Por Jorge Castro
La población mundial aumenta de 6.900 millones de habitantes en 2011 a más de 9.000 millones en 2050, y a partir de allí continúa creciendo, según acaban de advertir sorpresivamente las Naciones Unidas, hasta alcanzar a 10.000 millones en 2100. Son dos poblaciones como la de India hasta entonces. Además, más de 1.000 millones de personas están hoy subalimentadas.
El cálculo de la FAO es que esto requiere aumentar en 1.000 millones los 2.000 millones de toneladas de trigo, arroz y maíz que fueron producidas anualmente entre 2005 y 2007. Se necesita una producción mayor que el nivel de crecimiento entre 1970 y 2010, en que aumentaron 250%.
Este auge de la producción mundial ocurre cuando se experimenta la mayor transformación de la estructura dietaria de la historia de la humanidad. Según la FAO, 56% de las calorías consumidas en el año 2000 por los países en desarrollo fueron provistas por los granos y sólo 20% por las carnes, lácteos y aceites vegetales. En 2050, la contribución de los granos habrá caído a 46% y las carnes y lácteos habrán aumentado a 29%.
Frente a esta situación todo depende, según la FAO, de un aumento de la producción de alimentos de no menos 70% en los próximos 20 años, y ésta, a su vez, reside esencialmente en el incremento de la productividad.
Por eso, la cuestión central de la producción agrícola mundial es el incremento de la productividad, tanto de la tierra (rendimientos) como de la totalidad de los factores. Esta es la importancia del estudio publicado por la Universidad de Iowa en diciembre del año pasado: The Shifting Patterns of Agricultural Production and Productivity Worldwide, 2010 .
“La agricultura es la antítesis de lo natural”, dice la Universidad de Iowa; y hay una correlación estrecha entre producción y productividad agrícola y su evolución espacial. El SAGE (Center for Sustainabily and the Global Environment) de la Universidad de Wisconsin fija las cambiantes estructuras espaciales de la producción agrícola mundial entre 2005 y 2007, centrándolas en los cinco mayores productores del mundo.
En el trigo, los principales productores son: 1) China, con una producción promedio anual de 103,9 millones de toneladas entre 2005 y 2007 (17% del total mundial); 2) India, 71 millones de toneladas (11,6%); 3) EE.UU, 53,4 millones de toneladas (8,7%); 4) Rusia, 47,4 millones de toneladas (7,8%); 5) Francia, 35,2 millones de toneladas (5.8%).
En el maíz: 1) EE.UU, 294 millones (40,1%); 2) China, 145,7 millones (19,9%); 3) Brasil, 43,1 millones (5,9%); 4) México, 21,2 millones (2,9%); 5) Argentina, 18,9 millones (2,6%).
En la soja: 1) EE.UU, 80,6 millones (37%); 2) Brasil, 53,9 millones (24,8%); 3) Argentina, 41,4 millones (19%); 4) China, 15,8 millones (7,3%); 5) India, 8,9 millones (4,1%).
El área sembrada refleja espacialmente las tendencias centrales de la agricultura global. En 1961 se destinaban 648 millones de hectáreas para la siembra de cereales, y en 2007, eran 700 millones, un escaso incremento en 50 años.
En cambio, la producción de granos de aceites, en especial soja, utilizaba 113 millones de hectáreas en 1961, y eran 250 millones en 2007, más del doble. Específicamente, 56% del incremento de las tierras utilizadas era resultado de la cuadruplicación del área volcada a la producción de soja.
La producción mundial de frutas y hortalizas se concentró en Asia (China) entre 1961 y 2007, donde se incrementó 202,4%, con un aumento del área sembrada de 18,3 millones de hectáreas en la República Popular. Igual ocurrió con la cosecha de granos, en que Asia asumió la producción mundial, con la única y decisiva excepción de la soja, que quedó en manos de EE.UU., Brasil y la Argentina.
