Silvio Brachetta
Osservatorio
Internazionale Cardinale Van Thuan, 2016-05-17
Israel no ha sido nunca un pueblo con vocación al
desorden. Ya en el Génesis algunas genealogías fijaban las descendencias de
manera ordenada. Las genealogías recurren a menudo en las Sagradas Escrituras,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. El pueblo se organiza en las
doce tribus de las cuales, en el libro de los Números, se describe el censo por
mandamiento de Dios.
En el desierto, el suegro de Moisés, Jetro, le convence
para que elija a los jueces con el fin de que sean constituidos sobre Israel,
poniendo a «unos de ellos a cargo de mil personas, a otros a cargo de cien, a
otros a cargo de cincuenta, e incluso otros a cargo de diez»[1]. El pueblo de
la Alianza, como por otra parte también otros pueblos, no está formado por una
masa homogénea, sino que está agrupado con orden desde los tiempos más
antiguos, tanto en los periodos de paz como durante las guerras. Entre el
individuo y el rey surgen, con el pasar del tiempo, cuerpos sociales
intermedios, en su mayoría siguiendo las proporciones del quíntuplo, del
décuplo o del céntuplo.
En la montaña, cerca del lago Tiberiades, Jesús está rodeado
por una multitud de al menos cinco mil personas[2]. Antes de la multiplicación
milagrosa de los panes y de los peces, el Señor dice a los discípulos: «Haced
que se sienten en grupos de cincuenta»[3]. San Agustín dice que el número cinco
simboliza a aquellos que están bajo la ley, de lo que el Pentateuco es la
figura[4]. Y Orígenes presenta el «cincuenta» como la «cifra que implica el
perdón, según el misterio de los jubileos, que se celebran cada cincuenta años
»[5]. Existe, por lo tanto, un vínculo arcano entre el orden social
israelítico, expresado por el número y el tiempo, y la salvación, que se
realiza en la ley (justicia), en el arrepentimiento y en el perdón
(misericordia).
Además, la sociedad está fundada sobre la familia que
es la «célula originaria de la vida social»[6] porque «Dios creó al hombre a su
imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó»[7].
Los gremios
La Doctrina Social de la Iglesia habla de los cuerpos
sociales intermedios, empezando por la primera encíclica social, la Rerum
Novarum de León XIII[8]. El Papa, en este pronunciamiento, quiere reafirmar la
importancia de los gremios en base al modelo de los medievales, para apaciguar
a obreros y capitalistas, desgarrados en el siglo XIX por la lucha de clases de
matriz socialista.
El Papa presenta a los «antiguos gremios de artesanos» como
«instituciones mediante las cuales atender convenientemente a los necesitados y
acercar más una clase a la otra»[9]. En ellos están contenidos otras
realidades, como las «sociedades de socorros mutuos», las «entidades diversas
instituidas por la previsión de los particulares» y los «patronatos»[10].
Las
sociedades de socorros mutuos, en particular, están destinadas «a proteger a
los obreros, amparar a sus viudas e hijos en los imprevistos, enfermedades y
cualquier accidente propio de las cosas humanas», mientras que los patronatos
se fundan «para cuidar de los niños, niñas, jóvenes y ancianos»[11].
Una buena descripción de lo que fueron los gremios
medievales la podemos encontrar en una exposición Vera Zamagni[12], según la
cual los gremios no eran sólo organizaciones de artesanos productores, sino que
en origen «tenían un significado mucho más general»: «se trataba de cualquier
organización electiva (por lo tanto, no generada por vínculos de parentela o de
clan o de pertenencia a un patrón), en la que las personas se unían para
alcanzar un fin común». Por consiguiente, eran gremios –explica Zamagni– las
universidades, las lonjas, las compañías e incluso las hermandades y los
monasterios. Las universidades «eran gremios de docentes y estudiantes que,
libremente, investigaban, enseñaban y aprendían». Las lonjas «eran
organizaciones que individuaban las reglas del comercio y las hacían respetar».
También lo eran las compañías «que ejercían una particular forma de actividad
económica» y las hermandades, formadas por «laicos que preparaban las fiestas
religiosas». Incluso los monjes representaban un gremio cuando «se reunían [en
el monasterio] para rezar a Dios y hacer el bien al prójimo».
Es interesante
observar que «en estas organizaciones no había ninguna autoridad que pudiera
tomar el mando por ser "investido" desde las alturas, ya que eran
asociaciones horizontales». Los cargos, por consiguiente, «eran electivos a
rotación». Zamagni observa que «los instrumentos de la democracia moderna (el
balotaje, por ejemplo) se inventaron en los monasterios, pues estos fueron los
primeros "gremios" que se afirmaron en orden cronológico sobre las
ruinas del imperio romano».
Todo esto formaba parte de un corpus en el que se
expresaban las libertates –las libertades– de las personas. Por lo tanto, si se
quiere buscar el origen del vivir insertado en la liberalidad de Dios, hay que
buscarlo sobre todo en el Medioevo cristiano.
