Por Julio Conte-Grand
| Para LA
NACION, 25-8-15
Charles Darwin se encuentra enterrado en la Abadía de
Westminster, en Londres. Sin embargo, por los aportes que realizó a la ciencia,
podría decirse que hasta hoy no ha muerto. Su principal elaboración
intelectual, la teoría de la evolución de las especies, se ha mantenido viva
desde su presentación -no del todo original- en 1859 en la obra El origen de
las especies y ha generado desde entonces, como es sabido, fuertes polémicas,
debates, apoyos y cuestionamientos.
En su descripción más popular, una versión algo burda
de la tesis, se sostiene que "el hombre desciende del mono". Una
afirmación genealógica que en realidad intenta manifestar que las especies
vivas mutan durante el tiempo y que, conforme esa teoría, por ejemplo, se
evoluciona progresivamente desde una especie de primate (inferior) a otra
(superior).
Ha surgido, un siglo y medio después, una línea de
pensamiento, por el momento germinal, que representa una sentencia de muerte
para la teoría de Darwin, ejecutada por una vía y autores impensados.
Desde esta nueva corriente se afirma que
correspondería otorgar la categoría de persona -persona "no humana",
se aclara- a los animales, con la finalidad de reconocerles, entre otros, los
derechos ambulatorios y de libre circulación. En la ciudad de Buenos Aires el
debate se originó a partir de la situación de una orangutana llamada Sandra. El
reclamo excede el mero objetivo de tutela y el fundamento para otorgar los
derechos exigidos luce ciertamente exuberante.
Como expresión de un valor propio del ser humano,
tradicionalmente se entendió que era bueno evitar la crueldad con los animales.
En el mismo sentido se veía en el darles protección: una manifestación,
precisamente, de humanidad. Ése era el límite del resguardo. El sistema
jurídico reconoce personalidad sólo a los seres humanos o a uniones de éstos,
las denominadas personas jurídicas, como derivación de la naturaleza social del
hombre. En definitiva, una consecuencia del principio según el cual todo el
Derecho está constituido en razón del hombre, tal como se ha afirmado desde
antiguo ("hominum causa omne jus constitutum est") y se encuentra
establecido en nuestro país en el ordenamiento de derecho privado.
La idea de otorgar personalidad jurídica a los
animales, amén de configurar una ruptura con la visión clásica y un abierto
rechazo a pautas distintivas básicas de naturaleza metafísica y antropológica,
representa la literal y fatal descalificación de la teoría darwiniana, ya que,
parte importante de esa misma corriente de pensamiento, al tiempo que reclama
el reconocimiento de la personalidad de los animales no humanos, se la niega a
los embriones humanos.
Una suerte de darwinismo, pero en sentido contrario.
Porque si el embrión humano no es persona y el orangután sí lo es, es evidente
que éste debe entenderse como una etapa evolucionada de aquél. Se postula, en
consecuencia, que el ser humano, en alguna de las etapas de su vida, constituye
una instancia evolutiva inferior a la de los monos. ¿Entonces el mono desciende
del hombre?
En tal estado de cosas urge rescatar el valor del
orden natural, que se arraiga en el orden sobrenatural, como un principio
elemental de la ciencia y de los saberes en general, que trasciende los
tiempos.
En la Abadía de Westminster, ahí donde descansa
Darwin, a unos metros de su tumba, yace sepultado también Isaac Newton, a quien
debemos la apreciación de las características intrínsecas de la ley de la gravitación
universal, como rotunda manifestación de la naturaleza. Al tomar conocimiento
de estas nuevas ideas, Darwin y Newton, en un diálogo hipotético, aprovecharán
los silencios de la impactante Abadía londinense para preguntarse mutuamente
qué es lo que hicieron mal.
Procurador general de la CABA