La cabeza de la productividad agrícola mundial es Estados Unidos. Después de 1945, el incremento de la productividad es responsable de más del 80% del aumento del producto agrícola norteamericano. En ese período, la productividad manufacturera creció 25%. El agro es el sector más innovador de la economía estadounidense, más que la industria.
El insumo que experimentó la mayor transformación ha sido la fuerza de trabajo, no sólo por su extraordinaria declinación –era 45% del total en 1900, y ahora es menos del 2%–, sino sobre todo por su mayor calificación técnica y educativa.
Este proceso se aceleró después de la Segunda Guerra Mundial. Entre 1949 y 2002, el producto agrícola creció 250%, mientras que cayeron todos sus insumos, en especial la fuerza de trabajo, que disminuyó en más de la mitad, con una caída promedio de 1,74% anual.
En ese período, la cantidad agregada de insumos cayó 0,11% por año; y en los estados en los que este proceso fue más marcado, el uso de insumos en 2002 era sólo 35% del utilizado en 1949. Los farmers no superan hoy los 600.000, y la mayor parte del trabajo agrícola familiar es sólo part-time, como contrapartida de la urbanización generalizada de la producción.
El valor de la producción agrícola estadounidense fue de US$ 12.300 millones en 1924, y trepó a US$ 229.100 millones en 2005, un crecimiento de 3,6% por año. En la segunda mitad de siglo XX la producción agrícola giró del Nordeste hacia el Sur y el Oeste, y se concentró allí.
El crecimiento de la productividad de la tierra (rendimientos) se frenó a partir de la década del 90: aumentaron 2,02% anual entre 1949 y 1990, y luego cayeron a 0,97% por año entre 1990 y 2002.
Lo que aumenta en Estados Unidos es la productividad de la totalidad de los factores, entre otras cosas por la reducción del costo del crédito, esto es, del valor del capital. Por eso, el agro norteamericano tiene hoy la mayor rentabilidad de su historia desde la década de 1950.
Un caso muy notable es el de la Argentina. El especialista Sergio Lence, desde la Universidad de Iowa, realiza las siguientes precisiones. La importancia de la Argentina en el negocio mundial de alimentos es que produce 8,4% del producto agrícola del mundo, y es responsable de 2,9% del comercio global. Lo decisivo de este protagonismo es que es el tercer exportador mundial de soja, después de EE.UU. y Brasil, y el primero de aceite y pasta de soja, en donde responde por 36,1% del total mundial.
El despliegue de la productividad agrícola argentina depende de su vinculación con el sistema político. Señala Lence que la producción agroalimentaria experimentó una crisis estructural en 1946, cuando el sistema entonces gobernante la enfrentó por motivos estrictamente políticos, acusándola de estar vinculada al comercio internacional y al capital extranjero, considerados adversarios de un proceso de afirmación nacional.
El resultado fue que entre 1945 y 1964, cuando el mercado mundial se abrió nuevamente después de la depresión de la década del 30, las exportaciones cayeron 27% con respecto a los niveles de 1925/29, e incluso se hundieron 22% con respecto a los estándares logrados en el período 1930/1939, según subrayó Carlos Díaz Alejandro ( Essay on the Economic History of Argentine Republic , 1970).
En la década del 90, en cambio, se estableció una estructura de incentivos en toda la escala de la producción agroalimentaria. El resultado fue un extraordinario crecimiento de la productividad. En el maíz, el producto por hectárea aumentó de 1,8 toneladas en 1961/63 a 7 toneladas en 2005/07; la soja tenía un rendimiento de 1 tonelada por hectárea en 1961/63 y pasó a 2,8 toneladas; y el trigo se expandió de 1,5 a 2,7 toneladas, un crecimiento de más de 80%.
El potencial productivo del agro argentino, en suma, es equiparable al norteamericano; y el despliegue de su potencialidad depende exclusivamente de su relación con el sistema político, porque la aptitud innovadora de sus productores es equivalente a la de los farmers del Medio Oeste norteamericano.
Clarín, Ieco, 5-6-11