Por PAUL KRUGMAN
(PREMIO NOBEL DE
ECONOMÍA)
Me llevó un tiempo
decidirme a abordar el estimulante ensayo de Bob Gordon que sugiere que los
buenos tiempos del crecimiento económico quedaron atrás. No es muy distinto de
lo que ha venido diciendo, y en el pasado me solidaricé bastante con esa
posición. Hoy creo, sin embargo, que su pesimismo tecnológico es errado –o, si
usted lo prefiere, es la clase equivocada de pesimismo–. Pero esta es, sin duda,
una discusión que merece plantearse.
Gordon argumenta,
acertadamente en mi opinión, que tuvimos tres revoluciones industriales hasta
ahora, cada una de ellas basada en un conjunto diferente de tecnologías: El
análisis en mi paper relaciona períodos de crecimiento rápido y lento con el
momento en que se produjeron las tres revoluciones industriales: RI1 (vapor,
ferrocarriles) de 1750 a 1830; RI2 (electricidad, motor de combustión interna,
agua corriente, cuartos de baño, comunicaciones, entretenimiento, productos
químicos, petróleo) de 1870 a 1900; y RI3 (computadoras, la Web, teléfonos
celulares) de 1960 a hoy.
Gordon sostiene que
la RI2 fue, por mucho, la más dramática, lo cual, nuevamente, parece correcto.
Piense en los Estados Unidos reflejados en Lincoln , que son una sociedad
moldeada por la revolución industrial 1, pero aún no transformada por la RI2.
Se trataba de una
sociedad en la que se podía viajar mucho más lejos y rápido que nunca antes,
pero cuando uno llegaba a destino, seguía siendo una sociedad tirada por
caballos en la cual la mayoría de las personas vivían en granjas y las ciudades
eran más brutales y sucias de lo que podamos imaginar. Para la década de 1920,
no obstante ello, los Estados Unidos urbanos ya constituían una sociedad moderna
reconocible.
Lo que Gordon
entonces hace es sugerir que la RI3 ya casi completó su recorrido, que todos
nuestros dispositivos móviles y demás son nuevos y entretenidos pero no tan
fundamentales. Es bueno tener a alguien que cuestione la tecnoeuforia; pero
últimamente he estado analizando mucho las cuestiones de tecnología y estoy
seguro de que Gordon se equivoca, que la revolución de las tecnologías de la
información recién comienza a tener su impacto.
Considere por un
momento una suerte de escenario tecnológico de fantasía, en el que pudiésemos
producir robots inteligentes capaces de hacer todo lo que una persona puede
hacer. Claramente, esa tecnología eliminará todos los límites del PBI per
cápita, siempre que no contemos los robots entre las personas. Todo lo que
necesitamos es seguir aumentando la relación de robots por humanos, y
obtendremos el PBI que queramos.
Ahora bien, eso no
está ocurriendo –y, de hecho, como yo lo entiendo, no se ha progresado tanto en
la producción de máquinas que piensen como nosotros–. Pero sucede que hay otras
maneras de producir máquinas muy inteligentes.
En particular, Big
Data –el uso de gigantescas bases de datos de cosas como conversaciones
habladas–, según parece, permite que las máquinas realicen tareas que hasta hace
apenas unos años sólo podían hacer los seres humanos. El reconocimiento de la
voz aún es imperfecto, pero mucho mejor de lo que era y se perfecciona
rápidamente, no porque hayamos logrado emular el conocimiento humano sino
porque hemos encontrado modos que hacen un uso intensivo de datos para
interpretar el habla de una manera bastante no humana.
Y esto significa que,
en cierto sentido, estamos avanzando hacia algo parecido a mi mundo de robots
inteligentes; muchas, muchas tareas se están volviendo amigables para las
máquinas. Esto, a su vez, significa que Gordon probablemente esté equivocado en
reducirle rentabilidad a la tecnología.
Ah, usted pregunta,
¿pero qué pasa con la gente? Excelente pregunta. Las máquinas inteligentes tal
vez hagan posible un PBI más alto, pero también disminuyen la demanda de
personas, incluso de personas inteligentes. Así, podríamos estar ante una
sociedad cada vez más rica, pero en la cual todas las ganancias en riqueza le
correspondan al dueño de los robots.
Y entonces, finalmente,
Skynet decide matarnos a todos, pero esa es otra historia. De todos modos, es
un tema interesante para discutir –y no irrelevante a la política, tampoco, ya
que gran parte del debate sobre subsidios tiene que ver con lo que
supuestamente ocurra en las próximas décadas–.
Clarín, Ieco,
30-12-12