RESUMEN
CARTA APOSTÓLICA
OCTOGESIMA ADVENIENS
DE SU SANTIDAD EL PAPA
PABLO VI
AL SEÑOR CARDENAL MAURICIO ROY,
PRESIDENTE DEL CONSEJO PARA LOS SEGLARES
Y DE LA COMISIÓN PONTIFICIA «JUSTICIA Y PAZ»
EN OCASIÓN DEL LXXX ANIVERSARIO
DE LA ENCÍCLICA «RERUM NOVARUM»
Vaticano, 14 de mayo de 1971
3. Incluso en
naciones donde a la Iglesia se le reconoce su puesto, a veces de manera
oficial, ella misma se ve sometida a los embates de la crisis que estremece la
sociedad, y algunos de sus miembros se sienten tentados por soluciones
radicales y violentas de las que creen poder esperar resultados más felices.
Mientras que unos, inconscientes de las injusticias actuales, se esfuerzan por
mantener la situación establecida, otros se dejan seducir por ideologías
revolucionarias, que les promete, con espejismo ilusorio, un mundo
definitivamente mejor.
9. Se puede uno
preguntar… con todo derecho, si, a pesar de todas sus conquistas, el ser humano
no está volviendo contra sí mismo los frutos de su actividad. Después de
haberse asegurado un dominio necesario sobre la naturaleza, ¿no se esté
convirtiendo ahora en esclavo de los objetos que fabrica?
11. Urge
reconstruir, a escala de calle, de barrio o de gran conjunto, el tejido social,
dentro del cual hombres y mujeres puedan dar satisfacción a las exigencias
justas de su personalidad. Hay que crear o fomentar centros de interés y de
cultura a nivel de comunidades y de parroquias, en sus diversas formas de asociación,
círculos recreativos, lugares de reunión, encuentros espirituales,
comunitarios, donde, escapando al aislamiento de las multitudes modernas cada
uno podrá crearse nuevamente relaciones fraternales.
14. Se debe
admitir la función importante de los sindicatos: tienen por objeto la
representación de las diversas categorías de trabajadores, su legítima
colaboración en el progreso económico de la sociedad, el desarrollo del sentido
de sus responsabilidades para la realización del bien común. Su acción no está,
con todo, exenta de dificultades; puede sobrevenir, aquí o allá, la tentación
de aprovechar una posición de fuerza para imponer, sobre todo por la huelga
―cuyo derecho como medio último de defensa queda ciertamente reconocido―,
condiciones demasiado gravosas para el conjunto de la economía o del cuerpo
social, o para tratar de obtener reivindicaciones de orden directamente
político.
22. Al mismo
tiempo que el progreso científico y técnico continúa transformando el marco
territorial de la humanidad, sus modos de conocimiento, de trabajo, de consumo
y de relaciones, se manifiesta siempre en estos contextos nuevos una doble
aspiración más viva a medida que se desarrolla su información y su educación:
aspiración a la igualdad, aspiración a la participación; formas ambas de la
dignidad de la persona humana y de su libertad.
24. La doble
aspiración hacia la igualdad y la participación trata de promover un tipo de
sociedad democrática. Diversos modelos han sido propuestos; algunos de ellos
han sido ya experimentados; ninguno satisface completamente, y la búsqueda
queda abierta entre las tendencias ideológicas y pragmáticas. Toda persona
cristiana tiene la obligación de participar en esta búsqueda, al igual que en
la organización y en la vida políticas. El hombre y la mujer, seres sociales,
construyen su destino a través de una serie de agrupaciones particulares que
requieren, para su perfeccionamiento y como condición necesaria para su
desarrollo, una sociedad más vasta, de carácter universal, la sociedad
política. Toda actividad particular debe colocarse en esta sociedad ampliada, y
adquiere con ello la dimensión del bien común.
25. La acción
política ―¿es necesario subrayar que se trata aquí ante todo de una acción y no
de una ideología?― debe estar apoyada en un proyecto de sociedad coherente en
sus medios concretos y en su aspiración, que se alimenta de una concepción
plenaria de la vocación del ser humano y de sus diferentes expresiones
sociales.
