Por Mariana Iglesias
En distintos laboratorios de la Argentina hay unos 15.000 embriones congelados con destino incierto. Algunos serán transferidos al útero de las mujeres que se sometieron al tratamiento del cual son producto. Otros no. Tal vez porque estas mujeres ya tienen hijos y no quieren más. O quizás porque pasaron los años y ya son demasiado grandes para quedar embarazadas. Incluso se plantean situaciones aún más complejas: hay embriones congelados de parejas que se han divorciado, o que han muerto. ¿Qué hacer entonces con estos embriones? ¿Se los descarta? ¿Se los usa para investigar? ¿Se los dona? ¿Se los da en “adopción”? No existe en el país legislación al respecto. Lo que se hace queda a criterio de médicos y pacientes. Mientras tanto, alrededor se alzan voces de lo más dispares que van desde quienes tratan a los embriones como si ya fueran bebés a los que directamente se oponen a los tratamientos de fertilización asistida .
Acaban de cumplirse 25 años de los primeros tratamientos que hubo en el país. En este tiempo los avances científicos han sido imparables. Los métodos han adquirido un nivel de sofisticación tal que hoy es posible que una mujer menopáusica que no tiene pareja se quede embarazada y tenga un bebé. Hay donación de esperma, de óvulos y de embriones, aunque no se diga en voz alta. Actualmente se usa la vitrificación, que por ejemplo conserva jóvenes los óvulos de mujeres que deciden aplazar la maternidad, o que deben enfrentar tratamientos de quimioterapia. Esta técnica es la que se usa hoy día para conservar aquellos embriones “sobrantes” de un tratamiento de fertilización.
Según los especialistas, las principales ventajas de esta técnica son que permite limitar el número de embriones a transferir para reducir al mínimo el riesgo de un embarazo múltiple (se coloca un promedio de dos embriones por transferencia y se congela el resto). Esta técnica permite acceder a un nuevo intento de embarazo si el primer intento fracasa. El tema de debate es si el primer intento es exitoso y la pareja ya no quiere saber nada con esos embriones, cómo proceder con los que se guardaron.
Existe un fallo de la Cámara Civil de la Capital Federal de 1999 que prohibe que los embriones se destruyan o se usen para experimentos . Es que la Cámara sostiene que el embrión tiene status de persona, y entonces sólo pueden ser transferidos a la pareja que aportó las gametas. El fallo parte del planteo de un abogado, Ricardo Rabinovich, que consideró que los embriones eran personas jurídicas y demandó a varios centros.
“Por eso es que hoy la AACeRA (Asociación Argentina de Centros de la República Argentina) desaconseja la donación de embriones congelados”, dice a Clarín Sergio Papier, titular de AACeRA, y próximo presidente de SAMER (Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva), entidad que “considera desde la perspectiva estrictamente científica que la tesis de que un embrión es una persona es insostenible”. “De todas maneras, hay algo en lo que sí los centros estamos de acuerdo. No son material de descarte ni experimental”, asegura Papier, quien opina que sí debería estar permitido que se donen a otras parejas: “Es la salida más lógica para estos embriones que no son reclamados”.
Como en el resto de los centros, en el CEGYR –uno de los más importantes, sólo allí hay 2.400 embriones congelados– las parejas firman un consentimiento informado antes de la criopreservación de embriones. Allí no sólo se les advierte que deberán pagar el mantenimiento de los embriones (unos cien dólares anuales) sino que se explica que “la única alternativa para dichos embriones criopreservados es la transferencia futura de los mismos dentro del ámbito de la propia pareja. En caso de divorcio o muerte de uno o ambos miembros de la pareja, será la autoridad competente quien decida el futuro destino de los embriones criopreservados”. Pero esta “autoridad competente” no existe. Como tampoco ninguna ley.
“En Argentina no hay legislación sobre temas de bioética porque son particularmente conflictivos. La idea es dejar las cosas como están porque hay muchos intereses en juego, y no sólo los económicos, sino también los religiosos”, afirma Salvador Bergel, titular de la cátedra UNESCO de Bioética de la Universidad de Buenos Aires. “Que esa sala de esa Cámara le haya dado status de persona a un embrión es absolutamente cuestionable, es sólo una interpretación. Sin dudas hace falta legislar, pero antes que eso hace falta un debate serio de toda la sociedad”.
De hecho, hace años que circulan en el Congreso proyectos de ley que dan vueltas y vueltas hasta que pierden estado parlamentario y ya no se pueden volver a tratar. ¿Por qué con este tema ocurre esto sistemáticamente? Quien contesta es Silvia Martínez, legisladora y autora de uno de estos tantos proyectos: “Es un tema muy sensible. La cuestión económica es muy fuerte. Algunos prefieren que no se reglamente nada, y otros son muy duros, quieren prohibir todo”.
Para Susana Sommer, bióloga y profesora de Etica de la Ciencia, “es terrible” que haya un vacío legal. “Ni médicos ni pacientes saben los límites de lo que se puede hacer. Creo que en el consentimiento informado los pacientes son los que deberían decidir qué hacer con los embriones sobrantes. También me parece sensato y razonable que se usen para investigación, para el desarrollo de la ciencia, ya que en una donación serían anónimos y dónde queda el derecho a la identidad”.
¿Y esta idea que está dando vueltas sobre darlos en adopción? Sommer suena casi indignada: “¿Qué es este clamor por adoptar a los pobres embriones huérfanos? ¿Cómo es posible que la gente sea más sensible ante un embrión que frente a tantos chiquitos vivos que podrían ser adoptados?”.
Clarín, 20-2-11