Pastoral Nacional sobre Drogadependencia
El flagelo del consumo de drogas se va expandiendo como una mancha de aceite que busca cubrirlo todo. Así lo muestran estadísticas propias y ajenas, nacionales y extranjeras. No hace falta ir tanto a los libros o a Internet. Alcanza con mirar nuestros barrios, escuchar a los docentes, a las familias.
¿Las causas? Varias y diversas.
Por un lado, hay mayor disponibilidad de sustancias. Se pueden conseguir con facilidad. Desde hace ya varios años los niños y adolescentes en general saben de lugares en el barrio en los cuales se vende; algunos de éstos también cerca de las escuelas… Si hay más disponibilidad —más drogas— es que ha crecido el narcotráfico. Es el resultado de menos control, más sobornos, más amenazas, más traslado de soberanía a bandas mafiosas que se adueñan de barrios enteros.
Por otro lado, esto se debe al crecimiento nefasto de cuatro elementos íntimamente vinculados: delito - corrupción - impunidad - tolerancia social; esta última favorece el aumento de la demanda.
Debemos aceptar la realidad que nos desafía y preocupa: el tema es conocido pero no está asumido por la sociedad en su conjunto.
La persona que se droga es víctima de un malestar que tiene que ver con el sentido mismo de su propia existencia, con el sentido de la vida. La sociedad tiene un doble discurso: por un lado promueve la búsqueda de placeres fáciles, de “pasarla bien”, de consumismo, confundiendo a nuestros niños y adolescentes con mensajes equívocos; y por otro, no brinda igualdad de oportunidades para acceder al ejercicio de los derechos elementales a la educación, al trabajo, a la salud… Muchos hermanos nuestros no alcanzan a gozar de la belleza de la existencia, y sienten que la vida vale poco, casi nada.
La mayor tolerancia social se debe, entre otras cosas, a una disminución en la percepción del riesgo que provoca el consumo de sustancias. Esto es el resultado de mensajes poco claros —cuando no mentirosos— que afectan en particular a nuestros adolescentes y jóvenes, pero que inciden en la sociedad en su conjunto. Seamos concretos: algunos dicen “un porro no hace nada” y no es cierto. Éste es un mensaje mentiroso. Si no somos claros, la tolerancia social termina haciéndose cultura y naturalizándose el consumo. Muchos se inician en este camino con la idea falsa de tener control sobre la droga, adentrándose en un laberinto al cual es fácil entrar pero muy difícil salir.
Otro ejemplo: se dice que la persona puede tener una conducta de uso, abuso o dependencia, y que sólo este último es un “consumo problemático”. Éste es un mensaje ambiguo porque, de una distinción cierta al clasificar el consumo (uso, abuso, dependencia) se saca como consecuencia que sólo uno es “problemático”; en realidad quienes hoy son dependientes pasaron por las otras etapas sin poder detenerse a tiempo y liberarse del uso y abuso; muchos de los que protagonizan peleas callejeras o dentro de los boliches y otros hechos de violencia, son quienes han usado o abusado. En las guardias de los hospitales durante los fines de semana es donde se ve si el consumo fue o no fue problemático.
Otra cuestión que cada tanto se plantea está vinculada a la despenalización. Tenemos que tener claras las ideas y las señales que se dan a la sociedad. Hablar de despenalizar así, sin más, redunda en facilitar el consumo dando un mensaje confuso, que favorece la tolerancia social y disminuye la percepción del riesgo. Pero simultáneamente hemos de afirmar que al adicto no hay que criminalizarlo, sino ayudarlo. Para nosotros ellos son los débiles del Evangelio y, como hacía Jesús en su tiempo, los acogemos, los abrazamos, los acompañamos, les damos cobijo.
Pero con la droga no hay que dar pasos que faciliten su acceso y la hagan aparecer como algo “natural”, porque no es natural que una persona deba drogarse para vivir.
La legislación actual lo que pena es la “tenencia para el consumo” y establece una serie de medidas para orientar el tratamiento de las personas afectadas. No se busca meterlo preso: se trata de curarlo.
Todo camino que oriente a la legalización de las drogas no es bueno. En los informes mundiales sobre drogas de las Naciones Unidas se rechaza sistemáticamente esta postura y dicen textualmente que sería un error colosal terminar con la fiscalización de las drogas.
