Aica, 20-4-18
Apunte preparado por monseñor Héctor Aguer, arzobispo
de La Plata, para su intervención en una mesa-debate que iba a ser expuesta en
el Colegio de Médicos de La Plata, el 22 de marzo de 2018, pero esa disertación
se suspendió a raíz de una protesta de un gremio de profesionales de la salud
bonaerense, que consideró “una provocación” la presencia del prelado platense
1. La primera afirmación que es preciso hacer, o
eventualmente discutir en el nivel que corresponde, es de carácter científico.
Lo formulo en estos términos: el fruto de la concepción, es decir, cuando la
cabeza del espermatozoide ya ha penetrado en el núcleo del óvulo, es un ser
humano; la unión de los gametos produce una persona humana, aún antes de la
anidación, cinco o seis días después, a partir de la cual se seguirá su
desarrollo en el nido que es el seno materno. Es una nueva criatura, un ser
nuevo se ha hecho presente. Los estudios de genética y de embriología cumplidos
durante el siglo XX -pienso singularmente en el aporte decisivo del candidato
al premio Nobel Jerôme Lejeune- no parecen dejar lugar a dudas. A este
propósito hay que despejar la equívoca postura de quienes sostienen que la
mujer es dueña de su cuerpo. Lo es, sin duda, pero el fruto de su concepción no
es una parte o un apéndice de su cuerpo, sino otro ser humano con otro ADN, es
ya desde el inicio XX o XY, varón o mujer; por lo tanto no tiene derecho a
eliminarlo, ni ella ni nadie. Al contrario, debe ser protegido y cuidado para
que llegue a ver la luz del sol, gozar de la libertad y llegar a la meta de su
plena realización. En mi opinión, es el conocimiento del genoma humano el
primer apoyo para rechazar una legislación que, al despenalizar el aborto lo
declara inocuo, una conducta protegida por la ley; en una decisión semejante se
viola una certeza científica. Llaman la atención declaraciones recientes del
Ministro de Ciencia y Tecnología de la Nación; su postura atrasa casi un siglo,
y podría ser emparentada con ideologías que han producido consecuencias
funestas.
2. La segunda cuestión es filosófica. Desde el
instante mismo de la concepción actúa un principio que guía el crecimiento y la
organización definitiva del embrión. La filosofía de Occidente ha llamado alma
a ese principio de vida. Se trata de un principio vital general que, en el ser
humano se manifestará progresivamente como principio de conocimiento, voluntad
y conciencia. Platón, en su Diálogo “Fedro” escribió: desde dentro se mueve de
por sí. Aristóteles lo expresó más exactamente precisando la relación
cuerpo-alma en su teoría hilemórfica. El alma es la forma del cuerpo; con él
constituye el compuesto que es el ser humano. El microscópico embrión ya lo es.
Esta afirmación implica que existe una ratio, un orden metafísico de la
condición humana, una naturaleza humana. Según la fe cristiana, el alma es
creada inmediatamente por Dios. El materialismo, sobre todo en sus formas
extremas, niega esa verdad filosófica supraconfesional, que han sostenido
incluso los enciclopedistas anticatólicos del siglo XVIII. La visión teológica
del problema, a la que me referiré más adelante, asume y completa esta
consideración desarrollada en la cultura de Occidente, pero que se encuentra
aun esbozada en los pueblos primitivos.
3. La cuestión jurídica. El derecho a la vida del
embrión humano desde el instante mismo de la concepción está tutelado por
tratados internacionales a los cuales ha adherido la República Argentina y que
tienen rango constitucional; me refiero, por ejemplo al Pacto de San José de
Costa Rica. Para legitimar el aborto habría que anular el artículo 75 de
nuestra Carta Magna. Resulta incomprensible la posición al respecto de
numerosos legisladores, y peor aún ciertos pronunciamientos de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación, que ha avalado fallos inconstitucionales. ¿Tendremos
que reconocer que en nuestro país no existe una plena seguridad jurídica? A las
gravísimas fallas que se atribuyen actualmente a la administración de la
justicia, se sumaría esta nueva iniquidad. El tercer poder del Estado
compartiría la corrupción que se ha detectado en los otros dos. No me refiero
en este caso, en primer lugar, al vicio del enriquecimiento ilegítimo, sino a
la perversión del sentido mismo del Derecho.
