la clave para una economía más humana en el redescubrimiento de Dios
Omar Ebrahime
Después de una
audiencia con el Papa Francisco y de dos mesas redondas sobre la emergencia
mundial en el campo de la libertad religiosa y las persecuciones contra los
cristianos (con particular atención a lo que sucede en Medio Oriente y Asia),
las tres jornadas conmemorativas organizadas por el Pontificio Consejo Justicia
y Paz en Roma sobre la histórica encíclica del Papa Roncalli se concentraron en
la actual crisis internacional económico-financiera, sobre el problema
educativo de las jóvenes generaciones y la influencia de los nuevos medios
masivos digitales, sobre las últimas fronteras de la bioética y sobre el rápido
cambio del panorama geopolítico actual respecto al acceso a los principales
recursos naturales (agua, alimentación, tierra y energía).
Uno de los debates
más esperados fue sobre la crisis económica, protagonizado por el profesor
Martin Schlag, director del centro de investigación “Mercados, Cultura y Ética”
de la
Pontificia Universidad de la Santa Cruz y por el
profesor Stefano Zamagni, catedrático de economía política en la Universidad de Boloña.
Partiendo de puntos de vista sensiblemente diferentes, los análisis brindados
por los dos demostraron, sin embargo, no pocos puntos en común, que pueden
resumirse básicamente en dos: el primado de Dios (que presupone una batalla
individual, antes que institucional, por obrar la santidad) y un decidido
retorno de la ética en los cada vez más confusos —así como con frecuencia
cínicamente depredadores— procesos de mercado occidentales.
Para el docente
alemán, la crisis, en efecto, antes que económica, tiene presupuestos
culturales y espirituales y reside, en última instancia, precisamente en el
olvido de las raíces cristianas. Claramente no se trata aquí de una discusión
meramente académica, como algunos entendieron (por ejemplo) el debate sobre el
preámbulo de la
Constitución europea, sino de algo mucho más concreto y
determinante: para Schlag la pérdida de las raíces de la fe ha causado también
el colapso de la ética occidental y del sentido colectivo de nuestras acciones.
De aquí que surjan, de manera transversal, movimientos populares de protesta (y
también políticos) que hacen del irracionalismo instintivo de las pulsiones y
de la apelación al “estómago” de los ciudadanos su razón de ser. Según esta
óptica todo cuanto nos rodea es negativo y debe ser descartado: el sistema
económico, el libre mercado y a veces incluso el dinero mismo.
Es por tanto
paradójico que hoy, a menudo, tenga que ser precisamente la Iglesia quien deba
recordar —de nuevo, en una obra de verdadera purificación de la memoria— que
los montes de piedad y los primeros ejemplos de banca moderna nacieron de la
iniciativa de cristianos comprometidos con el mundo en el periodo medieval. La
“nueva evangelización” de la empresa a la que los cristianos están más que
llamados en los países de antigua cristiandad no se refiere, por tanto, a
“nuevas recetas” a inventar, sino, más que eso, a redescubrir y revalorizar
experiencias antiguas, según sea el caso. Por otro lado, la idea que los
valores de la Ilustración
(suponiéndolos como tales), puedan mantenerse en pie aun sin el cristianismo ha
sido refutada demasiadas veces en el último siglo: el curso de la historia
reciente demuestra simplemente que “es una cosa que no funciona”. Schlag ha
recordado entonces los estudios del filósofo político francés Pierre Manent,
quien demostró que la causa de la desmoralización de Occidente (visible
también, por ejemplo, en una caída demográfica sin precedentes) basa sus
premisas en esa suerte de religión nihilista alternativa de masas que es el
“credo de la ausencia de Dios”. Una lectura en la que recientemente ha estado
de acuerdo el primer ministro húngaro Viktor Orbàn, ya impopular ante la elite
europeista por haber hecho aprobar una constitución nacional que se refiere
explícitamente a la herencia del rey San Esteban (fundador de la monarquía
húngara) e invoca muy claramente incluso (¡incluso!) la bendición divina sobre
el pueblo magiar.
