y los poderes 'invisibles'
El Ojo Digital, 25 de Julio de 2018
Dr. José Milmaniene; Supervisión. Comunidad
terapéutica GRADIVA.
* * *
Son tiempos de química, y todo parece hallar solución
en ella. La palabra, el diálogo, y el llorar sufrimientos para aprender a
'digerirlos' de manera humana, sencillamente no están de moda. En la sociedad
del espectáculo, la imagen y la tecnología, la química parece mandar. Reina el
desamor. Además, ¿a quién podría uno contarle algo? No parece haber nadie allí
afuera. Somos nadies entre nadies, protagonistas en la nada. Pero abundan los
patrones de la química: ellos son los que mandan y, en el proceso, generan
renta con las personas vaciadas por el desamor y la ausencia de palabras.
Los trastornos mentales y adictivos se multiplican.
Para algunos, aquéllos pueden ser incluso la 'caricatura' de esta época que hoy
nos toca vivir. Hoy, las drogas ocupan un lugar central en lo sanitario y
además son una fuente de plusvalía muy importante tanto para sectores
delictivos como para sectores políticos y de la economía formal.
En esta
economía de la producción de enfermos, cambia incluso el rostro de quienes
sostienen los 'males' sociales. No existen más los Pablo Escobar. Valga la
apreciación de los estudiosos colombianos Notimérica mencionado por el Plan de
Drogas de España (edición del 19 de julio), en donde claramente hay una
estrategia diferente en la penetración en las sociedades. La máxima de Pablo
Escobar (el capo que se iniciara en los setenta y alcanzara su cénit en los
ochenta y parte de los años noventa) del 'Plomo o Plata' mutó hacia el eslogan
'Plata... más plata... más plata' que, en franca sinergia con el poder político
y un marketing respaldado en el respeto a los derechos humanos a consumir, se
anota objetivos impensados.
En rigor, se ha pasado de la etapa de las
personalidades violentas y orgullosas de las armas automáticas, al trabajo
silencioso y clandestino -invisible. De lo que se trata es de pasar
desapercibido y manejar los negocios financieros: he aquí una de las claves.
Los acuerdos de paz de Colombia permitieron 'lavar' grandes fortunas, proteger
políticamente -incluso con cargos de inmunidad parlamentaria- a numerosos
individuos de prontuario guerrillero. Hoy, esa nación produce produce más
cocaína y marihuana que nunca antes en la historia. Estos acuerdos fueron
'bendecidos' desde muchos sitios, menos desde las urnas, conforme la ciudadanía
prestó la debida atención y descubrió la trampa. No obstante ello, el costado
invisible (esto es, delictivo) ha logrado imponerse, a la postre.
La meta de no visibilizar el dominio se observa
claramente en el negocio de la marihuana. En Wall Street, ya ha debutado una
firma dedicada a la marihuana medicinal (Tilray), con un 37.1 % de ganancias en
pocos meses. La venta bajo receta médica con el objetivo de paliar ciertas
enfermedades (quimioterapia, epilepsias refractarias, etcétera) es también una
forma de disimular la venta en tiendas de marihuana, o en farmacias para todo
público como se hace en los Estados Unidos de América, Canada y espacios de
farmacopea en la República Oriental del Uruguay.
En el caso estadounidense, el
Auditor General del estado de Pennsylvania ha puesto el grito en el cielo
porque, de tomarse la decisión oficial de no legalizar el comercio de cannabis,
ese estado de la Unión perdería un aproximado de US$ 600 millones al año, en
recaudación impositiva. Las referencias sanitarias -dedicadas al cuidado de la
ciudadanía- han ido a parar a la papelera de reciclaje.
La marihuana medicinal es el proverbial caballo de
Troya (a saber, procedimiento para enmascarar otro fin que el declarado) de la
venta en tiendas, dietéticas, farmacias; lo cual, a su vez, sintetiza un
formato que busca implantar la venta libre de drogas como si se tratase de
cualquier otro producto.
En todo este marco, deviene en fundamental -para las
organizaciones del marketing pro-droga- el trabajar y machacar sobre la opinión
pública, ocultando los perjuicios del consumo y exhibiendo los 'beneficios' del
consumo controlado -si acaso existe tal cosa-; esfuerzo concentrado en los
grupos denominados de 'reducción del daño'. Los estudios sociales de las
poblaciones de riesgo, las edades de máxima vulnerabilidad de tipo
biológico-cerebral o del desarrollo jamás son tenidas en cuenta por los
promotores de la droga libre, que también ignoran la totalidad de los aspectos
vinculados a la salud pública, como ser costos, enfermedades asociadas y
discapacidades, minusvalías, etc.
La meta del referido servomecanismo es generar más y
más dinero, lo cual también permitirá consolidar control político. No se trata
de otra cosa de de sistemas de imposición coactiva, acompañados de estratagemas
de mercadotecnia. Al éxito y consecución de objetivos de las corporaciones
invisibles, ayuda el actual marco de carencias sociales y familiares de la
posmodernidad.
El abismo en que se ven sumergidas la vida familiar y
la educación en tiempos actuales se esboza como reaseguro para este novedoso
modelo de control social. El resultado también coincide con el debilitamiento
explícito de sociedades organizadas en torno del esfuerzo y el trabajo duro,
con un sólido protagonismo institucional. Al potenciarse la disociación social,
los promotores de la droga libre se infiltran en territorios específicos, con
su respectiva 'mano de obra' -que es la que ejecutará el control territorial
manu militari.
