Fallo inédito contra Etchecolatz
Por Rodolfo Lara
Terror a la muerte o cumplimiento del deber militante ante la eventual tortura? Esta disyuntiva existencial debió recorrer cada paso del expediente judicial de Marcelo Bettini, quien en 1976 ingirió una pastilla de cianuro cuando, en un operativo policial ilegal, su amigo fue fusilado delante suyo y suponía el mismo destino u otra alternativa más ominosa como el apremio lacerante.
Después de 35 años, el juez federal de La Plata Arnaldo Corazza estableció que se trató de un homicidio . Por esas circunstancias ordenó el procesamiento del ex jefe de Investigaciones de la Policía, Miguel Etchecolatz; ex subjefe de la Policía, Eduardo Gargano; ex jefe de la Jefatura Regional La Plata, Horacio Luján, y el ex ministro de Gobierno, Jaime Smart (procesado por el caso Timerman).
Bettinni, entonces de 19 años, sobrino del embajador en España, Carlos Bettini, era estudiante de Derecho y militante montonero. La mañana del 9 de noviembre de ese año se encontró con su compañero Luis Eduardo Bearzi.
Ambos habían sido interceptados en el barrio de Tolosa, en La Plata, por un procedimiento planificado. Bearzi fue muerto de varios disparos en la cabeza. Y antes de la siguiente acción policial, su acompañante tragó el cianuro.
Esta era una imposición de la conducción de Montoneros para que sus cuadros no incurrieran en delación bajo tortura.
La determinación fue después de diciembre de 1975, cuando detuvieron a Roberto “El Negro” Quieto, el número dos de la agrupación, que según Mario Firmenich se “quebró” en la picana eléctrica. Quieto fue condenado por un tribunal de la cúpula montonera e impusieron la utilización de la pastilla.
Muchos cuadros militantes adoptaron este método.
Nunca, hasta ahora, hubo una contingencia judicial con evaluación tan expuesta como la de Corazza. El juez estableció que los hechos “pusieron a la víctima en una encrucijada”. Fueron, según su ponderación, “asesinatos perpetuados por personal de la policía de Buenos Aires durante el plan criminal de represión implementado por la última dictadura cívico-militar”.
Bettini no se mató por desapego a la vida, sino por inducción de los hechos . Esa es la novedad jurídica a la que arribó el juez en su resolución.
El magistrado citó a Günther Jakobs, quien se refirió a episodios similares en la Alemania nazi: “ Hubo víctimas que fueron empujadas hacia la muerte en los campos de concentración, a través de gravísimas torturas”. Esto llevó a muchas personas a “poner fin a sus propia existencia para evitar más sufrimientos”.
El miedo humanizado. No la razón impuesta sobre ese minuto crucial, por orden superior. Es el criterio de Corazza.
Hace 35 años, Firmenich pensaba, “como era posible que aquel que tenía que ser el “hombre nuevo” pudiera cantar en la tortura. No nos parece razonable que alguien delate, aunque las torturas puedan ser muy tremendas”. Sostuvo lo mismo en entrevistas recientes.
La controversia ya es historia. El fallo resulta jurisprudencia sobre episodios pasados.
Clarín, 7-7-11
Por Rodolfo Lara
Terror a la muerte o cumplimiento del deber militante ante la eventual tortura? Esta disyuntiva existencial debió recorrer cada paso del expediente judicial de Marcelo Bettini, quien en 1976 ingirió una pastilla de cianuro cuando, en un operativo policial ilegal, su amigo fue fusilado delante suyo y suponía el mismo destino u otra alternativa más ominosa como el apremio lacerante.
Después de 35 años, el juez federal de La Plata Arnaldo Corazza estableció que se trató de un homicidio . Por esas circunstancias ordenó el procesamiento del ex jefe de Investigaciones de la Policía, Miguel Etchecolatz; ex subjefe de la Policía, Eduardo Gargano; ex jefe de la Jefatura Regional La Plata, Horacio Luján, y el ex ministro de Gobierno, Jaime Smart (procesado por el caso Timerman).
Bettinni, entonces de 19 años, sobrino del embajador en España, Carlos Bettini, era estudiante de Derecho y militante montonero. La mañana del 9 de noviembre de ese año se encontró con su compañero Luis Eduardo Bearzi.
Ambos habían sido interceptados en el barrio de Tolosa, en La Plata, por un procedimiento planificado. Bearzi fue muerto de varios disparos en la cabeza. Y antes de la siguiente acción policial, su acompañante tragó el cianuro.
Esta era una imposición de la conducción de Montoneros para que sus cuadros no incurrieran en delación bajo tortura.
La determinación fue después de diciembre de 1975, cuando detuvieron a Roberto “El Negro” Quieto, el número dos de la agrupación, que según Mario Firmenich se “quebró” en la picana eléctrica. Quieto fue condenado por un tribunal de la cúpula montonera e impusieron la utilización de la pastilla.
Muchos cuadros militantes adoptaron este método.
Nunca, hasta ahora, hubo una contingencia judicial con evaluación tan expuesta como la de Corazza. El juez estableció que los hechos “pusieron a la víctima en una encrucijada”. Fueron, según su ponderación, “asesinatos perpetuados por personal de la policía de Buenos Aires durante el plan criminal de represión implementado por la última dictadura cívico-militar”.
Bettini no se mató por desapego a la vida, sino por inducción de los hechos . Esa es la novedad jurídica a la que arribó el juez en su resolución.
El magistrado citó a Günther Jakobs, quien se refirió a episodios similares en la Alemania nazi: “ Hubo víctimas que fueron empujadas hacia la muerte en los campos de concentración, a través de gravísimas torturas”. Esto llevó a muchas personas a “poner fin a sus propia existencia para evitar más sufrimientos”.
El miedo humanizado. No la razón impuesta sobre ese minuto crucial, por orden superior. Es el criterio de Corazza.
Hace 35 años, Firmenich pensaba, “como era posible que aquel que tenía que ser el “hombre nuevo” pudiera cantar en la tortura. No nos parece razonable que alguien delate, aunque las torturas puedan ser muy tremendas”. Sostuvo lo mismo en entrevistas recientes.
La controversia ya es historia. El fallo resulta jurisprudencia sobre episodios pasados.
Clarín, 7-7-11