CARTA ENCÍCLICA
MATER
ET MAGISTRA
DE SU SANTIDAD
JUAN
XXIII
SOBRE EL RECIENTE DESARROLLO DE LA CUESTIÓN SOCIAL
A LA LUZ DE LA DOCTRINA CRISTIANA
1961
Resumen
1. Madre y Maestra
de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que,
en el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de
una vida más excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y
recibir su abrazo.
2. La doctrina de
Cristo une, en efecto, la tierra con el cielo, ya que considera al hombre
completo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, y le ordena elevar su mente
desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la
vida eterna, donde un día ha de gozar de felicidad y de paz imperecederas.
3. Por tanto, la
santa Iglesia, aunque tiene como misión principal santificar las almas y
hacerlas partícipes de los bienes sobrenaturales, se preocupa, sin embargo, de
las necesidades que la vida diaria plantea a los hombres,
4. Al realizar
esta misión, la Iglesia cumple el mandato de su fundador, Cristo, quien, si
bien atendió principalmente a la salvación eterna del hombre, cuando dijo en
una ocasión : «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6); y en otra: «Yo
soy la luz del mundo» (Jn 8,12), al contemplar la multitud hambrienta, exclamó
conmovido: «Siento compasión de esta muchedumbre»
6. Nada, pues,
tiene de extraño que la Iglesia católica, siguiendo el ejemplo y cumpliendo el
mandato de Cristo, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la
caridad durante dos milenios, es decir, desde la institución del antiguo
diaconado hasta nuestros días, así con la enseñanza de sus preceptos como con
sus ejemplos innumerables; caridad que, uniendo armoniosamente las enseñanzas y
la práctica del mutuo amor, realiza de modo admirable el mandato de ese doble dar que compendia por entero
la doctrina y la acción social de la Iglesia.
20. Por lo que
toca al Estado, cuyo fin es proveer al bien común en el orden temporal, no
puede en modo alguno permanecer al margen de las actividades económicas de los
ciudadanos, sino que, por el contrario, la de intervenir a tiempo, primero,
para que aquéllos contribuyan a producir la abundancia de bienes materiales,
«cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud» (Santo Tomás de Aquino,
De regimine principum, I, 15), y, segundo, para tutelar los derechos de todos
los ciudadanos, sobre todo de los más débiles, cuales son los trabajadores, las
mujeres y los niños.
34. los católicos
no pueden aprobar en modo alguno la doctrina del socialismo moderado. En primer
lugar, porque la concepción socialista del mundo limita la vida social del
hombre dentro del marco temporal, y considera, pro tanto, como supremo objetivo
de la sociedad civil el bienestar puramente material; y en segundo término,
porque, al proponer como meta exclusiva de la organización social de la
convivencia humana la producción de bienes materiales, limita extraordinariamente
la libertad, olvidando la genuina noción de autoridad social.
37.
Esto exige, en
primer lugar, según las enseñanzas de nuestro predecesor, la reconstrucción del
orden social mediante la creación de organismos intermedios de carácter
económico y profesional, no impuestos por el poder del Estado, sino autónomos;
exige, además, que las autoridades, restableciendo su función, atiendan
cuidadosamente al bien común de todos, y exige, por último, en el plano
mundial, la colaboración mutua y el intercambio frecuente entre las diversas
comunidades políticas para garantizar el bienestar de los pueblos en el campo
económico.
43.nuestro
predecesor enseña que el derecho de todo hombre a usar de los bienes materiales
para su decoroso sustento tiene que ser estimado como superior a cualquier otro
derecho de contenido económico y, por consiguiente, superior también al derecho
de propiedad privada.
59. Una de las
notas más características de nuestra época es el incremento de las relaciones
sociales, o se la progresiva multiplicación de las relaciones de convivencia,
con la formación consiguiente de muchas formas de vida y de actividad asociada,
que han sido recogidas, la mayoría de las veces, por el derecho público o por
el derecho privado.
63. El actual
incremento de la vida social no es, en realidad, producto de un impulso ciego
de la naturaleza, sino, como ya hemos dicho, obra del hombre, se libre,
dinámico y naturalmente responsable de su acción, que está obligado, sin
embargo, a reconocer y respetar las leyes del progreso de la civilización y del
desarrollo económico, y no puede eludir del todo la presión del ambiente.