Los cuerpos sociales y la realeza de Cristo
León XIII se lamenta en la Rerum Novarum de que con la
supresión en el siglo XVIII de los gremios de artesanos, «sin ningún apoyo que
viniera a llenar su vacío», el resultado es que mientras se desatendían «las
instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el
tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a
la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los
competidores»[13].
De aquí surgen los grandes males de la usura, de la
especulación y del monopolio pues «las relaciones comerciales de toda índole se
hallan sometidas al poder de unos pocos», hasta el punto de que «un número
sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo
de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios»[14]. Aquí el
Pontífice parece captar el núcleo de la "cuestión social" del siglo
XIX.
La solución que propone es coherente, en relación a la historia de la
salvación y a la realidad de la creación. Las partes sociales son como los
órganos del cuerpo humano: completamente individuados, sin embargos necesitan
continuamente los unos de los otros. Y, como el cuerpo humano, también el
cuerpo social necesita «aquella proporcionada disposición que justamente
podríase llamar armonía»[15].
Dios, entonces, dispuso mediante la naturaleza que «en
la sociedad humana, dichas clases gemelas [ricos y proletarios] concuerden
armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio» pues –continúa León
XIII–, «el acuerdo engendra la belleza y el orden de las cosas; por el
contrario, de la persistencia de la lucha tiene que derivarse necesariamente la
confusión juntamente con un bárbaro salvajismo»[16]. Ahora bien, es evidente
que un discurso de este tipo, referido a los cuerpos sociales intermedios,
puede darse solamente en la sociedad cristiana, donde el Dios de la paz es el
centro: «para acabar con la lucha y cortar hasta sus mismas raíces, es
admirable y varia la fuerza de las doctrinas cristianas»[17].
El corporativismo se convierte en sinónimo de egoísmo
En cierta medida, los gremios de inspiración cristiana
volvieron a surgir, pero en paralelo a organizaciones análogas que imitaban
sólo su forma. Este renacimiento del corporativismo católico a finales del
siglo XIX y principios del siglo XX -bajo la forma del sindicato y de la unión
de trabajadores- ocurrió cuando arreciaba el sindicalismo "rojo" de
matriz social-comunista, centrado totalmente en el perenne conflicto entre los
propietarios y el proletariado. Fue precisamente el sindicalismo
"rojo" el que prevaleció sobre el "blanco" (católico),
hasta la llegada del Fascismo (y después de su caída), cuando se impuso el
corporativismo llamada "negro".
El corporativismo de timbre comunista o fascista está
muy lejos del ideal católico, por evidentes contradicciones internas, por la
base solipsista y por el impulso ateísta que lo anima. La base del
social-comunismo, en especial, es la lucha de clases -en resumen, el odio- y
tiende a la colectivización forzada de los bienes, como también a la abolición
de la propiedad privada, que es un principio fundamental -y defendido-, de la
Doctrina Social de la Iglesia.
En el opuesto lado político, Mussolini impuso el
corporativismo como alma del fascismo, con la peculiaridad de un sistema
embridado, en un régimen de total sujeción al estado totalitario. Tanto en la
variante "roja" como en la "negra", los gremios son rehenes
de un grotesco circuito de intereses de las partes, ajeno a cualquier pasión
por el bien común. Se impuso el egoísmo en lugar de la solidaridad entre las
partes y el arbitrio en lugar de la justicia.
Durante el siglo XX se fueron
imponiendo, para hostilizar históricamente la solución propuesta por el
Magisterio en lo concerniente a la cuestión social, otros errores relacionados
con la modernidad y con la elección anticristiana de los regímenes y de los
pueblos: el liberalismo, el utilitarismo, el radicalismo de impronta anárquica,
el relativismo, el individualismo.
A día de hoy, alejados de la societas cristiana, la
praxis y el fin de los cuerpos sociales son prácticamente diferentes en todo a
las indicaciones de la Iglesia y oscilan entre el odio de clase, nunca
extinguido, y el individualismo más exasperado.
[1] Ex 18, 21.
[2] Cf. Mt 14, 13-21, Mc 6, 30-44, Lc 9, 10-17, Gv 6,
1-13.
[3] Lc 9, 14.
[4] Cf. Sant’Agostino, Commento al Vangelo di
Giovanni, Omelia XXIV, 6.
[5] Origene, Commento al Vangelo di Matteo, Libro XI,
3.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2207.
[7] Gen 1, 27.
[8] León XIII, Carta encíclica Rerum Novarum, 15 de mayo
de 1891.
[9] Ibid., n. 34.
[10] Ivi.
[11] Ivi.
[12] Vera Zamagni, “Mutualità, corpi intermedi e
protagonismo sociale”, intervento al Seminario dal titolo: Riforme
istituzionali e sussidiarietà: strumenti per una cittadinanza attiva, Torino,
05/05/2012.
[13] Rerum Novarum, cit., n. 2.
[14] Ivi.
[15] Ibid., n. 14.
[16] Ivi.
[17] Ibid., n. 15.