispo de Bruselas precisamente
al pupilo del cardenal.
Es
incluso más clamoroso el caso del obispo chileno Juan de la Cruz Barros Madrid,
que Francisco ha promovido a la diócesis de Osorno a pesar de que tres víctimas
lo acusan judicialmente de complicidad con su abusador, el sacerdote Fernando
Karadima, durante muchos años una reverenciada celebridad de la Iglesia
chilena, pero condenado al final a "oración y penitencia" por la propia
Santa Sede por sus comprobados abusos sexuales.
En un
desahogo que ha pasado a ser público, Bergoglio ha dicho que está más que
seguro de la inocencia del obispo y ha acusado a los políticos de izquierdas de
haber "montado" la protesta. Con el resultado de que el 13 de
noviembre el tribunal supremo de Chile, inmisericorde, ha pedido oficialmente a
la Santa Sede que muestre las pruebas: