DON BOSCO

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"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

LA REFORMA DEL GOBIERNO RENZI RESPECTO A LOS BANCOS DE CRÉDITO COOPERATIVO (BBC) ES PELIGROSA E INJUSTA


Declaración del arzobispo Mons. Giampaolo Crepaldi 

 Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuan, 10-3-16

La reciente reforma de los Bancos de Crédito Cooperativo, aprobada en el Consejo de Ministros, suscita perplejidades legítimas en lo que se refiere a las políticas que se quieren conseguir en lo que respecta al sistema bancario. En particular, preocupa la norma que permite a los BCC más grandes (con capitalización de al menos doscientos millones de euros) salir del sistema cooperativo mediante su transformación en sociedad por acciones y el pago de un impuesto del 20% sobre las reservas arrinconadas en decenios de actividad bancaria.  La aprensión se agudiza por el hecho de que dicha intervención es una continuación de la que se realizó hace un año en los grandes bancos populares -actualmente en fase de importantes proyectos de fusión- y a distancia de meses de los enésimos escándalos vinculados a la mala gestión de algunos bancos territoriales.

La reforma puede resultar peligrosa, además de injusta, porque actúa gravemente sobre distintos aspectos de la democracia económica, puesta en estos años en discusión por un enfoque centralista de las cuestiones públicas, en ausencia de una política industrial real.

En primer lugar, se pone en discusión el papel fundamental del cooperativismo para el desarrollo social y económico; se trata de una capacidad de empuje ya demostrada en la historia económica de nuestro país y que puede renovar su importancia en el actual contexto de post-crisis económica. Como afirmó Benedicto XVI en la Caritas in Veritate: «La misma pluralidad de las formas institucionales de empresa es lo que promueve un mercado más cívico y al mismo tiempo más competitivo». 

La debilitación de la “biodiversidad” de las formas organizativas en ámbito bancario corre el riesgo de empobrecer a los territorios, privándoles, al mismo tiempo, tanto de institutos atentos al desarrollo local como de patrimonios destinados a obras y acciones sociales acumulados durante años de gestión impecable. Como ha afirmado recientemente el economista Stefano Zamagni: «Hay una clara violación del principio legal según el cual los fondos dejados como reserva de los BCC son indisponibles e indivisibles, porque son reservas que en el curso de decenios han sido acumuladas libres de cargas fiscales y, por lo tanto, pertenecen a los ciudadanos, no al banco».

En segunda instancia, preocupa la voluntad de centralizar los poderes económicos y financieros, no reconociendo el valor subsidiario de las iniciativas locales en ámbito financiero. Si por un lado es verdad que la competencia internacional requiere la constitución de grandes grupos bancarios capaces de enfrentarse con institutos europeos y mundiales análogos, también lo es que no nos podemos olvidar de la vocación de la intermediación financiera: coger el ahorro y conceder créditos. Serán las pequeñas iniciativas empresariales y los proyectos de desarrollo social los que más sufrirán por el alejamiento de los centros de decisión y por los gigantes bancarios.

La “traición” de la vocación hipotecaria de los BCC indica el riesgo que también pueden correr estas experiencias bancarias, destinadas a dejar los territorios donde nacieron y a dispersar la propia cultura empresarial, como ha sucedido con los bancos populares.

Negar la eficaz aplicación del principio de subsidiariedad en el ámbito financiero equivale a globalizar las soluciones, descuidando «la complejidad de las problemáticas locales, que requieren la participación activa de los habitantes», como escribe el Papa Francisco en la Laudato Si.

El tercer vulnus a la democracia económica atañe a la subyacente idea de la equivalencia entre “mala gestión” de algunos institutos bancarios y “mala fórmula” empresarial: si es verdad que en algunos casos los bancos cooperativos han sufrido de un excesivo empuje a crecer y a la financiación, con la consiguiente perdida de raíces y la desnaturalización de la función de desarrollo económico, dichos comportamientos deben ser censurados y prevenidos con sistemas de control mejores y no pueden llevar a la generalización. Si el sistema bancario y económico nacional goza de buena salud, el modelo cooperativo tiene una buena parte del mérito, por lo que hay que demostrarle reconocimiento, hay que preservarlo y promoverlo.

El deseo es, por lo tanto, que se replantee radicalmente la reforma en los puntos donde se impulsa la salida de los BCC del mundo cooperativo y su consiguiente traición a la propia vocación, “hija” de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Nunca como en estos años el mundo económico ha demostrado tener sed de humanización y sólo podrá ser rociado si la libre iniciativa cooperativa continúa viviendo y prosperando.