Por Gabriel Vénica para el Informador Público
El promedio de la rentabilidad de la industria argentina es 13,4%, según estadísticas del Observatorio Pyme.
El agro no supera el 3% (en el mejor de los casos) según lo viene sosteniendo desde hace mucho tiempo en absoluta soledad el especialista en costos agropecuarios “Jorge Esponda”.
Esta realidad se traduce en una fuertísima concentración de la actividad.
En agroactiva pudieron verse una gran cantidad de operaciones de “grandes máquinas”. Pero prácticamente han desaparecido del mercado las pequeñas sembradoras”.
La razón es muy simple. El pequeño productor no puede comprarlas o debe endeudarse para buscar “escala” en extensiones cada vez mayores.
En los rubros extra agropecuarios se observa el mismo fenómeno traducido en fusiones y adquisiciones.
¿Por qué ocurre esto?
Las Pymes, al tener menos capacidad para seguir soportando controles de precios, inflación de costos, subas salariales de dos dígitos, opresión impositiva y márgenes de ganancias más reducidos desaparecen, deben integrarse horizontalmente o ser absorbidas por empresas de mayor tamaño.
Sus directivos (los de las empresas grandes) al principio aplauden; se trata del acto reflejo natural de un empresariado superficial, cortoplacista, acomodaticio y temeroso frente al mandarinato oficial. Pronto observan que para alcanzar el punto de equilibrio y mantener la casa en Punta del Este necesitan de una mayor escala de producción. Al poco tiempo las vemos recorrer (en pies de sus volátiles titulares) los pasillos oficiales suplicando subsidios o protección arancelaria.
En algún momento esto tampoco alcanza y la empresa nacional debe transformarse en subsidiaria de una multinacional extranjera, incorporar un estratégico socio “paraoficial” o ser vendida.
El veranito de consumo que produce la inflación empieza a mostrar su costado más sombrío: “La Argentina pierde competitividad a un ritmo de 25% por año”, mientras sus desprevenidos habitantes “revientan la tarjeta” devorando plasma, motos, heladeras, notebooks y ¿El futuro?
“Hasta plantar soja dejará de ser rentable. Por más que los precios internacionales ahora ayuden, llega un punto en el que no va a alcanzar”, afirma el economista Enrique Szewach.
La concentración luce imparable en el país de la redistribución del ingreso, justicia social y disparates para todos:
Una sola empresa -Siderar- concentra hoy el 99% de chapa laminada en frío y el 84% de la laminada en caliente; una empresa -Aluar- tiene el monopolio absoluto del aluminio; tres empresas concentran la venta de cemento; Bimbo, el 70% del pan industrial; Arcor y Danone, el 73% del mercado de galletas dulces y el 77% de las saladas; Sancor y Danone el 70% de la leche fluida, chocolatada y yogures; y sólo 3 empresas controlaban el 83% de las ventas en supermercados.
La desnacionalización de empresas (65%) supera a la registrada durante los demonizados 90.
El 85% de la cuota HILTON de nuestro (otrora) producto emblemático (la carne) está en manos de frigoríficos foráneos.
Entre las compañías emblemáticas que han pasado a manos extranjeras luego de la devaluación tenemos a: Pérez Companc, Loma Negra, Paty, Quilmes, Acindar, Topper, Bieckert, Pago Fácil, Gatic. INBEV (Brasil) tiene el 80% del mercado argentino de las bebidas. En el rubro alimentos, la chilena Cencosud es dueña con Jumbo, Disco, VEA, Unicenter, Plaza VEA, Easy, Los Amigos. Compañía de Cervecerías Unidas de Chile adquirió la mayoría del capital accionario de Bieckert, Imperial y Palermo. Fueron vendidas Alpargatas, Gatic e Indular, las principales fábricas de zapatillas. En limpieza se transfirieron las empresas que fabrican Plusbelle, el lavavajillas Cristal y el jabón El Zorro. En tecnología se vendieron CTI, Techtel y Ertach al empresario Slim, de México. La americana Western Union adquirió las acciones de Pago Fácil. La Mexicana Bimbo acaba de adquirir la nacional Fargo.
Mientras tanto el poder central concentra el 75% de la masa impositiva dejando al conjunto de las Provincias y Municipios el 25% restante; la pobreza alcanza los guarismos de la peor época del menemismo y la deuda externa (que supuestamente habíamos pagado) se aproxima a los USD 200.000 millones (el doble de la que dejó Carlos Saúl).
La fiesta sigue. La pagarán en cuotas nuestros hijos y nietos.