Sostenemos de igual manera que la droga no se combate solo con intervenciones de índole sanitaria y judicial, es necesario crear relaciones humanas ricas en valores espirituales y afectivos, y hacia allí orientamos nuestros esfuerzos.
La lucha contra la drogadependencia se gana con la educación y la prevención, y hacia allí debemos direccionar nuestra energía.
La Iglesia, profundamente preocupada por esta grave situación, hace sus esfuerzos dentro de su propia realidad para contribuir a promover la vida en una sociedad libre del flagelo de las drogas. Se tejen redes, se informa, se invita a grupos de ayuda y recuperación, se habla del dolor y se lo transforma.
El sistema escolar —la escuela— constituye un ámbito particularmente apropiado para difundir los valores de una vida sana y digna, vivida en libertad y alejada de la esclavitud de la droga.
Con la ley que promueve un Programa para la Prevención de las Adicciones en todo el sistema escolar —sancionada en diciembre de 2009— se ha dado un paso importante hacia la formulación de una política que permita preparar a nuestros chicos para vivir una vida libre de drogas. Es ahora de vital importancia que la implementación de la ley respete acabadamente el espíritu que llevó a formularla.
¿Quién necesita ayuda? Sin dudas el que está preso o sometido a la adicción. Pero también las familias muchas veces desorientadas y sin contención; en este mismo sentido la sociedad ve que le están robando la vida de sus adolescentes y jóvenes, y queda paralizada. Notamos una actitud seriamente contradictoria: crece la tolerancia social al consumo, pero a los adictos se les tiene miedo cayendo incluso en una actitud expulsiva. La drogadependencia es una enfermedad, un padecimiento que expresa un gran malestar interior psíquico y espiritual, y que en lugar de generar compasión, muchas veces provoca rechazo, expresado habitualmente de modo hiriente y etiquetando: “son ladrones, vagos, violentos, mataron a tal o cual…”. A ninguno de nosotros nos gustaría que hablaran así de un hermano, un hijo, un amigo, cuando sabemos la tragedia que significa para una familia tener un miembro que se droga.
No parece que quienes debieran dar ejemplos claros estén liderando la situación. Esto se percibe en la escasa formulación de políticas públicas para asistir a los que padecen la adicción. Se genera angustia y desamparo ante la falta de servicios en hospitales públicos. El reclamo de una mayor eficacia en la persecución del delito y la existencia de deficientes controles fronterizos hace que se escuchen frecuentemente sospechas sobre la vinculación de los dineros del narcotráfico con varias actividades de la vida nacional. A veces pareciera que hay gente a la que no le interesa frenar el daño que se provoca, sino todo lo contrario.
Se promueve una exaltación de supuestas libertades individuales “sin hacer daño a terceros” que revela, por lo menos, una falta de cercanía con la realidad que padecen las personas que se drogan, en especial los más chicos y los más pobres.
En síntesis, faltan mensajes que expresen con claridad y absoluta contundencia: “no es bueno que te drogues, vos podés vivir una vida libre y digna, alejada de la esclavitud de la droga”.
Es de fundamental importancia que los organismos del Estado en todos sus niveles —municipal, provincial y nacional— desarrollen acciones concretas para promover los beneficios de una sociedad libre de drogas y que al mismo tiempo ofrezcan espacios para la recuperación de quienes han caído en la adicción.
Este domingo celebramos en toda la Iglesia la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. A Él lo adoramos en la Eucaristía, y a Él mismo le servimos presente en nuestros hermanos que sufren.
Nuestra dedicación a esta tarea pastoral está vinculada estrechamente a la opción preferencial por los pobres. El mismo Jesús quiso juzgar la autenticidad de nuestra fe en el amor que tenemos a los hermanos.
El 26 de junio ha sido instituido por Naciones Unidas como “Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas”. Reunidos en Luján con delegados diocesanos de Pastoral de adicciones de todas las Regiones del País, renovamos nuestro compromiso en el servicio a la vida. La vida es un regalo de Dios para la felicidad. Todo lo que nos esclaviza y oprime es contrario al Plan de Dios, que nos ama de verdad.
Al Santuario de la Virgen de Luján peregrinan multitudes de jóvenes y familias cada año. A su cariño de Madre, a su corazón que comprende todos los dolores, confiamos sus hijos más pobres y afligidos.+
Obispo de Gualeguaychú y responsable de la Comisión Nacional de Lucha contra la Drogadependencia, monseñor Jorge Lozano.
