Cecilia Mlewski*
Según la Organización Mundial
de la Salud
(OMS), droga “es toda sustancia natural o sintética que administrada en dosis
puede modificar o transformar la salud física o psíquica de los seres vivos”.
Esta modificación puede ser perjudicial o beneficiosa, según el tiempo de
consumo, la dosis y las características de la persona (edad, sexo,
personalidad).
Las drogas ilícitas
son las que por ley no pueden comercializarse, como cocaína, heroína, LSD o éxtasis.
Las drogas lícitas
–por ejemplo, benzodiacepinas o morfina– son las que la ley permite usar con
fines terapéuticos, independientemente de su potencial adictivo. Estas
requieren receta médica que avale la necesidad de su uso.
Se incluyen entre las
drogas lícitas al alcohol y el tabaco, drogas socialmente aceptadas a pesar de
que su consumo conlleva riesgos de adicción y de salud. De hecho, mueren más
personas por consumo de alcohol o tabaco que como resultado del abuso de todas
las drogas ilegales juntas.
Históricamente, el
hombre ha consumido sustancias que alteran el funcionamiento normal de su
mente, ya sea con fines médicos, mágico-religiosos, hacer frente a los
problemas o por simple placer.
El alcohol y los
opiáceos fueron los primeros psicoactivos empleados con esta finalidad ya
alrededor del año 5000 antes de Cristo. El cáñamo se cultiva en China desde
hace cinco mil años.
En América, el
Imperio Inca empleaba la hoja de coca como analgésico y energizante de uso
diario. En la sociedad azteca se empleaba el hongo llamado teonanacati y el
peyote con fines religiosos.
Existen muchas
razones por las cuales las personas toman sustancias que alteran su estado
mental. En todos los casos, la droga provee una sensación inmediata de placer o
alivio que, en ocasiones, alienta a la persona a consumirla otra vez.
Cómo funcionan. Las
drogas actúan usurpando un sistema dentro del cerebro cuya función es reforzar
conductas favorables para la supervivencia, basadas en la sensación de placer y
bienestar. Normalmente, este sistema es activado por señales naturales, pero al
ser activado por una droga, la persona siente el deseo de volver a consumirla.
Las drogas tienen el
poder de transformar nuestra percepción, emociones y comportamiento. Esto se
explica porque aquellos son resultado de la actividad de unas moléculas en
nuestro cerebro llamadas neurotransmisores, que sirven para que las neuronas se
comuniquen.
Las sustancias en
cuestión logran diferentes efectos alterando el funcionamiento normal de
algunos neurotransmisores cerebrales.
El hecho de consumir
una droga no lleva necesariamente a la dependencia. Una persona es considerada
dependiente de una determinada droga cuando muestra un comportamiento
compulsivo, fuera de control, para conseguirla y consumirla, y una necesidad
irresistible de continuar haciéndolo a pesar del perjuicio que la droga produce
en su vida cotidiana.
El riesgo que uno
asume a la hora de decidir consumir una droga podría compararse con el que
asume un remero cuando se acercan a una cascada peligrosa.
Algunos, al ver a
cierta distancia los rápidos, evitarán continuar. Otros tratarán de avanzar
para experimentar la excitación generada por el peligro. Un grupo más pequeño
continuará hacia los rápidos más peligrosos para experimentar sensaciones más
intensas, pero aun así sabe cómo retirarse si siente que puede perder el
control.
Sin embargo, algunas
personas no pueden resistir la tentación de seguir adelante y podrán terminar
cayendo por la cascada.
Una persona que
desarrolla un problema de dependencia tratará de conseguir la droga a pesar de
que su consumo sea dañino para su salud física o mental o para su situación
social, económica o familiar.
Tratamiento y
abstinencia. Uno de los problemas con el tratamiento es que, a pesar de que una
persona pueda superar el problema durante un período de abstinencia (sin
consumo), en el futuro, al enfrentarse de nuevo a circunstancias en las que
solía consumir la droga, puede reincidir. Igualmente, el estrés puede hacer que
un adicto rehabilitado recaiga en el consumo de la droga.
En la sociedad
occidental actual, el consumo de una droga puede servir para rellenar la falta
de afecto o puede ser utilizado para huir temporariamente de emociones
negativas (frustración o tristeza) provocadas por las dificultades de adaptación
a una sociedad exigente. Se ha perdido en muchos casos el fin religioso o
espiritual que el ser humano buscó en el consumo de estas sustancias en sus
comienzos.
Las drogas son sólo
una parte del problema. De hecho, la arbitrariedad con que la sociedad juzga
como aceptable o no el uso de una droga no tiene relación directa con su
potencial adictivo ni con el daño físico que puede producir.
Sin duda, hace falta
educar sobre los riesgos y los beneficios que se pueden obtener de las
sustancias naturales o químicas que están a nuestro alcance.
Hay que educar en
especial a las poblaciones más vulnerables, en las que el consumo de ciertas
drogas puede ser particularmente peligroso, como los adolescentes, mujeres
embarazadas o personas con riesgo de padecer enfermedades psiquiátricas
(depresión, ansiedad).
Debemos asumir que el
clima social, la falta de valores, de educación y las exigencias que se imponen
a la gente joven son elementos que favorecen el uso de drogas para escapar de
las circunstancias cotidianas. Si admitimos esta realidad, podremos enfrentar
el problema desde otra perspectiva, previniendo y educando.
* Becaria posdoctoral
del Conicet