de los bienes en
el pensamiento social cristiano
ACDE, 10 junio
2021
Escrito por Daniel
Martini
El pasado 1° de
junio fui invitado por ACDE a exponer en su ciclo de pensamiento social
cristiano sobre el Destino Universal de los Bienes, en el magisterio del Papa
Francisco.
Lo primero que me
agrada reconocer es que resulta una muy buena noticia que ACDE promueva, anualmente,
espacios de reflexión de la Doctrina Social de la Iglesia. Tal como la definió
el papa san Juan Pablo II en Centessimus annus punto 5 (1991), la DSI es “parte
esencial del mensaje cristiano”. Así que, cuando ACDE genera estos espacios, no
está organizando “actividades extracurriculares”. Está yendo al centro de su
misión.
Tratamos un tema
que resulta central -como intenté demostrarlo- para el pensamiento social
cristiano y para el cuerpo sólido de Doctrina que acumula la DSI, en 130 años
de magisterio pontificio auténtico desde la Rerum novarum de León XIII,
publicada en 1891, hasta la reciente encíclica Fratelli tutti del Papa
Francisco.
Como recomiendan
los que saben de oratoria cuando te has quedado sin tiempo (en este caso, sin
espacio), iré aquí directamente a las conclusiones:
La primera idea
que traté de transmitir es que “El Destino universal de los bienes” es uno de
los principios universales, permanentes y certeros que sostienen -cual
columnas- el edificio de la Doctrina Social de la Iglesia. Un edificio que es
-todo él- Magisterio auténtico. Condición que, ya sabemos, exige adhesión y
aceptación por parte de los fieles. En esta imagen tan apropiada del
“edificio”, el cimiento de la DSI es la dignidad inalienable de la persona
humana creada a imagen y semejanza de Dios y sus columnas son: el Bien Común
(primer y más grande de los principios del pensamiento social cristiano), el
Destino Universal de los Bienes (segundo, como implicación directa del
anterior), la subsidiariedad, la participación y la solidaridad.
Tal como enseña el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004, manual de consulta
imprescindible editado por la Comisión de Justicia y Paz durante el pontificado
de Benedicto XVI), el principio del Destino Universal de los Bienes no se opone
a la propiedad privada (que siempre ha sido sostenida como derecho natural por
el pensamiento de la Iglesia), sino que se realiza a través de ella. La
propiedad privada es un medio y el destino universal, un fin. Podríamos afirmar
que la Iglesia cree tanto en la propiedad privada que sostiene que debe ser
para todos los hombres. «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para
que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a
ninguno» (Centessimus annus, punto 31, san Juan Pablo II). Por eso el Papa
Francisco, en Fratelli tutti 120 condensará todo este pensamiento en su
afirmación que “el derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado
como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino
universal de los bienes creados”.
La tercera idea
que me pareció importante señalar es que desde León XIII hasta Benedicto XVI,
no ha habido fisuras ni ambigüedades en el pensamiento de los Pontífices.
Empezando por León XIII, que en la Rerum novarum (punto 17) aseguró que “el
hombre no debe considerar las cosas externas como propias, sino como comunes”,
hasta Benedicto XVI y pasando por Pablo VI, cada uno fue más claro que el
anterior sobre este principio. Pero si hay que mencionar un hito, en mi humilde
opinión, podría ser el punto 14 de Laborem excercens (encíclica de San Juan
Pablo II de 1981), cuando el Papa afirma que el pensamiento social cristiano
“se diferencia al mismo tiempo, del programa del capitalismo, practicado por el
liberalismo. En este caso, la diferencia consiste en el modo de entender el
derecho mismo de propiedad. La tradición cristiana no ha sostenido nunca este
derecho como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido (…)
subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes”. Es
decir que, para San Juan Pablo II, la diferencia entre la DSI y el capitalismo
es precisamente la negación de éste a aceptar la subordinación del derecho de
propiedad privada al uso común de los bienes.
Después de este repaso
por la tradición centenaria del Magisterio auténtico, nada que haya dicho el
Papa Francisco podrá sorprendernos. Es más, mi conclusión es que nuestro actual
Papa no hizo más que ratificar un principio que en la historia de la Iglesia no
tuvo dobleces. Y lo hace con un registro de ternura: en Fratelli tutti quiere
“reproponer” el destino universal de los bienes. No quiere imponerlo. Porque
acepta que sólo puede ser entendido en la “lógica del Evangelio”: “Sin dudas,
se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras
sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que
brotan de la inalienable dignidad humana, es posible pensar una nueva
humanidad. Es posible pensar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo
para todos. Este es el verdadero camino de la paz” (Fratelli tutti 127)
Por último, no
debe pasar inadvertido que, para esta tarea, considera en primer lugar y con
inmensa valoración positiva a los empresarios: “la actividad de los empresarios
es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para
todos. (…) estas capacidades de los empresarios son un don de Dios, tendrían
que orientarse al desarrollo de las demás personas y a la superación de la
miseria, especialmente a través de la creación de fuentes de trabajo
diversificadas” (Fratelli tutti 123)
Leyendo al Papa
Francisco, en su llamado a la santidad de los empresarios, no podemos menos que
encontrar ecos de la vida de Enrique Shaw que sin dudas es el modelo de
empresario cristiano que el Papa guarda en su corazón.