Conozco algún caso en el que un embrión ha sido
favorecido con una herencia, y ha sido reconocido por la justicia como
heredero. El proyecto que se discutirá próximamente despenaliza el aborto hasta
la decimocuarta semana del embarazo, cuando el fruto de la concepción mide
aproximadamente diez centímetros y tiene un corazón que late. ¿Cómo se lo puede
llamar? Es, sin duda un niño por nacer. No hay derecho a privarlo de la vida, a
impedirle que nazca.
La dimensión jurídica del asunto está estrechamente
ligada a la política, sobre la que trataré después. Existen lamentables
antecedentes de los proyectos que ahora circulan. En abril de 2015, el
Ministerio de Salud de la Nación “colgó” en su página web un “Protocolo para la
atención integral de las personas con derecho a la interrupción legal del
embarazo”, que ha sido referido a la Ley 25.673, la cual excluye los métodos
abortivos del suministro de anticonceptivos. Se impuso el mencionado Protocolo
sin advertir que violaba la disposición en la cual pretendía basarse, ignorando
las jurisdicciones provinciales, ampliando los supuestos previstos en el Código
Penal y limitando la objeción de conciencia. Es el colmo de la arbitrariedad;
con disposiciones aparentemente legales, y por cierto ilegitimas, se trastorna
el orden de la Justicia. ¿Quién podrá confiar en ella, si es manipulada de esta
guisa? Es antijurídico, inconstitucional, insensato, postular el aborto como un
derecho de la mujer. Resulta escandaloso que la Directora para las Américas de
Amnistía Internacional reclame al Estado argentino que reconozca el derecho de
las mujeres a abortar; lo acusa de “violencia institucional”. Más que
escandaloso es diabólico.
A este capítulo corresponde un reclamo: facilitar los
trámites de la adopción mediante una renovación de ese instituto. Hay padres
que tienen hijos sin querer tenerlos, y padres que los desean y no pueden
tenerlos. Es una cuestión de justicia, y una alternativa al aborto, resolver
esta desigualdad.
4. La cuestión del aborto también puede abordarse
asumiendo una variada perspectiva sociológica. La reivindicación de la libre
interrupción del embarazo, o de su despenalización, que implica lo primero, es
una bandera de la burguesía, ámbito en el cual pueden coincidir posiciones
liberales o neoliberales y de extrema izquierda. Digo esto con todo respeto por
las personas, y comprensión del drama que enfrentan muchas mujeres,
especialmente jóvenes. La palabra burguesía ha caído en desuso, ni los
marxistas la emplean ya. Mi sugerencia puede corroborarse observando con
atención a quienes participan en las marchas que se realizan periódicamente y
que se han intensificado en las últimas semanas; es penoso constatar la
presencia de muchas jóvenes universitarias, ideologizadas en sus respectivas
Facultades. Lo mismo puede decirse de algunos medios de comunicación, copados
por los lobbies feministas o del “Colectivo LGBT”. Mi experiencia pastoral en
las zonas periféricas me indica que las jóvenes pobres consideran al hijito como
una riqueza, cualquiera haya sido la circunstancia en que fue concebido.
Nuestro programa de acompañamiento y ayuda integral a la mujer embarazada, en
la Arquidiócesis de La Plata, tiene por finalidad la protección de esa nueva
vida y su dichoso nacimiento. Todos los años celebramos solemnemente en la
Catedral el bautismo de esos niños, salvados de las garras de los nuevos
Herodes, el victimario de los Mártires Inocentes, cuyas madres desean hacerlos
cristianos. Aclaro, no obstante, que el servicio que presta la Arquidiócesis
está abierto a toda mujer embarazada, sea creyente o no, o pertenezca a otra
confesión religiosa.
