SOBRE EL RECHAZO A LA LEGALIZACIÓN DEL
ABORTO
José H. González del Solar
DERECHO DE LA MINORIDAD, 10-8-18
Todos sabemos qué es lo que estaba en discusión: el
derecho a abortar, a matar al niño en el seno materno durante los primeros
meses de gestación. Y como un derecho de la madre desnaturalizada que el Estado
debía garantizar y los centros de salud públicos y privados debían asegurar, lo
que más temprano que tarde obligaría a las obras sociales a brindar la
cobertura gratuita. Esto es lo que ha rechazado el Senado de la Nación,
reparando el despropósito que venía de la Cámara Baja.
Pero no nos engañemos. La discusión se originó en la
amoralidad procedente de la más alta magistratura de la República, capaz de
poner en juego cualquier tema como un homenaje a la democracia.
La victoria del "no" fue una respuesta de
sentido común, quizás -sólo quizás- interpretando sus votantes que tal es la
convicción de la inmensa mayoría del pueblo argentino, que tiene sus defectos
pero que no es criminal. Si sus
dirigentes lo traicionan, ¡ah!, esa es otra cosa. A los cordobeses nos duele,
en esa dirección, que sus tres senadores nacionales se hayan asociado para
votar en contra de esa convicción mayoritaria. La senadora Laura Rodríguez
Machado lo hizo en nombre de su hija, como si todos los cordobeses debiéramos
someternos a los deseos de su hija, si es que tales son sus deseos.
La discusión se reabrirá en semanas más con motivo del
nuevo Código Penal, pero será distinto. Ya no estará en juego la legalización
del aborto como un derecho a garantizar, sino las circunstancias en que se
comete tal crimen como atenuante o como eximente de responsabilidad penal,
manteniendo o ampliando las causales previstas en el Código Penal desde el año
1921. En otras palabras, como excepción a la persecución penal que debe motivar
el acto doloso de dar muerte a una víctima inocente. Veremos entonces si la
nueva discusión se presenta en esta dirección o si da oportunidad para que se
introduzca otra vez y con trampas -ya que la Constitución no lo admite en el
mismo año de su rechazo- la "legalización" bajo el disfraz de la
"despenalización". Todo parece posible para muchos de nuestros
legisladores a espaldas del pueblo que dicen representar.
No sería bueno cerrar estas líneas sin hacer notar que
esta discusión ha dejado a la vista intenciones y especulaciones de quienes se
dicen defensores de los derechos del niño.
Así sucede con la UNICEF y su posición sobre el
aborto. Igualmente con las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), esos
"colectivos" que se rasgan las vestiduras cuando recaen medidas
restrictivas sobre el adolescente transgresor (y tienen razón), pero que callan
sugestivamente cuando está en cuestión el despedazamiento de un niño inocente
en el vientre materno (y en esto no tienen razón ni vergüenza). Puede que esto
responda a que algunas de esas organizaciones cuentan con aportes extranjeros,
de fondos y organizaciones siempre interesadas en el control de la natalidad
por cualquier medio, incluso este criminal, pero esto no los justifica.
También sucede con entidades y personas que se
presentan como referentes en el tema pero luego guardan silencio o actúan a
ocultas para salvar un sitial, una magistratura, una cátedra, un escaño. Ya
están a la vista y han perdido toda autoridad en la defensa de los derechos del
niño. De ahora en más sus palabras sonarán huecas, sin sustento, de mera
especulación intelectual o política para ganar voluntades o votos.
En cuanto a aquéllos que acusan a entidades religiosas
de haber alentado la resistencia, como si esto les quitara legitimidad a
quienes han votado contra la inicua ley, olvidan la historia nacional, la
cultura popular real -no la "inventada" por medios de prensa que han
hecho una campaña masiva y desvergonzada en favor de los abortistas- y la
tradición jurídica del país, en que desde sus albores el niño en gestación ha
sido considerado "persona por nacer". No se advierte qué es lo que
vicia la resistencia de quienes reconocen que en todo lo que existe, y
particularmente en cada niño que adviene -querido o no por sus progenitores-,
está presente el Amor del Creador. Como podría decirlo cualquier cristiano que
se precie de tal, nada tiene que ver este crimen con el trato que se debe a la
mujer y que ampliamente reconocen las epístolas del magisterio paulino en las
Sagradas Escrituras.
Esperemos todos que, una vez acallado el fragor de
este debate, haya mayor cordura en quienes deben tomar decisiones en este tema,
y sobre todo mayor respeto a la investidura que les ha confiado la ciudadanía
para asumir su representación. Una investidura que no los habilita para aceptar
la muerte injusta de quienes están llamados también a ser ciudadanos. Todos
ellos -al igual que algunos notorios juristas partidarios del aborto- han sido
embriones alguna vez, pero a ninguno de ellos -como ahora lo pretenden con
otros- se les negó el derecho a nacer.