La legalización de ciertas sustancias, contrariando
todo dato científico y objetivo en resguardo de la salud pública, no se
contradice con el incremento del poder ilegal; antes bien, existe una
complementación. En el vecino Uruguay, como ejemplo, la comercialización de
cannabis en farmacias consignó un aumento para las ventas del mercado marginal
narco. Se ha amplificado la cifra de consumidores.
Acaso siguiendo a pies juntillas los postulados de la
Divina Comedia de Dante, que rezaba 'La confusión es el principio del mal de
las ciudades', en los Estados Unidos se asiste a un refinado trabajo de promoción:
dada la epidemia de opiáceos, los cráneos del marketing proponen a diario,
reemplazar a la heroína con la marihuana.
Mientras tanto, lo cierto es que a nadie parece
importarle qué es lo que le sucede a las personas, ni cuáles son sus
padecimientos. Es que el lenguaje como herramienta crítica para la resolución
de conflictos ha caído en franco abandono: la solución ha quedado bajo control
de la química, sobre la cual se han estructurado enormes poderes económicos,
que han consolidado un férreo control político.
Males de época
Esta actual temporada de posmodernidad tecnológica
ejercita una demanda permanente, y potencia la sintomatología. La sociedad
explicita su padecimiento, manifestándose amor y abandono por doquier. Es esta
una época de soledades anestesiadas con psicofármacos adquiridos sin mediar
consulta médica. También las drogas cumplen la función de encubrir ese vacío y
desamor: se asiste al mustio espectáculo de adolescentes que buscan Padres, en
una búsqueda frenética de identidad. En muchas ocasiones, el padre también
utiliza drogas. Familias enteras con hijos consumidores han decidido
internarse.
Lo cierto es que todos precisamos hallar la senda
perdida de la palabra, que es el límite al exceso. Solo la palabra podrá
restaurar un continente normativo perdido, y un afecto que ponga fin a los
sintomatología de autodestrucción.
Desde el punto de vista del terapeuta, la
responsabilidad comporta una ética de magnitud, buscando rescatar el valor de
la vida y de la ternura ante los imperativos de la violencia.
Desde que nacemos, a diferencia de los animales, somos incompletos. Necesitamos de los afectos, el amor, las normas, los límites y la tutela de otros que nos ayuden a ser. De acuerdo a estudios científicos, los animales carentes de afecto y contacto en los primeros momentos de su vida registran una menor resistencia a los virus y bacterias, produciéndose el emerger de enfermedades del sistema inmunológico. También los seres humanos desarrollan crisis y explicitan, de varias maneras, llamados al Otro a partir de la ausencia de afecto -y muchas personas lo hacen aún desde los desafíos más omnipotentes y violentos.
Desde que nacemos, a diferencia de los animales, somos incompletos. Necesitamos de los afectos, el amor, las normas, los límites y la tutela de otros que nos ayuden a ser. De acuerdo a estudios científicos, los animales carentes de afecto y contacto en los primeros momentos de su vida registran una menor resistencia a los virus y bacterias, produciéndose el emerger de enfermedades del sistema inmunológico. También los seres humanos desarrollan crisis y explicitan, de varias maneras, llamados al Otro a partir de la ausencia de afecto -y muchas personas lo hacen aún desde los desafíos más omnipotentes y violentos.
La barbarie ha plantado bandera en las relaciones humanas. Y la barbarie es, precisamente, el destierro de los amores, la fragilidad de los vínculos, el abandono de niños y ancianos. La Humanidad ha aprendido a dominar el átomo, la tecnología aeroespacial. Casi nos hemos convertido en dioses. Pero algunos solo saben funcionar echando mano de las motivaciones básicas del primate, capaces de lo peor.
Así, pues, el suicidio, un episodio de sobredosis, o
una enfermedad de transmisión sexual son, quizás, formas de pedir a gritos la
intervención de un Otro. La realidad es que todo síntoma es un mensaje. Pero se
percibe que, en no pocos casos, nos quedamos sin interlocutores. La dislocación
de la familia solo logra que sus integrantes no tengan con quién hablar.
El precipicio del lenguaje, la interlocución y el
reconocimiento se han vuelto moneda corriente. De igual manera, la caída del
Otro -y de terceros significativos en la vida de los dolentes- sintetiza el
peor de los mudos testigos de la posmodernidad que hoy transitamos. 'Sin
testigos, nos evaporamos', evidenciaba Jean-Paul Sartre. La sociedad del hoy solo
parece aportar cómplices y secuaces; de testigos, nada.
Se pierde de vista que el cómplice solo se presenta
para la hora de la trampa. El testigo es quien sabe explicitarnos todo su apoyo
en temporadas de sufrimiento y dolor y, al sostenernos emocionalmente, nos
ofrece consuelo. Sin embargo y al mismo tiempo, ese Testigo-Otro nos obsequia
una oportunidad para reponernos, coadyuvando para que emerja lo mejor de
nuestros propios recursos y, así, conquistemos a la desesperanza. Esta
desesperanza no es otra cosa que el fruto de episodios de extrema desesperación
y soledad.
Y la esperanza solo hace su ingreso cuando tenemos a
la mano interlocutores significativos. El oponente no es menor: por ahora al
menos, la química -con todo su poder económico- parece estar ganando la
partida.