DON BOSCO

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"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

LA ECONOMÍA, ¿PARA QUÉ?




Victor M. Arjona Barbosa (*)
El Diario de Yucatán, 19 mayo, 2018

La Declaración de Villa de Leyva, resultado del reciente XIV Simposio Celam-Uniapac celebrado en Colombia, contiene aspectos que presentan una situación todavía no superada de escandalosa inequidad, búsqueda del interés particular en detrimento del bien común, esquizofrenia espiritual consistente en la incoherencia entre la vida de fe y el actuar cotidiano, indiferencia ante las necesidades del otro, producción y oferta de cosas y servicios que no satisfacen necesidades reales, destrucción ambiental, etc.

Los días 26, 27 y 28 de abril, obispos, sacerdotes, empresarios y dirigentes de empresa participaron en el Simposio denominado “Obispos y Empresarios en salida por el Reino de Dios”. Al inicio del evento resonó con potencia el mensaje del video del papa Francisco que coincidió con el tema del Simposio, al recordar que “la economía no puede pretender fomentar sólo la rentabilidad, sino los responsables de la economía han de buscar la defensa y promoción de la dignidad de la persona humana y asegurarse de hacer todo lo posible para que haya nuevas fuentes de trabajo digno”.

Se concluyeron líneas de acción para responder a las inquietudes que surgieron en torno a las realidades evidenciadas y se asumió el compromiso de llevarlas al cabo. Entre las más relevantes se mencionan:

—Responder con decisión a los desafíos de la realidad social de nuestro contexto continental.

—Emprender la tarea de cambiar paradigmas tal y como lo demanda el Evangelio.

—Diseñar e implementar estrategias eficaces de formación sobre la Doctrina Social de la Iglesia (como lo está realizando la Escuela de Doctrina Social Juan Pablo II, del Centro de Caridad, San Francisco de Asís).

—Profundizar en el concepto de retorno justo e ir encontrando en la realidad concreta de las distintas empresas la forma en que éste debiera establecerse.

—Encontrar la forma de aplicar el concepto de salario justo como lo concibe la Doctrina Social de la iglesia, en la realidad concreta de cada empresa.

—Trabajar conjuntamente en la formulación de propuestas orientadas al respeto de la dignidad de la persona humana y a la consecución del bien común.

—Adelantar un trabajo conjunto para identificar las verdaderas necesidades de las comunidades menos favorecidas y, a partir de ellas, ver la posibilidad de desarrollar proyectos concretos.

—Potenciar un banco de experiencias sobre la forma de llevar el Evangelio a la realidad empresarial y social.

Al considerar estas líneas de acción nos damos cuenta de que ubican a la economía en su correcta función, muy lejos de fomentar la idolatría por ella como frecuentemente se hace en nuestros días.

Las características de este fenómeno que podríamos llamar “economicismo” son la deshumanización y la alienación; se toma el valor económico por encima de todos los demás y, por tanto, el ser humano se vuelve un medio para la economía, contrastando con un sano humanismo que proclama la dignidad de la persona humana.

El economicismo pretende poner al hombre al servicio de la economía dificultando su realización personal. A la vez, esta corriente considera a los compradores como simples instrumentos para el mercado y así se da el consumismo. La publicidad ha exaltado este comprador, compulsivo, que valora como factor de “status” el poseer el último modelo de todas las cosas que se ofrecen en el mercado, porque hay que deshacerse de lo “obsoleto” y comprar, y comprar, y comprar… para estar a la moda y si es sofisticada , mucho más deseada. Por obra y gracia de la publicidad enajenante se ha reducido la grandeza del hombre a un comprador consumista compulsivo.

Sin embargo, la economía no es el “factótum” de la vida social, no es un fin en sí misma y, por tanto, no son las personas las que deben subordinarse a la economía, sino ésta al hombre; la economía es sólo un medio, el instrumento para obtener de manera más eficiente los satisfactores necesarios, ha de estar ordenada al bienestar de los integrantes de la sociedad. El mercado ha de estar sujeto a las exigencias éticas y a la responsabilidad social. No es la sociedad para el mercado, sino el mercado para la sociedad y para el hombre.

Si es conveniente la libertad económica lo es precisamente porque es libre y, consecuentemente, responsable; de lo contrario sería un espejismo, una simulación manipuladora, ya que no se daría la verdadera libertad sino un libertinaje que llevaría a una economía desordenada.

El orden es orden porque tiene una razón de ser, un propósito y la finalidad de la economía es servir como instrumento para la promoción humana, para la optimización dinámica del trabajo humano y de los instrumentos utilizados para lograr el mejor aprovechamiento de los recursos, para aumentar la riqueza, lograr el mayor bienestar general, contribuir al progreso integral y al desarrollo social.

El reto que todo esto implica es grande, por lo que es necesario disponernos a una profunda conversión intelectual y espiritual. La transformación de la sociedad para los cristianos no es algo meramente accesorio, sino sustantivo al Evangelio.— Mérida, Yucatán.

Profesor universitario, asesor de USEM-Mérida, expositor en la Escuela de Doctrina Social Juan Pablo II