Luján (Buenos Aires), 27 Jun. 11 (AICA)
El flagelo del consumo de drogas se va expandiendo como una mancha de aceite que busca cubrirlo todo. Así lo muestran estadísticas propias y ajenas, nacionales y extranjeras. No hace falta ir tanto a los libros o a Internet. Alcanza con mirar nuestros barrios, escuchar a los docentes, a las familias.
¿Las causas? Varias y diversas.
Por un lado, hay mayor disponibilidad de sustancias. Se pueden conseguir con facilidad. Desde hace ya varios años los niños y adolescentes en general saben de lugares en el barrio en los cuales se vende; algunos de éstos también cerca de las escuelas… Si hay más disponibilidad —más drogas— es que ha crecido el narcotráfico. Es el resultado de menos control, más sobornos, más amenazas, más traslado de soberanía a bandas mafiosas que se adueñan de barrios enteros.
Por otro lado, esto se debe al crecimiento nefasto de cuatro elementos íntimamente vinculados: delito - corrupción - impunidad - tolerancia social; esta última favorece el aumento de la demanda.
Debemos aceptar la realidad que nos desafía y preocupa: el tema es conocido pero no está asumido por la sociedad en su conjunto.
La persona que se droga es víctima de un malestar que tiene que ver con el sentido mismo de su propia existencia, con el sentido de la vida. La sociedad tiene un doble discurso: por un lado promueve la búsqueda de placeres fáciles, de “pasarla bien”, de consumismo, confundiendo a nuestros niños y adolescentes con mensajes equívocos; y por otro, no brinda igualdad de oportunidades para acceder al ejercicio de los derechos elementales a la educación, al trabajo, a la salud… Muchos hermanos nuestros no alcanzan a gozar de la belleza de la existencia, y sienten que la vida vale poco, casi nada.
La mayor tolerancia social se debe, entre otras cosas, a una disminución en la percepción del riesgo que provoca el consumo de sustancias. Esto es el resultado de mensajes poco claros —cuando no mentirosos— que afectan en particular a nuestros adolescentes y jóvenes, pero que inciden en la sociedad en su conjunto. Seamos concretos: algunos dicen “un porro no hace nada” y no es cierto. Éste es un mensaje mentiroso. Si no somos claros, la tolerancia social termina haciéndose cultura y naturalizándose el consumo. Muchos se inician en este camino con la idea falsa de tener control sobre la droga, adentrándose en un laberinto al cual es fácil entrar pero muy difícil salir.
Otro ejemplo: se dice que la persona puede tener una conducta de uso, abuso o dependencia, y que sólo este último es un “consumo problemático”. Éste es un mensaje ambiguo porque, de una distinción cierta al clasificar el consumo (uso, abuso, dependencia) se saca como consecuencia que sólo uno es “problemático”; en realidad quienes hoy son dependientes pasaron por las otras etapas sin poder detenerse a tiempo y liberarse del uso y abuso; muchos de los que protagonizan peleas callejeras o dentro de los boliches y otros hechos de violencia, son quienes han usado o abusado. En las guardias de los hospitales durante los fines de semana es donde se ve si el consumo fue o no fue problemático.
Otra cuestión que cada tanto se plantea está vinculada a la despenalización. Tenemos que tener claras las ideas y las señales que se dan a la sociedad. Hablar de despenalizar así, sin más, redunda en facilitar el consumo dando un mensaje confuso, que favorece la tolerancia social y disminuye la percepción del riesgo. Pero simultáneamente hemos de afirmar que al adicto no hay que criminalizarlo, sino ayudarlo. Para nosotros ellos son los débiles del Evangelio y, como hacía Jesús en su tiempo, los acogemos, los abrazamos, los acompañamos, les damos cobijo.
Pero con la droga no hay que dar pasos que faciliten su acceso y la hagan aparecer como algo “natural”, porque no es natural que una persona deba drogarse para vivir.
La legislación actual lo que pena es la “tenencia para el consumo” y establece una serie de medidas para orientar el tratamiento de las personas afectadas. No se busca meterlo preso: se trata de curarlo.
Todo camino que oriente a la legalización de las drogas no es bueno. En los informes mundiales sobre drogas de las Naciones Unidas se rechaza sistemáticamente esta postura y dicen textualmente que sería un error colosal terminar con la fiscalización de las drogas.
Sostenemos de igual manera que la droga no se combate solo con intervenciones de índole sanitaria y judicial, es necesario crear relaciones humanas ricas en valores espirituales y afectivos, y hacia allí orientamos nuestros esfuerzos.