26. El hombre o la
mujer cristiana que quieren vivir su fe en una acción política concebida como
servicio, no pueden adherirse, sin contradecirse a sí mismos, a sistemas
ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a
su concepción de la persona humana. No es lícito, por tanto, favorecer a la
ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la
manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad,
negando al mismo tiempo toda trascendencia al ser humano y a su historia
personal y colectiva. Tampoco apoya la comunidad cristiana la ideología
liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda
limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y
considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos
automáticas de iniciativas individuales y no ya como fin y motivo primario del
valor de la organización social.
27. ¿Es necesario
subrayar las posibles ambigüedades de toda ideología social? Unas veces reduce
la acción política o social a ser simplemente la aplicación de una idea
abstracta, puramente teórica; otras, es el pensamiento el que se convierte en
puro instrumento al servicio de la acción, como simple medio para una
estrategia. En ambos casos, ¿no es el ser humano quien corre el riesgo de verse
enajenado? La fe cristiana es muy superior a estas ideologías y queda situada a
veces en posición totalmente contraria a ella, en la medida en que reconoce a
Dios, trascendente y creador, que interpela, a través de todos los niveles de
lo creado, a la humanidad como libertad responsable.
29. Si hoy día se
ha podido hablar de un retroceso de las ideologías, esto puede constituir un
momento favorable para la apertura a la trascendencia y solidez del
cristianismo. Puede ser también un deslizamiento más acentuado hacia un nuevo
positivismo: la técnica universalizada como forma dominante del dinamismo
humano, como modo invasor de existir, como lenguaje mismo, sin que la cuestión
de su sentido se plantee realmente.
Los movimientos históricos
30. Pero, fuera de
este positivismo, que reduce al ser humano a una sola dimensión ―importante hoy
día― y que con ella lo mutila, la persona cristiana encuentra en su acción
movimientos históricos concretes nacidos de las ideologías y, por otra parte,
distintos de ellas. Ya nuestro venerado predecesor Juan XXIII en la Pacem in
terris muestra que es posible hacer distinción: «No se pueden identificar
―escribe― las teorías filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen y la finalidad
del mundo y del hombre con los movimientos históricos fundados en una finalidad
económica, social, cultural o política aunque estos últimos deban su origen y
se inspiren todavía en esas teorías. Las doctrinas, una vez fijadas y
formuladas, no cambian más, mientras que los movimientos que tienen por objeto
condiciones concretes y mudables de la vida, no pueden menos de ser ampliamente
influenciados por esta evolución.
Por lo demás, en
la medida en que estos movimientos van de acuerdo con los sanos principios de
la razón y responden a las justas aspiraciones de la persona humana, ¿quién
rehusaría reconocer en ellos elementos positivos y dignos de aprobación?».
31. Hoy día, los
grupos cristianos se sienten atraídos por las corrientes socialistas y sus
diversas evoluciones. Tratan de reconocer en ellas un cierto número de
aspiraciones que llevan dentro de sí mismos en nombre de su fe. Se sienten
insertos en esta corriente histórica y quieren realizar dentro de ella una
acción. Ahora bien, esta corriente histórica asume diversas formas bajo un
mismo vocablo, según los continentes y las culturas, aunque ha sido y sigue
inspirada en muchos casos por ideologías incompatibles con la fe. Se impone un
atento discernimiento. Porque con demasiada frecuencia las personas cristianas,
atraídas por el socialismo, tienden a idealizarlo, en términos, por otra parte,
muy generosos: voluntad de justicia, de solidaridad y de igualdad. Rehúsan
admitir las presiones de los movimientos históricos socialistas, que siguen
condicionados por su ideología de origen.
La vinculación
concreta que, según las circunstancias, existe entre ellas, debe ser claramente
señalada, y esta perspicacia permitirá a los grupos cristianos considerar el
grado de compromiso posible en estos caminos, quedando a salvo los valores, en
particular, de la libertad, la responsabilidad y la apertura a lo espiritual,
que garantizan el desarrollo integral de hombres y mujeres.
32. Otros
cristianos se preguntan también si la evolución histórica del marxismo no
permitiría ya ciertos acercamientos concretos. Notan, en efecto, una cierta
desintegración del marxismo, el cual hasta ahora se ha presentado como una
ideología unitaria, explicativa de la totalidad del ser humano y del mundo en
su proceso de desarrollo, y, por tanto, atea.
34. Si bien en la
doctrina del marxismo, tal como es concretamente vivido, pueden distinguirse
estos diversos aspectos, que se plantean como interrogantes a los cristianos
para la reflexión y para la acción, es sin duda ilusorio y peligroso olvidar el
lazo íntimo que los une radicalmente, el aceptar los elementos del análisis
marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, el entrar en la
práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, omitiendo el
percibir el tipo de sociedad totalitaria y violenta a la que conduce este
proceso.
