Por Juan Russo (*)
Carta Política,
4-1-13
La tercera protesta
de masas contra el gobierno de Cristina Kirchner fue una contestación de
ontología social y una demanda de garantía democratica. Consistió en decirle al
gobierno: la realidad es otra, y ésta presencia en las calles es democracia.
Detrás del ruido de las cacerolas y de la esperable heterogeneidad de un
movimiento ciudadano, emergió un nucleo común. El rechazo a la manipulación es
el tejido que da sentido e identidad a ese movimiento polítco. De ahí el
mensaje que percibieron los partidos y líderes para no asistir, o no ser
visibles. El movimiento no denota ausencias de liderazgos alternativos, denota
más bien una fuerte presencia ciudadana dispuesta a contestar una visión
monolítica de la realidad. Frente al intento del gobierno de institucionalizar
dos mundos: el propio, que representaría al pueblo y el de los otros (grupos
concentrados mezquinos más una población alienada), este movimiento político,
como stato nascente, según la clásica expresión de Alberoni, mostró que no
había hechizo gubernamental, y que los actores tienen vida propia y exceden en
complejidad el esquematismo demasiado cómodo de una visión hegemónica. El
movimiento evidenció que la sociedad no requiere de tutores que informen sobre
cómo es el mundo y qué es lo mejor para todos. De ahí deriva una consigna
frecuente y de fondo en la protesta: el rechazo a la mentira política.
La legitimidad de la
mentira
La cuestión de la
legitimidad de la mentira tiene larga data en la política. El consejo al
Principe de mentir para preservarse, convirtió a Maquiavelo en un autor
maldito, defensor de la concepción de que el fin justifica los medios. Más alla
de lo justo que la historia (y la vida misma) pudo ser con el escritor
florentino, la cuestion de si puede o no legitimarse la mentira (es decir la
relación entre ética y politica), ha atravesado la historia. En general, el
pensamiento hegemónico (conservador o revolucionario) autoriza la mentira del
gobernante para fines superiores. En la concepción hegemónica, la pluralidad de
ideas es resultado de alienación social. El mundo político se divide en nítidas
verdades e intereses mezquinos. El pueblo está alienado y las condiciones de
explotación no le permiten actuar y pensar según su interés. Por ello, se
requiere de una élite iluminada, que en contacto privilegiado con la Realidad , cambiará desde
el gobierno la sociedad y romperá el hechizo de “formidables aparatos culturales
que dan a los argentinos una idea distorsionada sobre su país” (discurso
presidencial del 9/11/2012). Es la élite iluminada la que explicará como es,
como funciona y qué debe hacerse en este mundo. Pero además es la élite la que
discernirá qué aspectos de nuestras creencias son reales y cuáles producto de
la alienación.
En toda visión hegemónica se siente la presencia, a veces más
densa, a veces más tenue del monstruo de Orwell: la hiperpolítica: 2 más 2
puede ser 3, 4 o 1. Ello depende de la política. El príncipe encarna los
valores de la nación y del estado y debe ser preservado, aun cambiando las
leyes de las matemáticas. Las cifras del Indec pueden ser falseadas hasta el
cansancio, el corralito al dólar es una cuestión semántica y de interpretación:
se dictamina que no hay cepo cambiario, los déficit del sistema energético son
parte de una conspiración de los enemigos, e incluso la historia argentina,
tiene su parte aguas en el 2003. Ni los estadisticos, ni los economistas, ni
los historiadores tiene importancia, se trata de una designación de los hechos
por parte de la elite.
Ahí aparece el
segundo ingrediente de la acción hegemónica, la infalibilidad del Principe. No
hay errores, no hay autocrítica, no hay acción del gobierno que cambiar. Más
bien se se trata de cambiar las percepcion distorsionada de los ciudadanos.
