De lo que sucedió cuando expliqué en Facebook las
enseñanzas de la Iglesia
Francis
PHILLIPS, escritora
catolicos-on-line, 15-8-16
Recientemente viví una experiencia inquietante de
tintes surrealistas. Por casualidad, alguien había publicado una fotografía de
unas niñas vestidas con el uniforme escolar en la página Facebook de antiguas
alumnas de mi colegio, que antes era un internado y ahora es un colegio
católico para alumnas externas. La fotografía estaba encabezada por un breve
texto relativo a los nuevos problemas transgénero con los que han de lidiar las
escuelas privadas.
Añadí un comentario de una sola línea diciendo que
esperaba que dichas escuelas no claudicaran, en esta materia, ante lo
políticamente correcto. De inmediato, esta observación mía fue respondida con
enérgicas protestas. Por ello, escribí un par de párrafos más para explicar las
razones por las que, en materia de sexualidad, los cristianos no hacemos sino
atenernos a la historia, la Biblia, la biología y el sentido común, y recomendé
algunos libros. Estas observaciones suscitaron las respuestas iracundas e
irracionales de varios comentaristas, que exigieron el cierre inmediato del
hilo. Y en efecto, fue cerrado.
Recordé este incidente al leer el libro de Gabriele
Kuby, «The Global Sexual Revolution: Destruction of Freedom in the Name of
Freedom» (La revolución sexual mundial: La destrucción de la libertad en nombre
de la libertad), traducido del alemán y publicado recientemente en inglés por
la editorial Angelico Press. Como indica su título, el libro explica
detenidamente, basándose en una amplia investigación y aportando datos
reveladores, por qué en las últimas décadas la sociedad occidental –no así el
resto del mundo– ha pasado del feminismo militante a la destrucción del
matrimonio, para llegar ahora a promover agresivamente la «ideología de género»
y el derecho a «elegir» el propio sexo.
Este escalofriante relato describe la influencia
demoledora que ejercen las Naciones Unidas –a través de sus conferencias
internacionales sobre el control de la población y los derechos de las mujeres–
así como la Unión Europea, que, siguiendo su agenda laicista, hostiga a los
Estados miembros renuentes a tipificar penalmente la «intolerancia» y los
«delitos de odio», en particular la «transfobia». Según Kuby, «nunca antes
había existido una ideología que pretendiera destruir la identidad sexual del
hombre y la mujer, así como erradicar toda norma ética de comportamiento
sexual.»
Kuby añade que «ahora ya no está permitido sostener,
en la predicación, la enseñanza o la educación, que los fines de la sexualidad
son la unión amorosa entre un hombre y una mujer y la procreación.»
Los lectores de Catholic Herald conocen y deploran
esta insidiosa ofensiva. Ahora bien, por lo general, la voz de los cristianos
está cada vez menos presente en el foro público, en donde la «tolerancia» ha
pasado a ser el grito de guerra del relativismo y ya no resulta posible
mantener un debate racional, reflexivo y respetuoso, tal como aprendí, penosamente,
en la página de Facebook de antiguas alumnas de mi colegio.