Por Enrique Krauze
ENSAYISTA E HISTORIADOR MEXICANO
Golpeado por una interminable guerra de narcotraficantes, México no ha hallado un consenso firme en cuanto a la manera de combatir el crimen organizado.
En España, que tuvo el flagelo de la violencia del grupo vasco ETA, ese consenso tardó en desarrollarse, hasta que la crueldad intensificada de los ataques llevó a la mayoría a unirse o a apoyar grandes manifestaciones públicas contra los separatistas. Este rechazo ayudó a debilitar a ETA y a empujar a la organización hacia su reciente repudio del terrorismo.
En Colombia, un largo y brutal conflicto civil desatado por los carteles de la droga y que involucró a guerrillas izquierdistas y a escuadrones de la muerte de derecha, parecía estar destruyendo el país. Finalmente cobró forma un consenso en la oposición, quizá cristalizado por los asesinatos de jueces, legisladores y hasta un candidato presidencial. Colombia no está libre de la violencia criminal debido a esa presión popular, pero su incidencia se ha visto fuertemente reducida.
En México, empero, la falta de ese consenso nos debilita y nos confunde como sociedad, en tanto fortalece a los criminales y sus cómplices políticos . Tarde o temprano, llegaremos a un acuerdo que pueda ser apoyado por la mayoría de los mexicanos, pero eso debe ocurrir pronto, antes de que el número de muertos sobrepase enormemente sus ya inaceptables límites.
Un factor importante que frena un acuerdo para cualquier plan de acción es un rechazo, por parte de muchos mexicanos, de las políticas establecidas para la aplicación de la ley que lleva adelante el presidente Felipe Calderón. No obstante, en un sondeo reciente del Pew Research Center, 83 por ciento de los encuestados aprobaron la movilización del ejército contra los carteles decidida por el Gobierno.
Una fuerte corriente subterránea de oposición a la estrategia de Calderón se ha expresado, sin embargo, en las recientes marchas a nivel nacional del Movimiento para la Paz, fundado por el poeta Javier Sicilia después de que su hijo fuera asesinado por hombres conectados con un cartel de la droga por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, como les ha ocurrido a tantos inocentes en los últimos años.
El movimiento ha hecho un gran aporte a la movilización social de la población, que es absolutamente necesario si México quiere encontrar una salida de su trágica situación.
Este noble movimiento debería, no obstante, reconsiderar algunas de sus premisas morales.
Es absolutamente necesaria una aceptación total de las estrategias de Calderón para asegurar un consenso nacional amplio contra el crimen organizado.
Como muchos otros, yo criticaría el énfasis absoluto en una solución militar , la falta de responsabilidad que deja la mayoría de los crímenes sin resolver (más de 40.000 muertos hasta ahora), los pocos resultados en el seguimiento del lavado de dinero, la falta de seguridad en los puestos fronterizos y la escasa concentración en las conexiones corruptas entre el poder y el crimen.
No obstante, también conlleva un peligro criticar al Gobierno como si fuera el único responsable de todos los muertos y heridos . Cuando se captura a capos y asesinos en general éstos tienen sus 15 minutos de fama despreciable. Después desaparecen, a veces en la cárcel, pero a menudo en libertad, por “falta de pruebas”, y luego vuelven a sus vidas delictivas.
El movimiento encabezado por Sicilia está impregnado de acentos gandhianos y católicos sobre la acción pacífica y la reconciliación . Éste ha hecho valer argumentos contundentes siguiendo esa línea: “Los criminales también son víctimas . Debemos ver dónde nacieron, qué pasó y qué está pasando con el tejido social para hacer que esos niños no terminen volviéndose criminales. Y qué está faltando en nuestra sociedad y dentro del Estado que impide la formación de hombres dignos de respeto”.
Estas palabras merecen consideración y contemplación, pero las bandas de drogas que atormentan a México no les prestan la más mínima atención. Si bien es obvio que la destrucción del tejido social crea condiciones para la proliferación del delito, el país no puede esperar a alcanzar niveles más altos de prosperidad y educación para proteger a sus ciudadanos.
La teología moral del catolicismo y el gandhianismo tienden a atenuar la gravedad de un crimen a través de la comprensión de sus causas y condiciones . Ciertamente, los asesinos (aunque no necesariamente los jefes del crimen) son salidos de la pobreza. Pero una vez que cruzan la línea y se convierten en asesinos, ya no son víctimas, son homicidas .
Y una vez que se convierten en homicidas, la sociedad sufre si no son llevados ante la justicia.
Es noble pero ingenuo creer que toda violencia es mala en sí misma.
Una persona tiene derecho a defenderse y defender a quienes están a su lado. Un país tiene el derecho y la necesidad de defenderse contra el ataque de criminales y, dentro de los límites de la legalidad, preservar su monopolio legítimo de la violencia.
Los asesinos de inocentes han cruzado una frontera moral irreversible. Los asesinos de Cuernavaca que le quitaron la vida al joven hijo de Sicilia no merecen la categoría de víctimas. Son homicidas que deben ser llevados ante la justicia.
Una sociedad movilizada para enfrentar un problema tan grave como la violencia de los carteles en México no puede tolerar la ineficiencia y la corrupción de sus dirigentes políticos . Debe ser, no obstante, igualmente firme en su rechazo de los criminales y oponerse activamente a éstos. Un Estado no puede seguir existiendo y cumplir con las responsabilidades hacia sus ciudadanos si acepta una criminalidad desenfrenada e impune.
Las deficiencias en un gobierno no absuelven la culpa de un criminal ni la culpa de éste borra las obligaciones de un gobierno. México necesita (y todavía no tiene) un consenso nacional que reconozca y exija la acción en ambos frentes.
Clarín, 10-11-11