Esta concepción hegemónica del gobierno con estilo setentista, encuentra su
contrapartida en la visión democrática del poder. En el pensamiento democrático
un principio innegociable es que cada ciudadano sabe qué desea y cuáles son sus
intereses. No hay verdad revelada por iniciados, y la política se construye con
aproximaciones, y reparaciones, como un cangrejo. Escasa información y urgencia
en decidir, hacen de la decisión del gobernante democrático una tarea con mucho
estrés e incertidumbre. Ningun político sabe a ciencia cierta como impactarán
sus decisiones sobre el conjunto. La imagen de un Maquiavelo asesorando al
principe sobre qué hacer es simplemente una ilusión. En democracia, la
sabiduría sigue pautas socráticas, basadas en el reconocimiento del gobernante
sobre sus propias limitaciones.
En la tradición democratica la mentira al
ciudadano no es legitima. Por el contrario, informar sobre lo que ocurre en el
gobierno y en la administración, es una obligación del gobernante, y es un
derecho de todo ciudadano ser informado. Informar excede las interpretaciones
de intelectuales orgánicos de un gobierno setentista. Informar remite
simplemente al criterio de verdad de los ciudadanos que cotejan hechos que
viven con afirmaciones. La democracia rechaza el principio del poder hegemónico
de que “el fin justifica los medios”, porque entonces (como diría Bobbio): qué
justifica el fin?
Las condiciones de la
oposición
El movimiento del 8 N
fue una contestación a una visión hegemónica y paternalista que cree
justificarse por la defensa de los intereses de la nación y del estado. Pero
emerge en esa autodefensa del gobierno, el incumplimiento de un rol crucial de
un gobierno. Un gobernante en democracia tiene obligaciones no sólo respecto de
la estado, y de orientar politicas públicas benignas, debe también fortalecer
el orden democrático. En esta ultima dimensión radica un profundo déficit del
gobierno.
La presidente Cristina Fernandez afirmó el día despues a la protesta,
que no podía hacerse cargo de la inexistencia de dirigencias alternativas. Ese
ese juicio no es sólo una opinión sobre la realidad, es también una
descalificación de opciones. La admisión plena de las oposiciones, y por ende
de la tolerancia política, ha sido un problema eterno en la historia argentina,
y claramente tiene un correlato con las acciones del gobierno. Un presidenteen
un orden democrático, debe ser es el primer defensor y el mayor legitimante de
las opciones políticas alternativas.
¿Qué oposición había
en 1984 en Argentina? El partido peronista habia sido derrotado y su candidato
Italo Luder, era un mero reflejo del poder sindical. Los líderes eran actores
imposibles: La presidente del partido era la viuda del caudillo, Maria Estela
Martinez de Perón. No obstante ello, el presidente Alfonsin convocó en junio de
2004 a firmar un Acta de coincidencias. De modo frecuente rescataba en ese
tiempo de apoyo popular, los valores del peronismo y señalaba sus méritos para el
pais. No puede pensarse tal acción sólo como generosidad política. Obedece a la
misión de un presidente democrático, habitual por cierto en muchos paises, de
reconocer y potenciar la legitimidad de los adversarios.
En la década de
gobiernos Kirchner, no hay un solo hecho que apunte a reconocer y legitimar a
la oposición. Por el contrario, se reivindica una gestión de presidentes
heroicos y patriotas. En la reciente elección de Estados Unidos, el presidente
Obama, no obstante la enconada competencia con su adversario republicano,
reconoció en su discurso de triunfo, meritos morlaes y politicos a su
adversario. No fue solo un discurso de unidad, fue un discurso a favor del
pluralismo y de la democracia.
El movimiento de indignados que salió a las
calles el 8N mostró que la opinión de lo que ocurre en el mundo, pertenece a
cada ciudadano, acorde con la prescindencia de un liderazgo unipersonal que lo
representara y diera voz. También inició de modo contundente el declive de la
concepción setentista (siempre latente desde el incio de la democracia)
centrada en la patria y el pueblo, y no en la ciudadanía informada, autónoma y
crítica. Con su presencia en las calles, en su agora de cacerolas y de batalla
ontológica, el movimiento ciudadano evidenció la desconfianza en el gobierno
como garante de buena democracia.
Doctor en Ciencia
Política por la
Universidad de Florencia, Italia. Actualmente Profesor
Visitante en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional
de Córdoba, Argentina.