Por Josep Miró i Ardèvol (España)
Para saber dónde estamos es necesario siempre examinar de dónde venimos. Y en el caso del aborto el resultado no puede ser más desastroso.
Desde que se aprobó la primera ley, mejor dicho la despenalización de determinados supuestos, hasta la aprobación de la última norma, en España el derecho a la vida se ha encontrado en una continuada regresión, tanto por lo que se refiere a su defensa y aplicación práctica, como al estado de la opinión pública.
Si cuando se produjo la despenalización en la década de los 80 la mayoría, según las encuestas, era contraria al aborto, hoy nos encontramos con una amplísima mayoría a favor, mientras que los que se oponen de manera rotunda apenas alcanzan el 15%. El resto se divide en dos grandes grupos: el minoritario que defiende el aborto libre, y el mayoritario que apuesta por un aborto con limitaciones. Al mismo tiempo, lo que era un inicio restringido, porque la aplicación de la despenalización de supuestos concretos es en sí misma una concepción que restringe la practica abortiva, como lo demuestra Polonia o lo que sucedía con Portugal hasta que cambiaron la ley.
Pero los errores prácticos de quienes defendían la vida y la desidia del Gobierno de un color y de otro, la falta de continuidad entre la defensa de la vida y la práctica política, conllevó una paradoja: un marco restrictivo dio lugar a una situación en la que España se convirtió en el paraíso del aborto de Europa, muy por delante de países con legislaciones muchísimo más permisivas como Holanda o Dinamarca. Aquí venían mujeres de lugares lejanos, a pesar de que en teoría en el marco legal de su país era mucho más fácil abortar. Así se forjaron imperios como el del doctor Morín, especializado precisamente en los abortos de inmaduros, de aquellos seres humanos no nacidos que tienen seis o más meses. No es un hecho menor que desde la transición política haya gobernado el PSOE, pero en los ocho años del PP no se produjo cambio alguno. No puede volver a suceder.
Es evidente que ante un fenómeno de este tipo era necesario un replanteamiento de la estrategia, porque los resultados hasta ahora han conducido a una situación de desastre que ha culminado con la nueva ley, que no hace otra cosa que reconocer una práctica de hecho cargando la tintas, eso sí, en una concepción brutalmente eugenésica.
Era y es necesario abrir nuevos espacios al debate político, esto significaba introducir nuevos argumentos, nuevas estrategias y también pasar a incidir sobre el terreno donde se mueve en términos favorables la opinión pro aborto. Esto es lo que desde e-Cristians y desde hace unos años venimos intentando. Esto significa actuar sobre los que no están convencidos, digamos que no militan por la vida y que constituyen el grueso central de la población que llega a observar el aborto como una opción no deseable pero sí posible.
Si no conseguimos penetrar sobre estas personas haciéndoles ver el terrible daño moral, humano y social que el aborto comporta la batalla seguirá perdida. Porque en un país donde abortan cada año más de cien mil mujeres, pensar que apretando un botón mágico se puede pasar el contador a cero es una tontería, y con tonterías no se ganan las batallas. Y aquí en este mundo hemos venido a batallar para dar testimonio en primer término, pero también para buscar el éxito, porque éste no está ni mucho menos reñido con una concepción cristiana. Éxito que en este caso solamente se puede medir en unos términos: la reducción progresiva del número de abortos. No en términos testimoniales, sino importantes, substanciales, hasta conseguir que éste quede reducido a una categoría marginal. El ejemplo de Polonia tendría que estar en el frontispicio de los objetivos, considerando al mismo tiempo que nuestra sociedad y aquella tienen muy poco que ver en la naturaleza de su sistema de valores.
Para actuar sobre los no convencidos iniciamos una línea que ha venido siguiendo “Mucho en común”. También hemos abierto la senda de nuevos argumentos, el del impacto del aborto sobre el desequilibrio de las pensiones, del crecimiento económico y de los ingresos del Estado es uno de ellos. El estudio que dirigí y que hemos actualizado, que fue presentado al Congreso de los Diputados en su momento, es un ejemplo de este tipo de actuaciones que son frecuentes en Estados Unidos y absolutamente extrañas aquí. Entiendo el por qué, pero no lo justifico.
Hay personas que creen que utilizar argumentos que no sean de valor absoluto significa disminuir la importancia del aborto. Es decir, son personas que trasladando su criterio a otros campos verían con malos ojos que el hijo muerto en un accidente de tráfico fuera objeto de una fuerte indemnización, porque el utilizar el valor monetario por entre medio desvirtúa el dolor que los padres pueden sentir por aquella muerte. De la misma manera que esto es una sin razón, también lo es pensar que aumentando en otras categorías los argumentos contra el aborto pierde sentido la cuestión esencial, la de la muerte de una vida humana. Es como si demostrar con datos sociales y económicos que efectivamente existe una ley natural que rige la condición humana quita valor, en lugar de reforzarlo, a la ley.
También desde e-Cristians hemos sido los primeros en llevar en la publicidad a la calle los nuevos argumentos. Hemos constatado por parte de los acérrimos defensores del aborto reacciones indignadas, y esto es una buena señal, en el sentido de que hemos apuntado en un lugar donde realmente sí duele.
Hay que actuar también en el plano político, ahora más que nunca. Hasta este momento la hegemonía socialista establecía un muro que no daba lugar al progreso. Los cambios de gobierno, primero en Cataluña, ahora en España, propician nuevas sendas que deben hacerse extensivas a aquellas comunidades autónomas ahora sí ya de una manera casi total donde gobierna el PP. Hay que poner encima de la mesa políticas restrictivas y concretas sobre el aborto. Esto no significa aceptarlo, significa que el único camino que existe hoy es iniciar un proceso de reducción, que es algo muy distinto. Aquellos que se refugian en el fundamentalismo y que continuamente declaran el todo o la nada, lo único que hacen es hacerles el juego a quienes del aborto han hecho un gran negocio.
Reducir el aborto pasa por avanzar posiciones prácticas, como el reconocimiento de hecho del feto como un ser humano vivo. Y eso, pues tan sólo es un ejemplo entre muchos, no se llevará a cabo porque lo repitamos un millón de veces, sino porque avancemos en el reconocimiento en este sentido. El uso obligado de la anestesia para el feto, junto a otras medidas, no significa un reconocimiento del aborto, sino la asunción de la condición humana del feto, y la introducción de manera visible y práctica de su dolor en el debate.
Entre los resultados que podemos exhibir encima de la mesa está el caso Morín, que pronto será juzgado. Será el mayor juicio sobre el aborto que se resolverá en España, con la ley cambiada pero juicio a fin de cuentas, porque la audiencia de Barcelona ha rechazado todas las peticiones de las defensas de que la causa fuera archivada. Ésta también es una vía, la de utilizar los cauces legales que puedan existir, pero esta vía exige constancia, determinación, trabajo bien hecho. El caso Morín no habría llegado donde ha llegado a base sólo de denuncias o de nuestra querella si no hubiéramos conseguido un testigo protegido. Valga también esto como un indicador del nivel en que se ha de jugar la partida.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
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