La Prensa, 31.05.2020
Sebastián Sánchez
Gracias a la pertinacia de
Alberto Fernández, y la presión de los grupos ideologizados afines al mundito
K, el aborto vuelve a estar en la cúspide de la agenda gubernativa. Nada como
unos buenos tiempos pandémicos para hacer negocios, económicos o ideológicos. Y
otra vez se hace presente la saludable reacción de centenares de miles de
argentinos que en modo alguno admiten que el aborto se legalice por completo. Y
subrayamos ese “por completo” porque no se debe olvidar que el Estado realiza
centenares de abortos diarios en nuestro país, gracias al Fallo F.A.L. y la
consabida Interrupción Legal del Embarazo, constantemente “actualizada” para
“ampliar derechos”. Aunque nos pese, y más allá de ideologizadas semánticas
jurídicas, la ILE es aborto, tanto como el proyecto que se avecina.
Pero, como decíamos, es
saludable y esperanzadora la reacción de tantos argentinos frente a esta nueva
escalada contra la vida. Esa respuesta -manifestada en publicaciones, videos,
artículos periodísticos (en unos pocos medios) y también en las redes sociales
que, entre tanta porquería viralizada, resultan útiles para difundir cosas
buenas- es un buen signo de salud social.
Movido por el afán de
contribuir a esa vigorosa reacción quiero intentar sustraer del injusto olvido
a algunos hombres que han sido pioneros, cuando no fundadores, de la defensa de
la vida y la familia en nuestro país. Esta recuperación de la oscuridad
amnésica tiene por principal destinatario a los ocasionales lectores jóvenes,
que tanto valiente testimonio vienen dando ante estas horrísonas prácticas y
proyectos. También queremos dirigirnos a quienes, munidos de buena voluntad,
ensayan la defensa de la vida desde la “trinchera intelectual”, por llamarla de
algún modo. Vaya entonces este puñado de recordatorios.
En 1961 se publicó la
Autobiografía del hijito que no nació, libro póstumo de Hugo Wast -seudónimo de
Gustavo Martínez Zuviría-. Se trata de una obra singular y anticipatoria,
bellísima y fundamental para quienes comprenden que la vida ha de ser defendida
por su esencial dignidad y, ante todo, por su carácter sacro. Permítasenos un
deseo imposible: este libro debería ser obligatorio en las escuelas argentinas.
Pero al menos deberían leerlo –también obligatoriamente- aquellos que llevan a
cabo un vigoroso testimonio “provida”.
En 1981, el P. Domingo
Basso, un portento intelectual de los dominicos, publicó un tratado
extraordinario de teología moral (nadie hablaba por ese entonces de bioética,
término que no poca confusión provoca). El libro, que puede ser considerado un
manual, lleva por título: Nacer y morir con dignidad y, como se ve, no refería
sólo al inicio de la vida sino también a la necesidad de su final digno. Obra
fundamental entonces, especialmente para meditar en estos tiempos en los cuales,
en apariencia, se yergue sobre todos nosotros la sombra de la Muerte próxima.
Asimismo, resulta
imprescindible recordar la obra de Hugo Obiglio, fallecido en 2019. El doctor
Obiglio, fundador del Instituto de Ética Biomédica de la UCA –justamente
durante el rectorado de Fray Basso- fue reconocido en veinte universidades del
mundo y escribió celebrados trabajos sobre ética médica. Fue académico desde su
fundación de la Pontificia Academia para la Vida, fundada por Juan Pablo II y
cuyo primer presidente fue el insigne Jerome Lejeume, hasta que el actual
Pontífice realizó una reforma modernizadora que expulsó a más de cien
reconocidísimos académicos. Entre los muchos escritos del Dr. Obiglio quiero
recordar uno en particular: La subversión del lenguaje de la verdad y su
impacto en el derecho a la vida, publicado en 2006. ¡Cuánto provecho podría
sacarse de ese texto en estos tiempos de guerra semántica!
Por otro lado, es necesario
recordar a Alberto Caturelli, nuestro señalado filósofo, que también perteneció
a la Pontificia Academia (falleció en 2016, de modo que no llegó a ser
misericordiado por la razzia modernista). Si bien la ética biomédica no fue su
especialidad, Caturelli escribió mucho acerca del valor de la vida, centrándose
siempre en su carácter creatural. Otro autor que no puede pasar inadvertido, so
pena de caer en crasa injusticia.
Hay otros nombres que no
podemos dejar de mencionar, aunque sea brevemente. Allí está Oscar Botta,
médico pediatra, que lleva 40 años ocupado en estos temas y que tanto ha
esclarecido (por sólo dar un ejemplo) respecto del tema del aborto como
“doctrina de la seguridad demográfica”. O Jorge Scala, abogado con decenas de
trabajos en pos de la defensa de la vida y la familia. O, entre otros, Ricardo
Bach de Chazal, Roberto Castellano, Chinda Brandolino o Alberto Bochatey, todos
profesionales de vasta trayectoria y testimonio en las lides que provoca la
actual avanzada neomalthusiana.
MONSEÑOR SANAHUJA
Pero no quiero finalizar
este breve recordatorio sin detenerme, con ánimo de homenaje, en la persona de
Monseñor Juan Claudio Sanahuja, auténtico pilar de la defensa de la vida y la
familia en este castigado país. Su recuerdo es esencial y paradigmático. De
paso, me permito conminar a quienes dictan cátedra basándose en sus múltiples
escritos, por ejemplo sobre ideología de género, que recuerden citarlo, como
cuadra a la más mínima honestidad intelectual.
El P. Sanahuja, que falleció
en 2016, escribió libros notables como Poder Global y Religión Universal o El
gran desafío, que son obras de obligada consulta. Y eso por no mencionar los varios centenares
de boletines Notivida y Noticias Globales, que durante décadas editó, con la
inestimable colaboración de la Lic. Mónica del Río, que hoy sigue en la brecha
como el primer día.
En estas épocas del
pandemónium, en la que se ensayan tantas explicaciones acerca de los planes del
Nuevo Orden Mundial, resulta indecible que no se acuda (o no se lo cite) a su
libro El desarrollo sustentable. La nueva ética internacional, que el cura publicó
en la editorial Vórtice en 2003. Allí está todo: desde el Informe Kissinger al
panteísmo gnóstico de la Carta de la Tierra de la ONU (y Gorbachov); desde la
Conferencia de Pekín a las campañas de vacunación esterilizadoras; desde el
análisis de la democracia éticamente relativista al examen de las leyes
positivas y el desmenuzamiento de cada protocolo, resolución o “sugerencia” de
los múltiples “council” creados ad hoc para la inoculación del veneno
ideológico en nuestros países.
No le resultó sencillo ese
magisterio a Monseñor Sanahuja. Incluso padeció falta de comprensión y
tribulaciones propiciadas desde la Prelatura a la que perteneció. Siguió
adelante, contra viento y marea, en un largo camino que seríamos muy
desgraciados al olvidar.
Vayan estos recuerdos
reparadores para los jóvenes que no conocieron a estos hombres ni sus obras. Y
también para aquellos que llevan adelante la proba tarea intelectual de develar
los entresijos de esta civilización de la muerte que se abate sobre nuestras
patrias. Y unas sugerencias finales: hay que ser concienzudos en la tarea,
intelectualmente honestos, respetuosos de quienes nos antecedieron, para
“subirnos a sus hombros”, reconociéndolos. Dejemos de ser tan “amigos de
novedades”, como sugiere la antigua expresión castiza, no sea cosa que hagamos
un crucerito y al volver a puerto nos creamos Descubridores del
Mediterráneo.