Juan Carlos
GARCÍA DE POLAVIEJA, escritor
catolicos-on-line, 16-12-15
Quien dirige la historia, por encima de los poderes
sumisos a Satanás y de los falsos católicos que les sirven, es Dios. Su
Trinidad Sacrosanta se vale incluso de las debilidades humanas y, respetando el
libre albedrío, saca provecho de todo para la salvación de las almas.
Dios, en vísperas de su justicia, prolonga un poco más
su paciencia, y abre sus brazos para recoger a cuantos rezagados todavía sea
posible. Ciertamente, algunos pastores predican una misericordia connivente con
el mundo que los cristianos no debemos amar (Cfr.1 Jn 2, 15): la misericordia
de la necedad. De ella dice Zacarías “que no hace caso de la oveja perdida ni
busca a la extraviada” (Cfr. Za 11, 16) es decir, anuncian a las ovejas un
perdón sin necesidad de arrepentimiento y sin indicar el camino de retorno,
antes bien convalidando su extravío… Esa misericordia de apariencia, prendida
con alfileres es, como nos recuerda el profeta, inútil por necia (Cfr. Za 11,
15 – 17). Sin embargo, la frontera entre la misericordia auténtica y la borrosa
la presentan, a veces, tan sutil que parece desvanecerse en precedencias: La
misericordia divina y humana quiere anteponerse al juicio, pero el juicio debe
existir para darle efecto, porque sin juicio desaparece la conciencia del
pecado que la hacía necesaria.
La frontera entre la ficción y la realidad, entre la
torpeza y las buenas intenciones, es tan tenue en estos casos que Jesucristo,
Rey de Misericordia, puede tomarle la palabra a la ambigüedad y servirse de
ella, para derramar perdón a raudales. Puede, y lo hace en su máxima expresión,
concediendo un año de acogida a los pecadores, como no lo ha habido y
probablemente no vuelva a haberlo nunca en la historia. Un año para borrar toda
culpa a cuantos se acojan sinceramente a la reconciliación; y un año dotado –
algo grandioso – de los resortes necesarios para hacer realidad esa buena fe,
iluminando las conciencias. Miles, y probablemente millones, de almas serán
arrancadas de las garras del maligno a lo largo de este año milagroso,
precisamente en el momento de mayor poder del príncipe del mundo. Lo cual
explica sus iras y sus esfuerzos fracasados por impedirlo.
El mal esperaba un hartazgo de almas encadenadas por
una misericordia falsificada, y se encuentra, en vez de ello, con un rescate
prodigioso, logrado a través de los medios comprometidos… Porque Dios le ha
ganado por la mano. Su Santo Espíritu es audaz y sostiene al Papa Francisco, en
todo aquello que juzga necesario para el gran embate final. El esfuerzo de la
misericordia quizá no sea secundado por algunos pastores, pero debe serlo por
el pueblo más fiel y consciente.
La dinámica de la misericordia en este tiempo debe
contemplarse en toda su trascendencia. No ver sólo la superficie. Porque la
verdadera Misericordia se desborda precisamente para subsanar la pérdida de la
noción de pecado: Esa pérdida que provocó el vacío espiritual expandido durante
varias décadas… Y consumado al propagarse nociones ambiguas de misericordia. El
rocío del nuevo Pentecostés viene a irrigar este desierto de conciencias
despojadas de su realidad: ignorantes de las responsabilidades y de los riesgos
del libre albedrío.
La realidad es la verdad de las cosas. El perjuicio
que el pecado causa a quien lo comete, a la Iglesia y a la humanidad, es real.
El hombre padece enormemente a causa de su pecado, aunque se le impida
descubrirlo. Pecando nos herimos a nosotros mismos, y podemos destrozar nuestra
vida temporal y eterna. Ocultar esta verdad fundamental ha sido y es el gran
empeño de los enemigos de la humanidad. Y ahora estamos en el momento
culminante de esa ocultación. Vivimos atracados de manzanas del árbol
prohibido. Hipnotizados por el espejismo del “seréis como dioses” (Cfr. Gen 3,
5) prendido como luminaria para las masas.
El año 2016 de la Misericordia, con M mayúscula, va a
presenciar un huracán de gracias, devastador de esas luminarias. La autosuficiencia
humana, y la corrección “religiosa” cómplice de ella, van a ser aventadas como
polvo. El celo soberbio, impugnador racionalista del Espíritu y de la Novia (Ap
22,17) también se derrumbará desolado. La Misericordia hendirá esta vez las
conciencias cual espada afilada de Verdad (Ap 19, 15) despertando en todas
ellas, incluidas las más elevadas (Za 13, 7) la conciencia de su
responsabilidad. Un río de fuego abrasará las almas, acompañando al Rey cuya
Misericordia precede a su justicia, tal como le fue advertido a Sta. Faustina
Kowalska (Diario, 83).
La dimensión oculta del año de la misericordia es esta
Misericordia total, que restablece la conciencia humana. Un auténtico derroche
de generosidad. Con la conciencia recuperamos la vida. Resucitamos –
resucitaremos – como individuos y como pueblos. Esta Misericordia abrasadora
(Is 4, 4 y 10,16) nos abre de nuevo las puertas de la realidad, convenciéndonos
respecto al pecado, porque habíamos dejado de creer en su gravedad, que nos fue
prevenida por Cristo (Jn 15, 6); en lo referente a la justicia, porque nuestros
sentidos desprecian todavía la cercanía eucarística del Rey; y en lo referente
al juicio, porque el juicio no corresponde al príncipe del mundo ni a sus
Bestias, sino a Jesús de Nazaret, el Mesías (Jn 5, 22; 16, 8-11).
La generosidad de Jesús no necesita concurso humano,
pero pide colaboración: Los cristianos estamos emplazados este año a dar
prioridad en nuestro testimonio a la advertencia de urgente conversión. De
confesión general, reconocimiento de nuestro propio daño causado y reparación.
Hay que visitar los confesionarios antes del momento en que no den abasto.
Tenemos que incordiar. Aun a riesgo de ser tachados de visionarios, de
apocalípticos, aparicionistas o perturbados, debemos insistir a tiempo y a
destiempo a nuestros hermanos para que el choque inminente con la realidad no
produzca rechazo y sí abundantes frutos transformadores. Los servidores de
Nuestra Señora tenemos en ello una responsabilidad especial: Debemos ir
delante, aunque nos cueste, por ese camino de contrición y de cambio.
El año de la Misericordia va a ser espléndido, pero
también necesariamente breve. Los días correrán. El instante ha dejado de ser
instante y se precipita hacia acontecimientos que serán terribles para los
corazones obcecados contra Dios. Hay que avisarles. Hay que suplicarles. Las
lámparas no pueden esconderse. Porque nosotros no vivimos en la oscuridad para
que este año – con su día de muerte y de vida – nos sorprenda como ladrón (Cfr.
1 Ts 5, 4).