71. respecto del
salario, juzgamos deber nuestro advertir una vez más que, así como no es lícito
abandonar completamente la determinación del salario a la libre competencia del
mercado, así tampoco es lícito que su fijación quede al arbitrio de los
poderosos, sino que en esta materia deben guardarse a toda costa las normas de
la justicia y de la equidad.
73. Dado que en nuestra
época las economías nacionales evolucionan rápidamente, y con ritmo aún más
acentuado después de la segunda guerra mundial, consideramos oportuno llamar la
atención de todos sobre un precepto gravísimo de la justicia social, a saber:
que el desarrollo económico y el progreso social deben ir juntos y acomodarse
mutuamente, de forma que todas las categorías sociales tengan participación
adecuada en el aumento de la riqueza de la nación.
Estados las
estructuras económicas nacionales permiten realizar no pocas veces a las
empresas de grandes o medianas proporciones rápidos e ingentes aumentos
productivos, a través del autofinanciamiento, que renueva y completa su equipo
industrial. Cuando esto ocurra, juzgamos puede establecerse que las empresas
reconozcan por la misma razón, a sus trabajadores un título de crédito,
especialmente si les pagan una remuneración que no exceda la cifra del salario
mínimo vital.
76 En tales casos
conviene recordar el principio propuesto por nuestro predecesor, de feliz
memoria, Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno: «Es completamente falso
atribuir sólo al capital, o sólo al trabajo, lo que es resultado conjunto de la
eficaz cooperación de ambos; y es totalmente injusto que el capital o el
trabajo, negando todo derecho a la otra parte, se apropie la totalidad del
beneficio económico».
77. Este deber de
justicia puede cumplirse de diversas maneras, como la experiencia demuestra.
Una de ellas, y de las más deseables en la actualidad, consiste en hacer que
los trabajadores, en la forma y el grado que parezcan más oportunos, puedan
llegar a participar poco a poco en la propiedad de la empresa donde trabajan,
puesto que hoy, más aún, que en los tiempos de nuestro predecesor, «con todo el
empeño posible se ha de procurar que, al manos para el futuro, se modere
equitativamente la acumulación de las riquezas en manos de los ricos, y se
repartan también con la suficiente profusión entre los trabajadores» (Ibíd.,
p.198).
108. Tales nuevos
aspectos de la economía moderna han contribuido a divulgar, la duda sobre si,
en la actualidad, ha dejado de ser válido, o ha perdido, al menos, importancia,
un principio de orden económico y social enseñado y propugnado firmemente por
nuestros predecesores; esto es, el principio que establece que los hombres
tienen un derecho natural a la propiedad privada de bienes, incluidos los de
producción.
Reafirmación del
carácter natural del derecho de propiedad
109. Esta duda
carece en absoluto de fundamento. Porque el derecho de propiedad privada, aún
en lo tocante a bienes de producción, tiene un valor permanente, ya que es un
derecho contenido en la misma naturaleza, la cual nos enseña la prioridad del
hombre individual sobre la sociedad civil, y , por consiguiente, la necesaria
subordinación teológica de la sociedad civil al hombre.
Por otra parte, en
vano se reconocería al ciudadano el derecho de actuar con libertad en el campo
económico si no le fuese dada al mismo tiempo la facultad de elegir y emplear
libremente las cosas indispensables para el ejercicio de dicho derecho.
Además, la
historia y la experiencia demuestran que en los regímenes políticos que no
reconocen a los particulares la propiedad, incluida la de los bienes de
producción, se viola o suprime totalmente el ejercicio de la libertad humana en
las cosas más fundamentales, lo cual demuestra con evidencia que el ejercicio
de la libertad tiene su garantía y al mismo tiempo su estímulo en el derecho de
propiedad.
113. No basta, sin
embargo, afirmar que el hombre tiene un derecho natural a la propiedad privada,
de los bienes, incluidos los de producción, si, al mismo tiempo, no se procura,
con toda energía, que se extienda a todas las clases sociales el ejercicio de
este derecho.
115. Hoy, más que
nunca, hay que defender la necesidad de difundir la propiedad privada, porque,
en nuestros tiempos, como ya hemos recordado, los sistemas económicos de un
creciente número de países están experimentando un rápido desarrollo.
