mitos y verdades de la distribución del ingreso
Por Silvia Stang
Recuerdo que en una
reunión, un petiso, que era [un empresario] industrial, dijo: «¡Pero es que los
trabajadores quieren ganar cada día más!». Yo lo miré y le dije: «¿Y usted
no?»." La anécdota, referida a sus encuentros en los años 50 con las
entonces nacientes gremiales empresarias, fue relatada por Juan Domingo Perón:
estaba por terminar 1973 y el presidente de la Nación daba un discurso por
cadena nacional desde la sede de la
CGT en la calle Azopardo. Los cientos de dirigentes
sindicales que colmaban el salón auditorio saludaron con risas y aplausos ese
relato que el líder político acompañó con fuerte expresividad en su rostro.
El entusiasmo
volvería minutos después para celebrar una frase. Fue cuando, como conclusión
de sus reflexiones sobre la puja entre trabajadores y empresarios por el
reparto de la riqueza, Perón instó a una distribución "con justicia entre
todos los que la producen, sin ninguna ficción". Y allí habló de su ideal:
"Que sea fifty fifty , como dicen, mitad y mitad".
Casi cuatro décadas
después, aquella expresión en inglés volvió a ganar lugar en el discurso
político del gobierno de un partido enraizado en el peronismo. En marzo de
2009, cuando comenzaba a hablarse de lo que serían las negociaciones salariales
de ese año, Cristina Kirchner aludió al fifty fifty como un objetivo deseable
por tratarse -dijo- de una "articulación inteligente" entre los
aportes del capital y el trabajo para la producción. Un par de años después, la
mandataria unió su voz a la del secretario general de la CGT , Hugo Moyano, por entonces
aliado del kirchnerismo, para expresar que se estaba cerca de la meta.
Finalmente, el encargado de agitar la bandera a cuadros fue el secretario de
Comercio Interior, Guillermo Moreno, quien días atrás dijo, en una entrevista
periodística, que el país logró el "famoso" objetivo de Perón.
Pero esta última
afirmación se integra al relato oficial sin datos que la sustenten. Más allá
del cuestionamiento a las estadísticas oficiales que existe desde el momento en
que fue intervenido el Indec, en este caso no hay, al menos hasta hoy, un
informe que respalde lo dicho.
Los últimos cálculos
de la participación de la masa salarial en el producto bruto marcan una
distancia, desfavorable para los trabajadores, de entre 7 y 12 puntos
porcentuales -según la fuente- a la distribución en partes iguales de la renta.
En las estimaciones del Indec, la tasa más reciente es de 43,6% y corresponde a
2008. Quienes estudian el mercado laboral coinciden en que desde entonces no
hubo cambios tales que sugieran que se amplió el porcentaje.
Así, el fifty fifty
actual se identifica más con una declamación que con la llegada a una meta, que
parece esquiva en la historia nacional.
Pero antes de un
rápido sobrevuelo por algunos años, una consideración para tener en cuenta. Más
allá de cuáles sean los números, algunos informes sobre la temática advierten
que la llamada "distribución funcional del ingreso" es un indicador
útil pero deficiente, o al menos insuficiente, para un análisis de la realidad
social. Sobre todo, en un país como la Argentina , que tiene en su universo de
asalariados una amplia heterogeneidad, con situaciones individuales tales como
la informalidad o la pobreza. A diferencia de la distribución personal del
ingreso, que ubica a los ciudadanos en una escala según cuánto perciben (y que
permite evaluar en forma más directa el grado de desigualdad), la distribución
funcional describe qué porcentaje del producto de la economía es captado
masivamente por los asalariados.
Después de aquel
discurso de Perón, la porción de ingresos tomada por los trabajadores mejoró.
El año siguiente, 1974, fue uno de los
dos en los que el índice superó el 50%, según la medición hecha por la
fundación FIDE. El otro año fue 1954 y, en este caso, la fuente es el Banco
Central. Pero la buena noticia de mediados de los 70 duró poco: el
Rodrigazo del 75 sumió al país en una inflación que le fue ganando a los intentos
de recomponer salarios. Al año siguiente, el del inicio de la dictadura
militar, los precios subieron 444% y la participación de los trabajadores en el
PBI cayó a un tercio. Y más adelante, a menos aún.
La serie histórica de
datos, recopilados en un informe del Centro de Estudios sobre el Población,
Empleo y Desarrollo (Ceped) de la Universidad de Buenos Aires, encuentra un bache
entre fines de los 80 y principios de los 90, una dificultad que se suma a
otra: según el período, diferentes instituciones elaboraron los índices.
El tramo más reciente
con continuidad de fuentes es el que arranca en 1993. Los cálculos de la Dirección Nacional
de Cuentas Nacionales difundidos por el Indec le asignan a los salarios, para
aquel año, una participación de 44,7% que, tras recorrer un línea sinuosa, cae
hasta 34,3% en 2003. Sigue luego un repunte, a la par de la reactivación y de
las negociaciones salariales que buscaron compensar la inflación, para así
llegar en 2008 -último dato- a 43,6 por
ciento.
Los números son más
pequeños si se recurre a dos fuentes no gubernamentales. Para el Ceped, en 2010
la tasa llegó a 41,4%, mientras que según la metodología del Centro de
Investigación y Formación (Cifra) que dirige el economista Eduardo Basualdo, el
último dato es de 37,6% en 2011.