5. La referencia precedente me acerca a la dimensión
psicológica del asunto. Podría decir socio-psicológica. Para ello debo aludir
antes a la condición femenina. La ideología de género y sus aplicaciones
consideran la maternidad como una imposición arbitraria a la mujer si no se le
concede el derecho de abortar. Es innegable que los cambios culturales han
favorecido una amplia participación femenina en la vida social, económica y
política y que el varón ha exhibido y exhibe todavía un predominio abusivo en
muchas áreas. La dignificación de la mujer ha sido un fruto del cristianismo,
que afirma que la persona humana más insigne que existe es una mujer, la Virgen
María. San Juan Pablo II es el autor de un documento clave para comprender la
posición de la Iglesia, la encíclica Mulieris dignitatem. Una cierta
impostación del feminismo pretende desconocer la diversidad varón-mujer y el
valor inestimable de la maternidad. Con ocasión de la marcha del 8 de marzo
pasado, un diario importante presentaba como signo de sometimiento que 9 de
cada 10 mujeres se ocupen de las tareas domésticas. Sabemos muy bien que más
allá de esas cifras, muchos varones cambian al bebé, llevan los chicos al
colegio, preparan la comida y lavan los platos sin desmedro de su condición
viril; lo que no ocurría décadas atrás. Recuerdo una frase de Eva Perón, en un
mensaje suyo a un Congreso de Mujeres realizado en Barcelona; decía: “Nuestro
siglo –por el XX– será recordado como el siglo del feminismo victorioso: la
victoria del feminismo consiste en la indisolubilidad del matrimonio y la
presencia de la mujer en el hogar”. Esa mujer extraordinaria que fue Evita
trabajó muchísimo por la promoción de la mujer. Su obra y su mensaje son un fruto
del humanismo cristiano.
La maternidad es lo más bello que puede ofrecer al
mundo una mujer, y ella sola puede darlo; la contribución viril es de otro
orden, e incomparable. En el relato bíblico de la creación la primera mujer
recibe este nombre: Eva; en hebrero se dice Jawwá, vocablo que en esa lengua
suena parecido al verbo que significa vivir. Se la llamó así porque ella es la
madre de todos los vivientes (cf. Génesis 3, 20).
En lo que hace más concretamente a la cuestión
psicológica, es bien conocida la situación llamada síndrome post-aborto y la
dificultad de superarla. La experiencia pastoral de los sacerdotes registra una
dolencia análoga, de orden espiritual: mujeres que vuelven a confesar que han
abortado, aunque ese pecado ya les ha sido perdonado en confesiones anteriores,
pero cargan con el peso agobiante del sentimiento de culpa, y es preciso
consolarlas y animarlas espiritualmente para que gocen de la libertad cristiana
y enfrenten la vida con alegría. Los partidarios de liberalizar el aborto, ¿han
contemplado alguna vez esta sangrienta operación? Al niño por nacer –porque
esto es una personita de 14 semanas- se lo va extrayendo a pedazos, que acaban
en un tacho de residuos biológicos. Se pueden ver imágenes escalofriantes de lo
que ocurre en algunos países inveteradamente abortistas. No hay siquiera un
cementerio para esos niños asesinados.
6. La cuestión política. Esta dimensión del asunto
está referida al principio del Bien Común, que es la finalidad de la vida
política, y asimismo al cuidado de la población, que es tarea indelegable del
Estado. La virtud por excelencia del político es la prudencia, que no consiste
en el medroso o interesado equilibrio entre posiciones contrastantes sino en la
realización del bien objetivo de la sociedad. En algunos países, de modo
persistente, el aborto ha sido promovido como un método de control de la
natalidad, junto con los otros procedimiento de anticoncepción artificial que
el Beato Pablo VI declaró inmorales en la encíclica Humanae vitae tradendae, de
cuya publicación se cumplirá medio siglo el próximo 25 de julio. La promoción
del aborto o de los otros procedimientos antinatalistas ha sido considerada
estratégica para los Estados Unidos en el célebre Informe Kissinger, y se
procuró extender esa política a las zonas de su influencia imperial. Una
política suicida, que lleva al envejecimiento de la población. Varios países
han reconocido esta consecuencia; China ha abandonado su política del hijo
único, sostenida férreamente por la dictadura comunista, y Francia ofrece ahora
subsidios a las familias con tres o más hijos. La Argentina posee un inmenso
territorio semipoblado, y nunca se sostuvo en el tiempo una seria política de
población. Si nos atenemos a la consigna de Juan Bautista Alberdi, “Gobernar es
poblar”, se puede decir entonces que ha sido y es un país desgobernado, o mal
gobernado. ¿Quién habitará en el futuro nuestro territorio?
