En el congreso sobre «Ética y ambiente», celebrado en
el año 2005 en la Universidad Europea de Roma, se presentó un decálogo que
expresa la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia católica sobre el
ambiente. Recordamos ese decálogo:
1. La Biblia presenta los principios morales
fundamentales de cómo afrontar la cuestión ecológica. La persona humana, hecha
a imagen de Dios, es superior al resto de las criaturas terrenales que, a su
vez, deben usarse responsablemente. La encarnación de Cristo y sus enseñanzas
testimonian el valor de la naturaleza: Nada de lo que existe en el mundo está
fuera del plan divino de creación y redención.
2. La enseñanza social de la Iglesia recuerda dos
puntos fundamentales. No debemos reducir la naturaleza a un mero instrumento a
manipular y explotar. Ni debemos hacer de la naturaleza un valor absoluto, o
ponerla por encima de la dignidad de la persona humana.
3. La cuestión del medio ambiente abraza a todo el planeta,
puesto que es un bien colectivo. Nuestra responsabilidad hacia la ecología se
extiende a las futuras generaciones.
4. Es necesario confirmar la primacía de la ética y de
los derechos del hombre sobre la tecnología, para preservar la dignidad humana.
El punto central de referencia para toda aplicación científica o técnica debe
ser el respeto por la persona humana, que, a su vez, debe trata a los demás
seres creados con respeto.
5. La naturaleza no debe considerarse como una
realidad divina en sí misma; por lo tanto no debe apartar de la acción humana.
Es, más bien, un regalo ofrecido por nuestro Creador a la comunidad humana,
confiado a su inteligencia humana y a su responsabilidad moral. De ahí se sigue
que no sea ilícito el modificar el ecosistema, siempre y cuando esto se haga
dentro del contexto del respeto por su orden y belleza, y tomando en
consideración la utilidad de cada criatura.
6. Las cuestiones ecológicos ponen de relieve la
necesidad de alcanzar una mayor armonía entre las medidas destinadas a fomentar
el desarrollo económico y las dirigidas a preservar la ecología, y entre las
políticas nacionales y las internacionales. El desarrollo económico, además,
necesita tener en consideración la integridad y el ritmo de la naturaleza,
puesto que los recursos naturales son limitados. Y toda actividad económica que
utilice los recursos naturales debería incluir también los costes de
salvaguardar el medio ambiente en los cálculos de los costes totales de su
actividad.
7. La preocupación por el medio ambiente significa que
debemos trabajar activamente por el desarrollo integral de las regiones más
pobres. Los bienes de este mundo han sido creados por Dios para ser utilizado
sabiamente por todos. Estos bienes se deben compartir, de una forma justa y caritativa.
El principio del destino universal de los bienes ofrece una orientación
fundamental para tratar con la compleja relación entre ecología y pobreza.
8. La colaboración, por medio de acuerdos mundiales,
respaldados por el derecho internacional, es necesaria para proteger el medio
ambiente. Es necesario poner en práctica la responsabilidad por el medio
ambiente de forma adecuada a nivel jurídico. Estas leyes y acuerdos deberían
guiarse por las exigencias del bien común.
9. Los estilos de vida deberían orientarse según los
principios de sobriedad, templanza y autodisciplina, tanto a nivel personal
como social. Las personas necesitan escaparse de la mentalidad consumista y
promover métodos de producción que respeten el orden creado, así como la
satisfacción de las necesidades de todos. Una mayor conciencia de la
interdependencia entre todos los habitantes de la tierra ayudaría a este cambio
de estilo de vida.
10. Se debe dar una respuesta espiritual a las
cuestiones medioambientales, inspirada por la convicción de que la creación es
un don que Dios ha puesto en manos de la humanidad, para ser usado de modo
responsable y con cuidado cariñoso. La orientación fundamental de las personas
hacia el mundo creado debería ser de gratitud y agradecimiento. El mundo, de
hecho, conduce a las personas hacia el misterio de Dios que lo ha creado y lo
sigue sosteniendo. Si se olvida a Dios, la naturaleza se vacía de su
significado más profundo y queda empobrecida.
En resumen: Si se vuelve a descubrir el papel de la
naturaleza como algo creado, la humanidad puede establecer con ella una
relación que tenga en cuenta sus dimensiones simbólicas y místicas. Esto
abriría a la humanidad un camino hacia Dios, creador de cielos y tierra.
Aleteia.com,
16.06.2015