Al Señor José
Graziano da Silva
Director General de la FAO
Es un escándalo que todavía haya hambre y
malnutrición en el mundo. No se trata sólo de responder a las emergencias
inmediatas, sino de afrontar juntos, en todos los ámbitos, un problema que
interpela nuestra conciencia personal y social, para lograr una solución justa
y duradera. Que nadie se vea obligado a abandonar su tierra y su propio entorno
cultural por la falta de los medios esenciales de subsistencia.
Paradójicamente, en un momento en que la globalización permite conocer las situaciones
de necesidad en el mundo y multiplicar los intercambios y las relaciones
humanas, parece crecer la tendencia al individualismo y al encerrarse en sí
mismos, lo que lleva a una cierta actitud de indiferencia —a nivel personal, de
las instituciones y de los estados— respecto a quien muere de hambre o padece
malnutrición, casi como si se tratara de un hecho ineluctable. Pero el hambre y
la desnutrición nunca pueden ser consideradas un hecho normal al que hay que
acostumbrarse, como si formara parte del sistema.
Algo tiene que
cambiar en nosotros mismos, en nuestra mentalidad, en nuestras sociedades. ¿Qué
podemos hacer? Creo que un paso importante es abatir con decisión las barreras
del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la
ganancia a toda costa; y esto, no sólo en la dinámica de las relaciones
humanas, sino también en la dinámica económica y financiera global. Pienso que
es necesario, hoy más que nunca, educarnos en la solidaridad, redescubrir el
valor y el significado de esta palabra tan incómoda, y muy frecuentemente
dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las decisiones
en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las
personas, entre los pueblos y entre las naciones. Sólo cuando se es solidario
de una manera concreta, superando visiones egoístas e intereses de parte,
también se podrá lograr finalmente el objetivo de eliminar las formas de
indigencia determinadas por la carencia de alimentos. Solidaridad que no se
reduce a las diversas formas de asistencia, sino que se esfuerza por asegurar
que un número cada vez mayor de personas puedan ser económicamente
independientes. Se han dado muchos pasos en diferentes países, pero todavía
estamos lejos de un mundo en el que todos puedan vivir con dignidad.
El tema elegido por la FAO para la celebración de
este año habla de “sistemas alimentarios sostenibles para la seguridad
alimentaria y la nutrición”. Me parece leer en él una invitación a repensar y
renovar nuestros sistemas alimentarios desde una perspectiva de la solidaridad,
superando la lógica de la explotación salvaje de la creación y orientando mejor
nuestro compromiso de cultivar y cuidar el medio ambiente y sus recursos, para
garantizar la seguridad alimentaria y avanzar hacia una alimentación suficiente
y sana para todos. Esto comporta un serio interrogante sobre la necesidad de
cambiar realmente nuestro estilo de vida, incluido el alimentario, que en
tantas áreas del planeta está marcado por el consumismo, el desperdicio y el
despilfarro de alimentos. Los datos proporcionados en este sentido por la FAO indican que
aproximadamente un tercio de la producción mundial de alimentos no está
disponible a causa de pérdidas y derroches cada vez mayores. Bastaría
eliminarlos para reducir drásticamente el número de hambrientos. Nuestros
padres nos educaban en el valor de lo que recibimos y tenemos, considerado como
un don precioso de Dios.
Pero el desperdicio
de alimentos no es sino uno de los frutos de la “cultura del descarte” que a menudo
lleva a sacrificar hombres y mujeres a los ídolos de las ganancias y del
consumo; un triste signo de la “globalización de la indiferencia”, que nos va
“acostumbrando” lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo
normal. El reto del hambre y de la malnutrición no tiene sólo una dimensión
económica o científica, que se refiere a los aspectos cuantitativos y
cualitativos de la cadena alimentaria, sino también y sobre todo una dimensión
ética y antropológica. Educar en la
solidaridad significa entonces educarnos en la humanidad: edificar una sociedad
que sea verdaderamente humana significa poner siempre en el centro a la persona
y su dignidad, y nunca malvenderla a la lógica de la ganancia. El ser humano y
su dignidad son “pilares sobre los cuales construir reglas compartidas y
estructuras que, superando el pragmatismo o el mero dato técnico, sean capaces
de eliminar las divisiones y colmar las diferencias existentes” (cf. Discurso a
los participantes en el 38ª sesión de la
FAO , 20 de junio de 2013).
Estamos ya a las
puertas del Año internacional que, por iniciativa de la FAO , estará dedicado a la
familia rural. Esto me ofrece la oportunidad de proponer un tercer elemento de
reflexión: la educación en la solidaridad y en una forma de vida que supere la
“cultura del descarte” y ponga realmente en el centro a toda persona y su
dignidad, como es característico de la familia. De ella, que es la primera
comunidad educativa, se aprende a cuidar del otro, del bien del otro, a amar la
armonía de la creación y a disfrutar y compartir sus frutos, favoreciendo un
consumo racional, equilibrado y sostenible. Apoyar y proteger a la familia para
que eduque a la solidaridad y al respeto es un paso decisivo para caminar hacia
una sociedad más equitativa y humana. La Iglesia Católica
recorre junto con ustedes esta senda, consciente de que la caridad, el amor, es
el alma de su misión. Que la celebración de hoy no sea una simple recurrencia
anual, sino una verdadera oportunidad para apremiarnos a nosotros mismos y a
las instituciones a actuar según una cultura del encuentro y de la solidaridad,
para dar respuestas adecuadas al problema del hambre y la malnutrición, así
como a otras problemáticas que afectan a la dignidad de todo ser humano.
Al formular
cordialmente mis mejores votos, Señor Director General, para que la labor de la FAO sea cada vez más eficaz,
invoco sobre Ud. y sobre todos los que colaboran en esta misión fundamental la
bendición de Dios Todopoderoso.
Vaticano, 16 octubre
de 2013