La lucha contra la drogadependencia se gana con la educación y la prevención, y hacia allí debemos direccionar nuestra energía.
La Iglesia, profundamente preocupada por esta grave situación, hace sus esfuerzos dentro de su propia realidad para contribuir a promover la vida en una sociedad libre del flagelo de las drogas. Se tejen redes, se informa, se invita a grupos de ayuda y recuperación, se habla del dolor y se lo transforma.
El sistema escolar —la escuela— constituye un ámbito particularmente apropiado para difundir los valores de una vida sana y digna, vivida en libertad y alejada de la esclavitud de la droga.
Con la ley que promueve un Programa para la Prevención de las Adicciones en todo el sistema escolar —sancionada en diciembre de 2009— se ha dado un paso importante hacia la formulación de una política que permita preparar a nuestros chicos para vivir una vida libre de drogas. Es ahora de vital importancia que la implementación de la ley respete acabadamente el espíritu que llevó a formularla.
¿Quién necesita ayuda? Sin dudas el que está preso o sometido a la adicción. Pero también las familias muchas veces desorientadas y sin contención; en este mismo sentido la sociedad ve que le están robando la vida de sus adolescentes y jóvenes, y queda paralizada. Notamos una actitud seriamente contradictoria: crece la tolerancia social al consumo, pero a los adictos se les tiene miedo cayendo incluso en una actitud expulsiva. La drogadependencia es una enfermedad, un padecimiento que expresa un gran malestar interior psíquico y espiritual, y que en lugar de generar compasión, muchas veces provoca rechazo, expresado habitualmente de modo hiriente y etiquetando: “son ladrones, vagos, violentos, mataron a tal o cual…”. A ninguno de nosotros nos gustaría que hablaran así de un hermano, un hijo, un amigo, cuando sabemos la tragedia que significa para una familia tener un miembro que se droga.
No parece que quienes debieran dar ejemplos claros estén liderando la situación. Esto se percibe en la escasa formulación de políticas públicas para asistir a los que padecen la adicción. Se genera angustia y desamparo ante la falta de servicios en hospitales públicos. El reclamo de una mayor eficacia en la persecución del delito y la existencia de deficientes controles fronterizos hace que se escuchen frecuentemente sospechas sobre la vinculación de los dineros del narcotráfico con varias actividades de la vida nacional. A veces pareciera que hay gente a la que no le interesa frenar el daño que se provoca, sino todo lo contrario.
Se promueve una exaltación de supuestas libertades individuales “sin hacer daño a terceros” que revela, por lo menos, una falta de cercanía con la realidad que padecen las personas que se drogan, en especial los más chicos y los más pobres.
En síntesis, faltan mensajes que expresen con claridad y absoluta contundencia: “no es bueno que te drogues, vos podés vivir una vida libre y digna, alejada de la esclavitud de la droga”.
Es de fundamental importancia que los organismos del Estado en todos sus niveles —municipal, provincial y nacional— desarrollen acciones concretas para promover los beneficios de una sociedad libre de drogas y que al mismo tiempo ofrezcan espacios para la recuperación de quienes han caído en la adicción.
Este domingo celebramos en toda la Iglesia la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. A Él lo adoramos en la Eucaristía, y a Él mismo le servimos presente en nuestros hermanos que sufren.
Nuestra dedicación a esta tarea pastoral está vinculada estrechamente a la opción preferencial por los pobres. El mismo Jesús quiso juzgar la autenticidad de nuestra fe en el amor que tenemos a los hermanos.
El 26 de junio ha sido instituido por Naciones Unidas como “Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas”. Reunidos en Luján con delegados diocesanos de Pastoral de adicciones de todas las Regiones del País, renovamos nuestro compromiso en el servicio a la vida. La vida es un regalo de Dios para la felicidad. Todo lo que nos esclaviza y oprime es contrario al Plan de Dios, que nos ama de verdad.
Al Santuario de la Virgen de Luján peregrinan multitudes de jóvenes y familias cada año. A su cariño de Madre, a su corazón que comprende todos los dolores, confiamos sus hijos más pobres y afligidos.+
Obispo de Gualeguaychú y responsable de la Comisión Nacional de Lucha contra la Drogadependencia, monseñor Jorge Lozano.
Luján (Buenos Aires), 27 Jun. 11 (AICA)