de Abel Albino
Agustín De Beitia
La Prensa, 26.07.2018
No puede extrañar que la intervención del doctor Abel
Albino en el Senado haya quedado eclipsada por la polémica, ni mucho menos que
la cobertura mediática se aferrara al escándalo. Hace tiempo que el médico es
hostigado por expresiones que resultan incómodas al mundo moderno, de la
paternidad responsable a la homosexualidad, y se intenta silenciarlo. La pena
es que las reacciones impulsivas impidan reflexionar con sosiego. Pero quien se
tome el tiempo de ver su discurso y sus respuestas al panel que lo interrogó en
la Cámara Alta, disponible en internet, podrá disfrutar de una verdadera clase
magistral.
La hondura, la sensibilidad y la riqueza del discurso
pronunciado por el médico pediatra, considerado por muchos como una eminencia,
contrasta con la estridencia de quienes quieren ridiculizarlo.
Sin atenerse a ningún escrito, leyendo sólo de vez en
cuando algún dato, pero con gran lucidez, ofrece allí un discurso rico en anécdotas,
vivencias y cifras, en el que cita desde el código penal o la Constitución
hasta estudios médicos, declaraciones de otros profesionales y artículos en
revistas especializadas.
La profundidad de su mirada le viene dada en parte por
los años de experiencia que acumula en el contacto con los niños y con padres
de todas las edades, en contextos de una pobreza extrema que se repite en
distintas geografías, del país y del exterior.
Las anécdotas que aporta en ese sentido son
conmovedoras, como los niños que ha visto dormir en huecos cavados en la
tierra, y cubiertos con un perro, en Mendoza; o la mujer que vio llorar porque
nadie le había hablado en todo el día. Un ejemplo, según él, de la necesidad de
tener una mirada comprensiva, abarcadora, integral sobre el ser humano, por la
que brega desde su institución.
Su discurso no puede ser entendido más que como un
canto a la mujer. Por su compasión con las que abortaron, por los elogios que
les prodiga en cuanto custodios de la vida, y por su preocupación por darles
contención a las embarazadas en lugar de juzgarlas, por ayudarlas a salir
adelante en la vida, y superar el analfabetismo que avergüenza. Sus palabras
iluminan la triste realidad de que la pobreza no sólo priva de educación sino
que impide hasta la introspección.
Así de comprensivo, así de concreto y a la vez sutil,
es el discurso pronunciado por Albino, que demuestra la intención de ayudar a
las personas a ordenar sus vidas, estimularlas y orientarlas por el camino del
autocontrol y la paternidad responsable.
Porque esa agudeza que evidencian sus expresiones en
el Senado surge también de una visión anclada en valores, que es lo que en el
fondo molesta. Y molesta porque viene a frustrar un estilo de vida libérrimo.
No puede extrañar, claro, que hoy el pediatra viva un
calvario, criticado incluso por médicos y organismos de salud como la OPS, y
que muchos exijan que se le quiten los subsidios que recibe para llevar
adelante su labor. Esto ocurre por lo extendida que está esa otra visión de las
cosas que privilegia el placer personal. Por no hablar de los intereses
ideológicos o económicos que hay detrás del aborto y del reparto universal de
profilácticos.
La verdadera grieta que hoy se observa en el país es
la de estas dos cosmovisiones, que hoy pugnan en el debate por el aborto.
Al ver el discurso completo del doctor Abel Albino
queda en evidencia que el objeto de la polémica, es decir, sus dichos sobre la
eficacia relativa de los preservativos, es apenas un detalle en el marco de una
exposición profunda y abarcadora. Un detalle que sin embargo abrió la puerta a
sus críticos para impugnar todo lo demás. Pero las estadísticas que mencionó
tienen todo menos un elemento de novedad. Hasta la FDA estadounidense admite
ese riesgo.
El hecho de que se discuta sobre los profilácticos en
el actual debate sobre el aborto prueba, en definitiva, lo que no se quiere
admitir: que el aborto se piensa como la herramienta de último recurso cuando
el preservativo fracasa. Una demostración palmaria de que la discusión no es la
que se proclama.