La alternativa al aborto es, como se dice, la prevención.
Durante décadas esta consistió y consiste aún en la distribución masiva de
preservativos y anticonceptivos; por lo visto, ha fracasado. La Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, hace unos años, presentó su programa que circula en internet,
llamado significativamente “Chautabú”, con errores científicos que en su
momento señalé a las autoridades; pero a los ideólogos les importan poco las
verdades científicas. La alternativa auténtica es una educación sexual
integral, una educación para el amor, la castidad, el matrimonio y la familia.
Sería este el “tabú” al que habría que despedir con un “chau”, según el
gobierno porteño. Por lo menos, si la actividad política no puede atribuirse
semejante tarea educativa, y bien hecha, podría intentar algo para detener el
derrumbe moral que protagoniza y sufre nuestra sociedad en todos los ámbitos en
los que se ceba la corrupción. También la deseducación creciente respecto del
sentido y valor de la sexualidad humana y el acceso prematuro de los
adolescentes a la experiencia sexual, exacerbado por la difusión de la
pornografía y los ejemplos negativos del mundo de la farándula. Control de la
natalidad es el nombre elegante del onanismo, así llamado por referencia al
crimen de Onán, hijo de Judá, que cada vez que se unía a Tamar, viuda de su
hermano, sabiendo que según la ley del levirato la descendencia no le
pertenecería, derramaba el semen en la tierra (Gén. 38, 9). Sigmund Freud en su
“Introducción al Psicoanálisis” lo considera una impudicia y una perversión por
impedir la finalidad esencial de la sexualidad, que es la transmisión de la
vida.
Se trata de decisiones políticas, en el más noble
sentido de la palabra. El Presidente de la Nación ha manifestado su posición
personal a favor de la vida, pero lo que aquí cuenta no es su posición
personal, sino su posición política. Una muestra insigne de buena política la
ha dado el Dr. Tabaré Vázquez, Presidente de la República Oriental del Uruguay,
que no es creyente y procede de la extrema izquierda. Pero es un médico, no un
empresario.
7. Concluyo apuntando el nivel teológico del problema.
El aborto ha sido llamado por el Concilio Vaticano II crimen abominable
(Constitución Pastoral Gaudium et spes, 51). Se trata de una posición constante
e invariable de la Iglesia, basada en el quinto mandamiento del Decálogo de la
Torá bíblica, la enseñanza del Nuevo Testamento y la unánime Tradición
eclesial: No matarás. Además, se puede añadir una razón cristológica. Nuestro
Señor Jesucristo fue un embrión, plasmado virginalmente de un óvulo de María
por la misteriosa acción del Espíritu Santo, sin intervención de varón; fue un
feto, un niño por nacer. Según la fe cristiana, el Hijo eterno de Dios tomó una
naturaleza humana, para rescatar y elevar desde dentro a la naturaleza humana;
posee un cuerpo formado de la Virgen María y un alma humana creada por Dios en
el instante de la encarnación. La segunda Persona de la Santísima Trinidad
compartió nuestra condición humana también desarrollándose por nueve meses en
el nido del seno materno. El que es verdadero Dios desde toda la eternidad, es
verdadero hombre desde su concepción en el seno de su Madre Santísima. Muerto y
resucitado, el Hombre-Dios reina con el Padre y el Espíritu Santo, en la máxima
realización de la condición humana. Es esta la razón teológica que compartimos
con nuestros hermanos ortodoxos y con otras confesiones cristianas.
La convicción contraria al aborto es ecuménica; señalo
la excelente declaración publicada recientemente por la Asociación Cristiana de
Iglesias Evangélicas de la República Argentina. Entiendo asimismo que en el
judaísmo y en el Islam existen mayoritarias posiciones antiabortistas.
El conjunto de facetas que he expuesto, y que son
complementarias, muestra que la postura de la Iglesia no puede ser
descalificada como “fundamentalismo religioso”, según afirman algunos con
ligereza.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata y académico
de número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Política