Para Schlag, en suma,
Europa no va a salir de la crisis si primero no redescubre —sobre todo en sus
clases dirigentes— la ética evangélica que en los albores de su civilización
difundió, o mejor, universalizó (in primis a través de la fundación de
escuelas, orfanatorios y hospitales), el principio de la caridad social como
criterio de discernimiento de la acción humana. Como enseña la Doctrina Social de
la Iglesia ,
por otro lado, la filantropía en sí misma a la larga no produce grandes cambios
si no tiene detrás una motivación ultraterrena y “no negociable”. ¿Y quién más
sino los creyentes pueden poseer motivaciones de tal género? Si se nos permite
una anécdota, viene a la mente el diálogo entre un célebre periodista británico
y la beata Madre Teresa de Calcuta. Después de haber visitado personalmente los
barrios bajos indios y atestiguado la obra heroica de las hermanas, el
periodista exclamó: “¿Pero cómo puede hacer esto, Madre?, ¿quién le da la
fuerza? ¡Yo no lo haría ni por mil millones de dólares!”. A lo que la Madre Teresa
simplemente respondió: “Ni tampoco yo, de hecho. Es por Jesús por quien lo
hago”.
Por su parte, en
respuesta a Schlag, el profesor Zamagni se mostró convencido de la necesidad de
redimensionar el balance de la globalización económica, de manera
significativamente menos optimista, ya que focos de guerra e inestabilidad
social continúan alimentándose en varias partes del mundo: en general, se puede
afirmar que la riqueza per cápita no ha sido socializada donde más se necesita
(de hecho, parece que la desigualdad ha aumentado en términos absolutos), ni
mucho menos se ha realizado aquella categoría “nodal” de desarrollo integral
sobre la que la Iglesia
fundamenta los lineamientos para la sociedad futura. Si, por tanto, los
procesos libres no han sido capaces de corregir las desigualdades, se necesita
pensar finalmente en instituciones que “demuestren la capacidad de detener el
aumento escandaloso de las desigualdades sociales” y así también garanticen
condiciones duraderas de paz.
El redescubrimiento
del valor de la gratuidad del don como comportamiento no solo virtuoso sino
también racional y fructífero incluso económicamente (como exhortaba a hacer,
en última instancia, la
Caritas in Veritate) ya no es suficiente para Zamagni: es
necesario intervenir firmemente hacia instituciones y organismos de control
político supranacional, así como ya los hay en el ámbito financiero, para
frenar el aumento de las injusticias y comprender que “no todo lo que es
técnicamente posible es éticamente lícito” Un leitmotiv que ha sido relanzado
oportunamente también en la mesa redonda sobre bioética, donde antes de la
profundización sobre la posible licitud de la investigación científica en
embriones (de mano de la doctora Ornella Parolini del centro de investigación
E. Menni de Brescia), se recordó con mucha emoción a un hombre inolvidable que
luchó toda su vida contra la idea utilitarista aplicada a la vida de los seres
humanos y de quien justo acaba de concluir la fase diocesana de beatificación:
el genetista francés Jérôme Lejeune (1926-1994), descubridor del Síndrome de
Down.
Se concluyó el evento
con un panel sobre buenas prácticas, presentado y moderado por Flaminia
Giovanelli, subsecretaria del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que ilustró
con ejemplos concretos la infatigable obra de mediación social, pacificación y
reconciliación que la Iglesia
toda —laicos, presbíteros y obispos— desarrolla activamente en África,
Sudamérica y Filipinas, en contextos de crisis, a favor de los más pobres y
desfavorecidos. Entre las personalidades de relieve que intervinieron en el
curso de los tres días, además de las ya mencionadas autoridades del dicasterio
vaticano, estuvieron su presidente, S.E. Cardenal Peter Turkson, el secretario
S.E. Monseñor Toso, el presidente del Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, S. E. Monseñor Claudio Maria Celli, el presidente del
Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, S.E. Cardenal Jean-Louis
Tauran y Monseñor Michael Fitzgerald, antiguo nuncio apostólico en Egipto.
Osservatorio Internazionale Cardinale Van
Thuân, 22-11-13