Mario Caponnetto
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Cada día
nos llegan noticias, de casi todos los lugares del mundo, de hechos graves que
afectan la doctrina, la liturgia y la pastoral: actitudes, gestos, declaraciones
de sacerdotes y de obispos (incluso prelados que ocupan puestos notorios y
expectables en el gobierno de la
Iglesia ) que representan una flagrante ruptura con la Fe , la Tradición y el
Magisterio sin que nada ni nadie les oponga la mínima corrección o sanción
canónica. Resulta, por tanto, inevitable la sospecha (por momentos una certeza)
de que el peso de la autoridad sólo se hace sentir respecto de bien
determinados sectores eclesiales en tanto que respecto de otros la actitud
invariable es el silencio, la permisividad cuando no el aliento.
A propósito de lo que decimos valga
como botón de muestra un escrito firmado por el Padre Eduardo Casas, sacerdote
de la Arquidiócesis
de Córdoba en la que se desempeña como asesor de la Comisión Arquidiocesana
de Educación. El texto lleva por título La
fe cristiana en un mundo de pluralidad religiosa y aparece publicado con
fecha 31 de octubre pasado en el portal de la Junta Arquidiocesana
de Educación Católica (Jaec), del Arzobispado de Córdoba (http://jaec.org.ar/index.php/info-escuelas/pastoral/espiritualidad/3405-la-fe-cristiana-en-un-mundo-de-pluralidad-religiosa ).
Sostiene allí el Padre Casas (que
entre otras cosas figura como profesor de Teología Dogmática en el Seminario
Mayor de Córdoba) que el cristianismo, a lo largo de la historia, en su diálogo
con las otras religiones, “ha pasado por diversos paradigmas eclesiales”. El primero de estos
“paradigmas” es “el paradigma de la exclusividad (el cual generó, de hecho,
exclusión y hasta violencia en variadas formas ya que sólo la salvación venía
por la pertenencia visible e institucional a la Iglesia y fuera de ella no
se encontraba redención)”. Luego, tras el Concilio Vaticano II, aparece un
segundo “paradigma”, “el paradigma de la inclusividad” (sic) que “favoreció el
diálogo ecuménico e interreligioso”. Pero en la actualidad aparece y se
propicia “el paradigma de la pluralidad religiosa” que “es un parámetro (sic)
construido desde la complementariedad e interreligiosidad a partir de una
actitud de mutuo encuentro, reconocimiento, diálogo y alianza entre religiones
donde la verdad es menos dogmática y más vital”.
Apenas puede creerse que semejantes afirmaciones
hayan sido escritas por quien se presenta como teólogo y a quien su Ordinario
le ha confiado nada menos que la educación de la Arquidiócesis y la
formación de los futuros sacerdotes. En su exposición el Padre Casas parece
olvidar largos siglos de elaboración teológica y dogmática acerca de la exclusividad
de Cristo y de la Iglesia
en orden a la salvación de los hombres (extra
ecclesiam nulla salus). No se trata de “paradigmas eclesiales” sino de una
verdad que ha de ser firmemente creída por todo católico: fuera de Cristo y de la Iglesia no hay salvación.
Que esta verdad haya sido profundizada y precisada a través del tiempo no
significa que haya sido alterada ni cambiada en su formulación esencial.
De
hecho, el último Documento magisterial de la Iglesia sobre este punto, la Declaración Dominus Jesus de la Sagrada Congregación
para la Doctrina
de la Fe , del 6 de
agosto del año 2000, ha dejado en claro la invariabilidad de la doctrina cuando
en su número 20 sostiene que: “Ante todo, debe ser firmemente creído que
la «Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el
único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que
es la Iglesia ,
y Él, inculcando con palabras concretas la necesidad del bautismo (cf. Mt 16,16;
Jn 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia , en la que los
hombres entran por el bautismo como por una puerta» (Lumen Gentium, 14). Esta doctrina no se contrapone a la voluntad
salvífica universal de Dios (cf. 1 Tm 2,4); por lo tanto, «es necesario,
pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la
salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta
misma salvación» (Juan Pablo II, Redemptoris
Missio, 9)”.
La misma Declaración, en el parágrafo siguiente,
citando la doctrina de Trento, afirma: “Ciertamente, las diferentes
tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad que
proceden de Dios y que forman parte de «todo lo que el Espíritu obra en los
hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones
». De hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación
evangélica, en cuanto son ocasiones o pedagogías en las cuales los corazones de
los hombres son estimulados a abrirse a la acción de Dios. A ellas, sin embargo
no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere
operato, que es propia de los sacramentos cristianos (Concilio de Trento,
Decreto De sacramentis, can. 8 de sacramentis in genere: DS
1608). Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en
cuanto dependen de supersticiones o de otros errores (cf. 1 Co 10,20-21),
constituyen más bien un obstáculo para la salvación” (Dominus Jesus, 21).
El tema es extenso y complejo pero
baste lo apuntado para advertir que esta verdad de fe no ha cambiado y ese
presunto cambio de paradigmas eclesiales no existe más que en la imaginación
del Padre Casas.
Pero no se detienen aquí las tesis
de este presunto teólogo (que ostenta, además, los títulos de docente,
escritor, poeta, conductor y productor radial). Más adelante insiste en que el
“nuevo horizonte” de la interculturalidad y complementariedad “intenta desterrar la imposición eclesial
y las actitudes de privilegio o exclusividad que ha tenido el cristianismo,
especialmente el catolicismo, asumiendo el aporte de las diferentes tradiciones
religiosas y culturales, proponiendo otra mirada de la mediación de Jesús, no
tan ligada ‘’exclusivamente’’ a una sola Iglesia o una sola religión”.
Es decir se intenta desterrar la fe en la única
Iglesia de Cristo, desterrar nada menos que todo un artículo del Credo. ¿Algo
más? Sí. En la cúspide de su novedosa teología Casas escribe: “Se parte de la
idea de que Jesús no se anunció a sí
mismo sino al Reino de Dios y al Dios del Reino y que el Espíritu de Dios está
presente en el mundo y en la historia, actuando siempre "macro
ecuménicamente", superando toda división entre religiones y pueblos
(el subrayado es nuestro). Cada uno opta por ser judío, musulmán, hindú,
budista o ateo. Los cristianos no somos dueños de la verdad, la cual -al igual
que la misma vida- está en continuo crecimiento, desarrollo y evolución. Nunca
se la tiene acabadamente sino que se la percibe progresivamente”.
Ahora es muy claro: Cristo no se predicó a Sí mismo
sino “al Dios del Reino”. Ergo, Cristo no es el Dios del Reino. Cristo no es
Dios.
Honestamente, ¿puede un católico estar en comunión
con el Padre Casas? ¿Puede estar en comunión con el Arzobispo Ñañez que no sólo
calla y no corrige semejantes desvaríos sino que avala a quien los profiere
manteniéndolo en vitales cargos pastorales de su Arquidiócesis? ¿Quién o
quienes rompen la comunión eclesial, comunión que no puede fundarse sino en la
integridad de la Fe ?
¿Quiénes son y donde actúan los verdaderos destructores de la fe y de la unidad
de la Iglesia ?