Nora Leal Marchena
LA NACION, 05
DE SEPTIEMBRE DE 2016
Frente a las situaciones conflictivas en las que se
enfrentan intereses de dos sectores es importante considerar los rasgos
principales de la sociedad en la que nos toca vivir. La organización social
actual se caracteriza por la fragmentación de los vínculos, dada por el
aislamiento y el individualismo; la defensa de los intereses corporativos sobre
el bien común y la caída de lo humano en manos del mercado, lo que provoca la
exclusión y desechabilidad de las personas.
El interés colectivo suele centrarse más en la
supervivencia que en la convivencia y deja a las personas sin sensibilidad y
sin esperanza. Naturalizar lo marginal e integrar la gente en calle como parte
del paisaje urbano es la vía más eficaz para producir la certeza de que es
imposible cambiar nada.
En Buenos Aires, donde antes se vivía con relativa
armonía y las personas podían caminar tranquilas por la calle, hay cada vez más
exclusión social y marginalidad. Frente a esto, disminuyen las conductas
solidarias y en algunos casos se adoptan respuestas violentas.
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Las causas más profundas de la exclusión y la
violencia deben buscarse en la sociedad misma, que en estos tiempos fomenta el
aislamiento, la superficialidad, el consumo y la inequidad.
Quien queda afuera a veces intenta patear la puerta
para poder entrar; al usar la violencia se mete en situaciones cada vez más
difíciles y queda cada vez más excluido. Quien queda adentro protege y
resguarda su acotado bienestar porque lo siente en riesgo, y lo extraño es de
temer. Antes, era habitual que cuando una persona tocaba una puerta, se le
brindaba comida o ayuda. Ahora, cuando una persona toca una puerta lo primero
que se siente es miedo y esto anula la respuesta solidaria.
El vecino también tiene sus razones al defender su
espacio. La gente está alerta y se defiende antes de ser atacada.
El que duerme en la calle está en una situación en la
que ninguno de nosotros quisiera estar. Es una realidad muy difícil, que marca
sobre todo la ausencia de políticas del Estado durante muchos años. Ofrecer
lugares de pernocte no es una solución.
Los Estados deberían encontrar alternativas viables y,
mientras tanto, conversar con ambas partes para que evitar conflictos que
exponen a los ciudadanos a situaciones de violencia entre ellos.
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La autora es psiquiatra y preside el capítulo
Violencia Social y Salud Mental de la APSA.