Por Roberto Bosca
LA NACION,
18-6-15
Una característica del papa Francisco que imprime un
rasgo distintivo a su pontificado es la presentación del mensaje cristiano de
modo concreto y encarnado, tanto en la realidad personal como en la social. La
perspectiva social adquiere en su magisterio una dimensión muy nítida y
significativa.
Esto puede constatarse desde la exhortación
programática Evangelii Gaudium, donde al menos dos de sus capítulos están
consagrados a esta materia, al punto de que uno de ellos lleva por titulo
"La dimensión social de la evangelización". Entonces, el propio autor
advirtió que no se trataba de un documento social. Ahora, sin embargo, éste ha
llegado, siguiendo una tradición inaugurada por León XIII en su célebre Rerum
Novarum.
La nueva encíclica, que hoy será dada a conocer en el
Vaticano, fue preanunciada en el mismo nombre del Papa, puesto que Francisco de
Asís fue proclamado por Juan Pablo II como el patrono de la ecología en una
bula donde menciona el Cántico de las criaturas, cuyas primera palabras dan el
nombre a la encíclica, Laudato sii (Alabado seas).
Al elegir llamarse Francisco, Jorge Bergoglio dio toda
una definición no sólo respecto de los pobres y el espíritu de paz, humildad y
mansedumbre: recordemos que el poverello de Asís -como el propio Papa lo
explicó en el despuntar de su pontificado- es también el hombre que ama y
custodia la creación.
Ésta es la primera encíclica social dedicada
íntegramente a la ecología, un asunto que sus antecesores, a partir de Pablo VI
(y podemos mencionar a Pío XII antes que él) habían tratado fragmentariamente.
Francisco lo aborda ahora de un modo integral, en un texto unitario y con su
personal estilo, pero siguiendo ese mismo camino: tradición e innovación (una
cualidad que suele caracterizar a las personalidades más integradas) se podrán
conjugar así de un modo admirable en la nueva carta.
Ese enfoque seguramente parta del tratamiento de la
cuestión como un problema antropológico y no sólo como un asunto económico,
político o ideológico. En esta ardua temática hay quizás escondidos elementos
de naturaleza filosófica cuya importancia acaso iguale e incluso supere tópicos
como el cambio climático o la desertización.
Desde luego, puede apostarse a que no han de faltar
referencias a la cultura del descarte, un concepto recurrente en los textos
franciscanos en tanto expresión de un estilo de vida centrado en el consumismo,
en la idolatría del mercado y en el despilfarro que caracterizan a las
sociedades opulentas.
Si esto es así, pueden preverse tensiones reactivas en
el hemisferio norte, especialmente en ambientes económicos (quizá sería mejor
decir economicistas) o secularistas (reedición posmoderna del arcaico laicismo)
que atribuyen al Papa una pretensión teocrática o un desconocimiento de la
economía, olvidando que él no se inmiscuye en eso, sino que hay en su actitud
una mirada estrictamente ética y religiosa.
Todos éstos son conceptos siempre presentes en la
predicación del Papa y resulta previsible encontrarlos en la encíclica. Tal vez
las reacciones que provocan se deban más bien al prejuicio antimetafísico que
identifica a gran parte del pensamiento posmoderno, y no sólo a un ramplón
hedonismo consumista.
El acento puesto por una carta magna de la ecología en
la doctrina social de la Iglesia introduce una nueva perspectiva: la de la
naturaleza. El asunto viene a cuento debido a una cierta declinación en el uso
de formulaciones que se volvieron ininteligibles para la cultura posmoderna,
como la de ley natural. Sin embargo, se trata de categorías que expresan
realidades fundamentales de la existencia humana en el mundo, y que la visión
de una ecología integral permite redescubrir.
En el nudo de una verdadera guerra cultural de nuestro
tiempo se encuentra la discusión entre esencialistas y constructivistas, o
naturalistas y contractualistas. Asoma aquí no sólo la controversia generada
por la ideología del género, sino también la pretensión transhumanista surgida
en los años 80, ahora en expansión, de transformar la condición humana mediante
la tecnología.
¿Existe o no una verdadera naturaleza humana, como
existe la naturaleza de las realidades creadas? ¿Merecen ser ambas cuidadas o
protegidas? ¿Hay derechos que deben reconocerse al hombre en virtud de esa
naturaleza o, por el contrario, la naturaleza es una realidad informe e
indeterminada, cuya forma depende de un arbitrio? ¿Se puede, en fin, desconocer
esas realidades que son dadas al ser humano sin sufrir una consecuencia?
Algunos tsunamis materiales y otros morales parecerían certificarlo así.
Un dicho popular que tiene algo de sentencia nos
recuerda: Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca. Esto mismo
se lo dijo el propio Papa al presidente François Hollande durante una visita
protocolar, cuando se estaba discutiendo el aborto en el Parlamento francés.
Algunas de estas cuestiones, seguramente, van a seguir
siendo objeto de un arduo debate social. No parece que la encíclica vaya a
tener un particular interés en detenerse especialmente en ellas, pero su sola
escritura no puede dejar de plantear algo que Juan Pablo II atribuiría a León
XIII: Rerum Novarum tuvo un carácter profético porque anunció la inviabilidad
del comunismo a causa de su radical error de carácter antropológico.
¿Cuál será el impacto de la nueva encíclica? Habrá que
esperar algún tiempo para contestar esta pregunta. Muchas veces los documentos
sociales de la Iglesia han tenido un lanzamiento esplendoroso donde todos (o
casi todos) aplauden obsequiosamente, pero al día siguiente los mismos
aplaudidores se hacen los distraídos.
La encíclica será previsiblemente bien recibida por
los movimientos ecologistas, pero no todos. No faltan en ellos inspiraciones
neopaganas, como la Hipótesis Gaia, que registra un antecedente en la tradición
renacentista recordada entre nosotros por José Enrique Miguens en su último
libro. Ella resignifica un hermetismo representativo de una astrología
cosmobiológica que veía al mundo como un organismo viviente y animado por
potencias superiores que regirían el universo físico y que, en su conjunto,
conformarían un sistema unitario y completo. Un cierto panteísmo posmoderno.
Es frecuente que, al escuchar una crítica, uno mire
por el rabillo del ojo a su vecino y viceversa. Sólo que esta vez no se trata
del sermón dominical. El verde es el color de la esperanza, y ésta no es una
encíclica para los católicos solamente: Francisco se convirtió en el papa de la
humanidad.
El autor es miembro del Consejo Argentino para la
Libertad Religiosa y profesor de doctrina social de la Iglesia en la
Universidad Austral.