Josep Miró i Ardèvol
ForumLibertas, 5-8-15
No debemos buscar en la sociedad lo que solo Dios
puede darnos. Nuestra misión no es construir la sociedad perfecta, porque tal
cosa no existe. Venga a nosotros tu Reino, decimos, y no vayamos nosotros a él.
Es Dios quien puede. Por eso afirmamos “hágase tu voluntad”. Nos sometemos
libremente a Dios. La tarea es mostrar a la sociedad el camino a Dios, es
decir Jesucristo, enseñar sobre su
palabra y sus actos; su persona. Proclamar de manera visible y accesible la
Buena Nueva. Y esta proclamación exige amar a nuestros semejantes, como fruto
del sentimiento o de la voluntad, porque así amamos y servimos a Dios. Es lo
que nos conduce a trascender, a salir de nosotros mismos; es decir de nuestros
intereses, por muy buenos y dignos de elogio que sean, para también ocuparnos
de las necesidades de los demás. Esta ocupación podemos desarrollarla bajo dos
tipos de acciones distintas. Una la ayuda, la solidaridad concreta a quien lo
necesita, la otra construyendo las condiciones para que crezca el bien común.
No son dos vías incompatibles, su excelencia se encuentra en su
complementariedad, pero hay dos errores
que debemos evitar.
Uno de ellos es
pensar que la injusticia creciente del mundo, los grandes riesgos de la
sociedad se corrigen solo con la solidaridad. Sin ella el corazón puede
secarse, solo con ella se puede incurrir en convertirnos en válvula de escape
de la injusticia. Hay que aliviar a la
gente que por su situación en la nave se está ahogando por el agua que entra
por las vías abiertas, pero también hay que reparar el casco y cuestionar a
quienes llevan el timón de tan mala manera.
El otro es traducir la llamada a la transformación
social situando la ideología por encima de la doctrina de la Iglesia. Proclamar
nuestra particular respuesta política, económica, social, por encima de ella,
sin reparar en las contradicciones y renuncias que entraña. Esta forma de
operar destruyo la Cristiandad, y hace
tiempo que está en la raíz de la destrucción evidente de Europa. La política, la economía, están al servicio
de la realización de la Fe, y no a la inversa, y lo están en el marco de la realidades
autónomas, porque gozan de leyes propias, pero autónomas, no es sinónimo de
independientes, sino todo lo contrario. Significa que en determinados aspectos
están sujetos a un marco superior.
Procurar el bien común no es perseguir el abstracto universal,
del interés general, que acaba designando el interés del poder, ni tan
siquiera podemos confundirlo con el bien
de la mayoría, porque esto conduce a la explotación de quienes son menos.
Procurar el bien común significa construir las condiciones concretas que
permiten a cada persona desarrollar de manera armónica todas sus dimensiones
humanas, de la que la espiritual, la experiencia personal y colectiva de Dios,
es una de constituyente. Esto significa
capacidad de analizar y diagnosticar la realidad, y este es el gran papel de la doctrina social
de la Iglesia nos otorga la visión y nos señala los instrumentos que pueden
aplicarse, como el principio de subsidiariedad, o el de participación para
apuntar dos de ellos.
Pero la gran tarea es desarrollar las aplicación a la
realidad diagnosticada, porque sino la
DSE también se convierte en un
abstracto universal, sin aplicación en la realidad humana, un artilugio
desencarnado, de un fe que surge de la encarnación, un absurdo en definitiva
Ese es el gran vacío y la gran tarea que no se acaba
de entender, de manera que acumulamos encíclicas sociales, como la última de
Francisco, la Laudato si’, sin sentirnos impelidos a preguntarnos, y esto, cómo
lo llevamos a la práctica, justificándonos con la falsa idea de que la DSE no
es un programa. ¡ Claro que no lo es, es mucho más. Es el cuerpo doctrinal del que surgen programas, políticas públicas,
políticas de empresa, transformaciones económicas; aplicaciones en definitiva.
No hay cristianismo solo con palabras por importantes
que sean. De ahí lo determinante del testimonio cristiano, es decir de su
practica para llevarlo a cabo. ¿Porque extraña razón la DSE debe ser una excepción a esta regla
fundamental? ¿Porque para empezar por lo
último no hemos de responder a la cuestión de cómo aplicamos la Laudato si’,
ahora y aquí?