Por lo cual, con
el uso prudente de los recursos técnicos, que la experiencia aconseje, no
resultará difícil realizar una política económica y social, que facilite y
amplíe lo más posible el acceso a la propiedad privada de los siguientes
bienes: bienes de consumo duradero; vivienda; pequeña propiedad agraria;
utillaje necesario para la empresa artesana y para la empresa agrícola
familiar; acciones de empresas grandes o medianas; todo lo cual se está ya
practicando con pleno éxito en algunas naciones, económicamente desarrolladas y
socialmente avanzadas.
119. Pero neutros
predecesores han enseñado también de modo constante el principio de que al
derecho de propiedad privada le es intrínsecamente inherente una función
social.
185. En estos
últimos tiempos se plantea a menudo el problema de cómo coordinar los sistemas
económicos y los medios de subsistencia con el intenso incremento de la
población humana, así en el plano mundial como en relación con los países
necesitados.
186. En el plano
mundial observan algunos que, según cálculos estadísticos, la humanidad, dentro
de algunos decenios, alcanzará una cifra total de población muy elevada,
mientras que la economía avanzará con mucha mayor lentitud. De esto deducen
que, si no se pone freno a la procreación humana, aumentará notablemente en una
futuro próximo la desproporción entre la población y los medios indispensables
de subsistencia.
188. A decir
verdad, en el plano mundial la relación entre el incremento demográfico, de una
parte, y los medios de subsistencia, de otra, no parece, a lo menos por ahora e
incluso en un futuro próximo, crear graves dificultades. Los argumentos que se
hacen en esta materia son tal dudosos y controvertidos que no permiten deducir
conclusiones ciertas.
189. Añádese a
esto que Dios, en su bondad y sabiduría, ha otorgado a la naturaleza una
capacidad casi inagotable de producción y ha enriquecido al hombre con una
inteligencia tan penetrante que le permite utilizar los instrumentos idóneos
para poner todos los recursos naturales al servicio de las necesidades y del
provecho de su vida. Por consiguiente, la solución clara de este problema no ha
de buscarse fuera del orden moral establecido por Dios, violando la procreación
de la propia vida humana, sino que, por el contrario, debe procurar el hombre,
con toda clase de procedimientos técnicos y científicos, el conocimiento
profundo y el dominio creciente de las energías de la naturaleza. Los progresos
hasta ahora realizados por la ciencia y por la técnica abren en este campo una
esperanza casi ilimitada para el porvenir.
192. Juzgamos que
la única solución del problema consiste en un desarrollo económico y social que
conserve y aumentos los verdaderos bienes del individuo y de toda la sociedad.
Tratándose de esta cuestión hay que colocar en primer término cuanto se refiere
a la dignidad del hombre en general y a la vida del individuo, a la cual nada
puede aventajar. Hay que procurar, además, en este punto la colaboración mutua
de todos los pueblos, a fin de que, con evidente provecho colectivo, pueda
organizarse entre todas las naciones un intercambio de conocimientos, capitales
y personas.
218. La Iglesia
católica enseña y proclama una doctrina de la sociedad y de la convivencia
humana que posee indudablemente una perenne eficacia.
219. El principio
capital, sin duda alguna, de esta doctrina afirma que el hombre es
necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el
hombre, repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a un
orden sobrenatural.
220. De este
trascendental principio, que afirma y defiende la sagrada dignidad de la
persona, la santa Iglesia, con la colaboración de sacerdotes y seglares
competentes, ha deducido, principalmente en el último siglo, una luminosa
doctrina social para ordenar las mutuas relaciones humanas de acuerdo con los
criterios generales, que responden tanto a las exigencias de la naturaleza y a
las distintas condiciones de la convivencia humana como el carácter específico
de la época actual, criterios que precisamente por esto pueden ser aceptados
por todos.
221. Sin embargo,
hoy más que nunca, es necesario que esta doctrina social sea no solamente
conocida y estudiada, sino además llevada a la práctica en la forma y en la
medida que las circunstancias de tiempo y de lugar permitan o reclamen. Misión
ciertamente ardua, pero excelsa, a cuyo cumplimiento exhortamos no sólo a
nuestros hermanos e hijos de todo el mundo, sino también a todos los hombres
sensatos.