¿Qué incluye ese
porcentaje? Según explica Javier Lindenboim, director del Ceped, para estimar
la masa salarial se cuentan los ingresos que los trabajadores declaran en la Encuesta Permanente
de Hogares del Indec (esto marca una diferencia con la metodología oficial, que
tomaba también en cuenta los salarios informados al sistema jubilatorio). Los
resultados de la encuesta, que abarca a 31 centros urbanos, se extrapolan a la
población total. Se considera a los asalariados formales y a los informales y
en el primer caso, como se trata de ingresos netos, se suman los aportes y
contribuciones a la seguridad social. "Por los datos de 2007 en adelante,
entramos en las generales de la ley; no estamos convencidos de las cifras que
se dan tras la intervención del instituto", advierte Lindenboim.
"Lo más probable
es que en los últimos años haya habido un estancamiento y no una mejora en la
distribución, por lo que hablar del fifty fifty es más una agitación propagandística
que otra cosa", afirma el economista, que se especializó en el tema.
MERCADO LABORAL
DIFERENTE
Hay varios temas a
observar en una comparación histórica de índices. El mercado laboral muestra
hoy rasgos que no tenía, o que al menos no eran tan pronunciados décadas atrás.
Un aspecto negativo de peso es la
informalidad. Algo más de un tercio de los asalariados está en negro y si
bien el índice tuvo una fuerte caída en la última década, el problema es
bastante más grave hoy que décadas atrás, según advierte el economista Ernesto
Kritz, para quien el nivel de inflación y la capacidad de negociación de los
salarios, definen en gran medida cómo se distribuye el producto.
"Tanto en 2010
como en 2011 hubo una recuperación del empleo y un aumento de los salarios en
el sector formal, en algunos casos por sobre la suba de precios; pero ese
proceso tuvo efecto sólo en parte sobre los asalariados del sector informal y
en menor medida aún sobre la masa de ingresos de los no asalariados",
afirma Agustín Salvia, director del Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica
Argentina.
El período de 2007 a
2012 se caracteriza por un ritmo de creación de puestos mucho menor que el de
los años previos. "Entre 2003 y 2006 se crearon en promedio 747.000
puestos por año, mientras que de 2007 a mediados de 2012 la cifra bajó a
207.000", destaca un estudio del Instituto Pensamiento y Políticas
Públicas, que coordina Claudio Lozano.
Además del
comportamiento del empleo y los ingresos, en el análisis de la variación de la
participación salarial se consideran los cambios en la estructura ocupacional
del país. "La participación del empleo asalariado en el total subió del
69,1 al 75,6% entre 1993 y 2007 según los datos del Indec", observa Juan
Llach, profesor de Economía en el IAE-Universidad Austral. Si eso se tiene en
cuenta, agrega, se concluye que una parte importante de la mejora de la
participación salarial se explica por una modificación de tipo estructural.
En el cálculo de
distribución funcional, lo que perciben los no asalariados está por lo general
identificado como "ingreso mixto bruto" y no se cuenta como parte de
la retribución del trabajo. Se incluye bajo esa nominación la renta que queda
en manos de cuentapropistas y patrones, y que representan, en los estudios más
recientes, alrededor de 10 por ciento. Según considera Salvia, una parte
importante de estos cuentapropistas son personas no calificadas, que están en
actividades de baja productividad y que "si bien fueron beneficiadas por
el aumento del consumo de otros sectores, no lo fueron en la misma medida que
los asalariados formales". ¿Conclusión? Parte de la mejora de la
participación asalariada tiene como contraparte un empobrecimiento en otro
segmento social.
El componente que
incluye a los autónomos dentro de la estructura del ingreso se llama "de
ingreso mixto", porque no puede diferenciarse cuánto es retribución del
trabajo y cuánto retribución de los activos que intervienen en la producción.
La renta pura de estos activos, es decir del capital empresario, es la otra
pata de la distribución funcional: el llamado "excedente de explotación
bruto".
¿Y qué es lo que se
cuenta como ingreso total para repartir? Las estimaciones mencionadas
consideran el PBI, restados los recursos con los que se queda el Estado por
impuestos y sumados los subsidios a actividades productivas.
Aquello del fifty
fifty para distribuir esa renta no parece sustentado por alguna cuestión
técnica que invalide la posibilidad de que se ambicionen otros porcentajes.
"Uno podría preguntarse por qué ésa es una meta deseable en un país donde
tres de cada cuatro ocupados son asalariados; ¿no podría ser el ideal algo más
del 50%?", se pregunta Lindenboim. El economista recuerda que la
participación salarial es más elevada en países desarrollados, como indican,
por ejemplo, informes publicados por la
OIT e investigaciones del Ceped. En Estados Unidos, la
estadística oficial muestra una participación que, aunque con tendencia
decreciente en los últimos años, siempre superó el 50% y, en algunos períodos,
fue muy cercana a 60 por ciento.
Entre los factores
que explican diferencias entre países se incluye la productividad. En rigor, un
aumento de esta variable eleva la participación salarial, si la mejora de
ingresos en términos reales gana la carrera.
Otro elemento que
interviene está en la actitud del "otro fifty ". Concretamente, en el
nivel de inversiones que decida hacer con sus recursos el empresariado, algo
que condiciona la expansión del producto y la apertura de nuevas fuentes laborales.
Esa dinámica, hoy con frenos en la
Argentina , es la que empuja una rueda que, al girar, va
creciento en tamaño. Luego, el contexto y el juego que se establezca entre
diversos factores, susceptibles de ser influidos por las políticas de Estado,
hará que con los nuevos recursos se beneficien en mayor medida unos u otros
sectores dentro de la sociedad.