35. Por otra
parte, se asiste a una renovación de la ideología liberal. Esta corriente se
apoya en el argumento de la eficiencia económica, en la voluntad de defender al
individuo contra el dominio cada vez más invasor de las organizaciones, y
también frente a las tendencias totalitarias de los poderes políticos.
Ciertamente hay que mantener y desarrollar la iniciativa personal. Pero los
grupos cristianos que se comprometen en esta línea, ¿no tienden a su vez a
idealizar el liberalismo, que se convierte así en una proclamación a favor de
la libertad? Estos grupos querrían un modelo nuevo, más adaptado a las
condiciones actuales, olvidando fácilmente que en su raíz misma el liberalismo
filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del ser individual en su
actividad, sus motivaciones, el ejercicio de su libertad. Por todo ello, la
ideología liberal requiere también, por parte de cada cristiano o cristiana, un
atento discernimiento.
36. Por encima de
todo sistema, sin omitir por ello el compromiso concreto al servicio de sus
hermanos y hermanas, afirmará, en el seno mismo de sus opciones, lo específico
de la aportación cristiana para una transformación positiva de la sociedad.
37. se asiste al
renacimiento de lo que se ha convenido en llamar «utopías», las cuales
pretenden resolver el problema político de las sociedades modernas mejor que
las ideologías. Sería peligroso no reconocerlo. La apelación a la utopía es con
frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir las tareas concretas
refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una
coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas.
Efectivamente, «la
espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la
preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva
familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo
nuevo» (23).
41. A partir del
siglo XIX, las sociedades occidentales y otras muchas al contacto con ellas han
puesto su esperanza en un progreso, renovado sin cesar, ilimitado.
Sin duda, se han
denunciado, justamente, los límites y también los perjuicios de un crecimiento
económico puramente cuantitativo, y se desean alcanzar también objetivos de
orden cualitativo.
¿No está acaso el
verdadero progreso en el desarrollo de la conciencia moral, que conducirá a la
persona a tomar sobre sí las solidaridades ampliadas y a abrirse libremente a
los demás y a Dios? Para cristianos y cristianas, el progreso encuentra
necesariamente el misterio escatológico de la muerte; la muerte de Cristo y su
resurrección, así como el impulso del Espíritu del Señor, ayudan a la persona a
situar su libertad creadora y agradecida en la verdad de cualquier progreso y
en la única esperanza que no decepciona jamás.
42. Frente a
tantos nuevos interrogantes, la Iglesia hace un esfuerzo de reflexión para
responder, dentro de su propio campo, a las esperanzas de hombres y mujeres. El
que hoy los problemas parezcan originales debido a su amplitud y urgencia,
¿quiere decir que la persona se halla impreparada para resolverlos? La
enseñanza social de la Iglesia acompaña con todo su dinamismo a hombres y
mujeres en esta búsqueda. Si bien no interviene para confirmar con su autoridad
una determinada estructura establecida o prefabricada, no se limita, sin
embargo, simplemente a recordar unos principios generales. Se desarrolla por
medio de la reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este
mundo, bajo el impulso del Evangelio como fuente de renovación, desde el
momento en que su mensaje es aceptado en la plenitud de sus exigencias. Se
desarrolla con la sensibilidad propia de la Iglesia, marcada por la voluntad
desinteresada de servicio y la atención a los más pobres; finalmente, se
alimenta en una rica experiencia multisecular que le permite asumir, en la
continuidad de sus preocupaciones permanentes, las innovaciones atrevidas y
creadoras que requiere la situación presente del mundo.
Por una justicia
mayor
43. Queda por
instaurar una mayor justicia en. la distribución de los bienes, tanto en el
interior de las comunidades nacionales como en el plano internacional. En el
comercio mundial es necesario superar las relaciones de fuerza para llegar a
tratados concertados con la mirada puesta en el bien de todos. Las relaciones
de fuerza no han logrado jamás establecer efectivamente la justicia de una
manera durable y verdadera, por más que en algunos momentos la alternancia en
el equilibrio de posiciones puede permitir frecuentemente hallar condiciones
más fáciles de diálogo. El uso de la fuerza suscita, por lo demás, la puesta en
acción de fuerzas contrarias, y de ahí el clima de lucha, que da lugar a
situaciones extremas de violencia y abusos ((27). Pero ―lo hemos afirmado
frecuentemente― el deber más importante de la justicia es el de permitir a cada
país promover su propio desarrollo, dentro del marco de una cooperación exenta
de todo espíritu de dominio, económico y político.