Instrucción social
católica
222. Ante todo,
confirmamos la tesis de que la doctrina social profesada por la Iglesia
católica es algo inseparable de la doctrina que la misma enseña sobre la vida
humana
223. Por esto
deseamos intensamente que se estudie cada vez más esta doctrina. Exhortamos, en
primer lugar, a que se enseñe como disciplina obligatoria en los colegios
católicos de todo grado, y principalmente en los seminarios, aunque sabemos que
en algunos centros de este género se está dando dicha enseñanza acertadamente
desde hace tiempo.
Deseamos, además,
que esta disciplina social se incluya en el programa de enseñanza religiosa de
las parroquias y de las asociaciones de apostolado de los seglares y se
divulgue también por todos los procedimientos modernos de difusión, esto es,
ediciones de diarios y revistas, publicación de libros doctrinales, tanto para
los entendidos como para el pueblo, y, por último, emisiones de radio y
televisión.
224. Ahora bien,
para la mayor divulgación de esta doctrina social de la Iglesia católica
juzgamos que pueden prestar valiosa colaboración los católicos seglares si la
aprenden y la practican personalmente y, además, procuran con empeño que los
demás se convenzan también de su eficacia.
225. Los católicos
seglares han de estar convencidos de que la manera de demostrar la bondad y la
eficacia de esta doctrina es probar que puede resolver los problemas sociales
del momento.
Porque por este
camino lograrán atraer hacia ella la atención de quienes hoy la combaten por
pura ignorancia. Más aún, quizá consigan también que estos hombres saquen con
el tiempo alguna orientación de la luz de esta doctrina.
229. El paso de la
teoría a la práctica resulta siempre difícil por naturaleza; pero la dificultad
sube de punto cuando se trata de poner en práctica una doctrina social como la
de la Iglesia católica. Y esto principalmente por varias razones: primera, por
el desordenado amor propio que anida profundamente en el hombre; segunda, por
el materialismo que actualmente se infiltra en gran escala en la sociedad
moderna, y tercera, por la dificultad de determinar a veces las exigencias de
la justicia en cada caso concreto.
236. Ahora bien,
los principios generales de una doctrina social se llevan a la práctica
comúnmente mediante tres fases: primera, examen completo del verdadero estado
de la situación; segunda, valoración exacta de esta situación a la luz de los
principios, y tercera, determinación de lo posible o de lo obligatorio para
aplicar los principios de acuerdo con las circunstancias de tiempo y lugar. Son
tres fases de un mismo proceso que suelen expresarse con estos tres verbos:
ver, juzgar y obrar.
238. Puede, sin
embargo, ocurrir a veces que, cuando se trata de aplicar los principios, surjan
divergencias aun entre católicos de sincera intención. Cuando esto suceda,
procuren todos observar y testimoniar la mutua estima y el respeto recíproco, y
al mismo tiempo examinen los puntos de coincidencia a que pueden llegar todos,
a fin de realizar oportunamente lo que las necesidades pidan. Deben tener,
además, sumo cuidado en no derrochar sus energías en discusiones interminables,
y, so pretexto de lo mejor, no se descuiden de realizar el bien que les es
posible y, por tanto, obligatorio.
239. Pero los
católicos, en el ejercicio de sus actividades económicas o sociales, entablen a
veces relaciones con hombres que tienen de la vida una concepción distinta. En
tales ocasiones, procuren los católicos ante todo ser siempre consecuentes
consigo mismos y no aceptar compromisos que puedan dañar a la integridad de la
religión o de la moral. Deben, sin embargo, al mismo tiempo, mostrarse animados
de espíritu de comprensión para las opiniones ajenas, plenamente desinteresados
y dispuestos a colaborar lealmente en la realización de aquellas obras que sean
por su naturaleza buenas o, al menos, puedan conducir al bien. Mas si en alguna
ocasión la jerarquía eclesiástica dispone o decreta algo en esta materia, es
evidente que los católicos tienen la obligación de obedecer inmediatamente
estas órdenes. A la Iglesia corresponde, en efecto, el derecho y el deber de
tutelar la integridad de los principios de orden ético y religioso y, además,
el dar a conocer, en virtud de su autoridad, públicamente su criterio, cuando
se trata de aplicar en la práctica estos principios.
240. Las normas
que hemos dado sobre la educación hay que observarlas necesariamente en la vida
diaria. Es ésta una misión que corresponde principalmente a nuestros hijos del
laicado, por ocuparse generalmente en el ejercicio de las actividades
temporales y en la creación de instituciones de idéntica finalidad.