Eduardo Gómez
Religión en Libertad, 23 mayo 2018
En la loada Unión Europea de los democratistas se
homenajeaba hace unos días la estatua de Marx. Al laudatorio se unía –ironías
nominales del destino– el cardenal Marx, gloriando a su homónimo con sibilina
discreción: “Sin Marx no habría existido la Doctrina Social de la Iglesia”,
afirmaba el cardenal. Algún día desde la Santa Sede no estaría mal una
introspección en busca de los porqués de esa devoción de algunos prelados hacia
la burguesía zascandil más revolucionaria. Tamaña equivocación del cardenal se
refuta por muchas consideraciones objetivas. Veamos algunas.
El testimonio de Lucas en los Hechos de los Apóstoles
no deja lugar a dudas: la doctrina social existió desde las primeras
comunidades cristianas, donde todo se compartía y se repartía según los
menesteres y no se consideraba de orden privado cosa alguna. Sería ilógico
pensar que en los Hechos de los Apóstoles la palabra no precedió a la obra. Los
siervos de Dios empezaban a hacerse cargo de la realidad social.
Alrededor de
principios del siglo IV, en el Concilio de Ilíberis (Elvira), la familia se
declara elemento básico de la sociedad y se condena la desobediencia a las
autoridades (hoy lo llaman defensa del Estado de Derecho). Más adelante, la
doctrina propendió hacia el derecho a la libertad y la propiedad (en concreto,
desde 1346 proclama los tres derechos naturales: vida, libertad y propiedad).
Es más, la Iglesia hizo causa de la empresa familiar formada por oficiales y
aprendices, de las corporaciones de oficios que daban preferencia a la calidad
en detrimento de la cantidad. Empezaba a hacer mella la doctrina económica. Su
espectro se amplía en la encíclica Rerum Novarum, de la cual dimana el
distributismo para combatir a partes iguales el capitalismo y el comunismo. La
doctrina económica llegaba a su ápice.
Aunque la expresión “doctrina social” fue acuñada por
primera vez por Pio XI, éste reconoce que es muy anterior incluso a la Rerum
Novarum. Otro Papa, Pio IX, había condenado duramente el socialismo y el
liberalismo económico en 1864. En la misma línea, Leon XIII dio un golpe encima
de la mesa con su encíclica Libertas Praestantissimum al clamar que lo bueno de
las libertades modernas es tan antiguo como la misma verdad y la Iglesia lo
había incorporado siempre a su práctica diaria.
Tal vez el cardenal Marx se apoya en la oficialidad de
los acontecimientos en cuanto a la adopción de la expresión “doctrina social”
por primera vez por Pio XI, o en Dios sabe qué simpatías. No obstante, ¿desde
cuándo el oficialismo dictamina el nacimiento de los hechos? Colocar el
marxismo en la órbita de la Doctrina Social de la Iglesia solo se entiende
desde las párvulas vacilaciones de la asunción convencida, pero no confesa, por
parte de una fracción eclesiástica de esas supuestas bondades de la modernidad,
incluidas (y tal vez en especial) las revoluciones auspiciadas por la burguesía
zascandil.
Pues bien, fue la doctrina eclesiástica –mucho antes del oportunismo
de esa burguesía rémora para la civilización europea– la que condenó la usura,
exigió la manumisión de los esclavos, vindicó a la familia, defendió la empresa
familiar y hasta una remuneración justa para el capital porque también “trabajaba”.
Por si fuera poco, conviene recordar que la Universidad –esa institución para
estudios superiores donde estudió Karl Marx– fue creada por los monjes
cristianos en la Edad Media.
Ya lo avisaba León XIII: la doctrina social de la
Iglesia es tan antigua como la verdad que predica.