Ciertamente, la
complejidad de los problemas planteados es grande en el conflicto actual de las
interdependencias. Se ha de tener, por tanto, la fortaleza de ánimo necesaria
para revisar las relaciones actuales entre las naciones, ya se trate de la
distribución internacional de la producción, de la estructura del comercio, del
control de los beneficios, de la ordenación del sistema monetario ―sin olvidar
las acciones de solidaridad humanitaria―, y así se logre que los modelos de
crecimiento de las naciones ricas sean críticamente analizados, se transformen
las mentalidades para abrirlas a la prioridad del derecho internacional y,
finalmente, se renueven los organismos internacionales para lograr una mayor
eficacia.
44. Bajo el
impulso de los nuevos sistemas de producción están abriéndose las fronteras
nacionales, y se ven aparecer nuevas potencies económicas, las empresas
multinacionales, que por la concentración y la flexibilidad de sus medios
pueden llevar a cabo estrategias autónomas, en gran parte independientes de los
poderes políticos nacionales y, por consiguiente, sin control desde el punto de
vista del bien común.
45. Hoy los
hombres y mujeres desean sobremanera liberarse de la necesidad y del poder
ajeno. Pero esta liberación comienza por la libertad interior, que cada quien
debe recuperar de cara a sus bienes y a sus poderes. No llegarán a ella si no
es por medio de un amor que trascienda a la persona y, en consecuencia, cultive
dentro de sí el hábito del servicio. De otro modo, como es evidente, aun las
ideologías más revolucionarias no desembocarán más que en un simple cambio de
amos; instalados a su vez en el poder, estos nuevos amos se rodean de
privilegios, limitan las libertades y consienten que se instauren otras formas
de injusticia.
46. es cosa de
todos sabida que, en los campos social y económico ―tanto nacional como
internacional―, la decisión última corresponde al poder político. Este poder
político, que constituye el vínculo natural y necesario para asegurar la
cohesión del cuerpo social, debe tener como finalidad la realización del bien
común.
La política ofrece
un camino serio y difícil―aunque no el único―para cumplir el deber grave que
cristianos y cristianas tienen de servir a los demás. Sin que pueda resolver
ciertamente todos los problemas, se esfuerza por aportar soluciones a las
relaciones de las personas entre sí. Su campo y sus fines, amplios y complejos,
no son excluyentes. Una actitud invasora que tendiera a hacer de la política
algo absoluto, se convertiría en un gravísimo peligro. Aun reconociendo la autonomía
de la realidad política, mujeres y hombres cristianos dedicados a la acción
política se esforzarán por salvaguardar la coherencia entre sus opciones y el
Evangelio y por dar, dentro del legitimo pluralismo, un testimonio, personal y
colectivo, de la seriedad de su fe mediante un servicio eficaz y desinteresado
hacia la humanidad.
47. El paso al
campo de la política expresa también una exigencia actual de la persona: mayor
participación en las responsabilidades y en las decisiones.
48. En nuestra encíclica
sobre el desarrollo de los pueblos insistíamos para que todos se pusieran a la
obra: «Los seglares deben asumir como su tarea propia la renovación del orden
temporal; si la función de la jerarquía es la de enseñar e interpretar
auténticamente los principios morales que hay que seguir en este campo,
pertenece a ellos, mediante sus iniciativas y sin esperar pasivamente consignas
y directrices, penetrar del espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres,
las leyes y las estructuras de su comunidad de vida» (33). Que cada cual se
examine para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer todavía. No
basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las
injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello
no tendrá peso real si no va acompañado en cada persona por una toma de
conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva.
Resulta demasiado fácil echar sobre los demás la responsabilidad de las
presentes injusticias, si al mismo tiempo no nos damos cuenta de que todos
somos también responsables, y que, por tanto, la conversión personal es la
primera exigencia. Esta humildad fundamental quitará a nuestra acción toda
clase de asperezas y de sectarismos; evitará también el desaliento frente a una
tarea que se presenta con proporciones inmensas.