CARTA ENCÍCLICA
POPULORUM PROGRESSIO
DEL PAPA
PABLO VI
1967
Resumen
1. El desarrollo
de los pueblos y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar
del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que
buscan una más amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración
más activa de sus cualidades humanas; que se orientan con decisión hacia el
pleno desarrollo, es observado por la Iglesia con atención.
5. Por esto hoy
dirigimos a todos este solemne llamamiento para una acción concreta en favor
del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la humanidad
6. Verse libres de
la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una
ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de
toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres;
ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más:
tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de
ellos se ven condenados a vivir en condiciones que hacen ilusorio este legítimo
deseo. Por otra parte, los pueblos llegados recientemente a la independencia
nacional sienten la necesidad de añadir a esta libertad política un crecimiento
autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de asegurar a sus ciudadanos
su pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que les corresponde en el
concierto de las naciones.
8. El
desequilibrio crece: unos producen con exceso géneros alimenticios que faltan
cruelmente a otros, y estos últimos ven que sus exportaciones se hacen
inciertas.
11. En este
desarrollo, la tentación se hace tan violenta, que amenaza arrastrar hacia los
mesianismos prometedores, pero forjadores de ilusiones. ¿Quién no ve los
peligros que hay en ello, de reacciones populares violentas, de agitaciones
insurreccionales y de deslizamientos hacia las ideologías totalitarias? Estos
son los datos del problema, cuya gravedad no puede escapar a nadie.
18. el crecimiento
personal y comunitario se vería comprometido si se alterase la verdadera escala
de valores. Es legítimo el deseo de lo necesario, y el trabajar para
conseguirlo es un deber: «El que no quiere trabajar, que no coma»). Pero la
adquisición de los bienes temporales puede conducir a la codicia, al deseo de
tener cada vez más y a la tentación de acrecentar el propio poder. La avaricia
de las personas, de las familias y de las naciones puede apoderarse lo mismo de
los más desprovistos que de los más ricos, y suscitar en los unos y en los otros
un materialismo sofocante.
19. Así pues, el
tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin
último.
20. Si para llevar
a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número, para este
mismo desarrollo se exige más todavía pensadores de reflexión profunda que
busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí
mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración
y de la contemplación[15]. Así podrá realizar en toda su plenitud el verdadero
desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida
menos humanas a condiciones más humanas.
23. «Si alguno
tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus
entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios?» (1Jn 3, 17). Sabido
es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la
actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad: «No es
parte de tus bienes —así dice San Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que le
das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo
apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los
ricos»[17]. Es decir, que la propiedad privada no constituye para nadie un
derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso
exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo
necesario. En una palabra: «el derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse
con detrimento de la utilidad común, según la doctrina tradicional de los
Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos». Si se llegase al conflicto
«entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias
primordiales», toca a los poderes públicos «procurar una solución con la activa
participación de las personas y de los grupos sociales»[18].
25. Necesaria para
el crecimiento económico y para el progreso humano, la industrialización es al
mismo tiempo señal y factor del desarrollo. El hombre, mediante la tenaz
aplicación de su inteligencia y de su trabajo, arranca poco a poco sus secretos
a la naturaleza y hace un uso mejor de sus riquezas. Al mismo tiempo que
disciplina sus costumbres, se desarrolla en él el gusto por la investigación y
la invención, la aceptación del riesgo calculado, la audacia en las empresas,
la iniciativa generosa y el sentido de responsabilidad.
26. Pero, por
desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad ha sido construido un
sistema que considera el lucro como motor esencial del progreso económico; la
concurrencia, como ley suprema de la economía; la prosperidad privada de los
medios de producción, como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones
sociales correspondientes. Este
liberalismo sin freno, que conduce a la dictadura, justamente fue
denunciado por Pío XI como generador del «imperialismo internacional del
dinero»[21].
27. De la misma
manera, aunque a veces puede llegarse a una mística exagerada del trabajo, no
es menos cierto, sin embargo, que el trabajo ha sido querido y bendecido por
Dios. Creado a imagen suya, «el hombre debe cooperar con el Creador en la
perfección de la creación y marcar, a su vez, la tierra con el carácter
espiritual que él mismo ha recibido»[23]. Dios, que ha dotado al hombre de
inteligencia, le ha dado también el modo de acabar de alguna manera su obra; ya
sea el artista o artesano, patrono, obrero o campesino, todo trabajador es un
creador. Aplicándose a una materia que se le resiste, el trabajador le imprime
un sello, mientras que él adquiere tenacidad, ingenio y espíritu de invención.
Más aún, viviendo en común, participando de una misma esperanza, de un
sufrimiento, de una ambición y de una alegría, el trabajo une las voluntades,
aproxima los espíritus y funde los corazones; al realizarlo, los hombres descubren
que son hermanos[24].
30. Es cierto que
hay situaciones cuya injusticia clama al cielo. Cuando poblaciones enteras,
faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda
iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción
cultural y de participación en la vida social y política, es grande la
tentación de rechazar con la violencia tan grandes injurias contra la dignidad
humana.
Revolución
31. Sin embargo,
como es sabido, la insurrección revolucionaria —salvo en caso de tiranía
evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de
la persona y dañase peligrosamente el bien común del país— engendra nuevas
injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se
puede combatir un mal real al precio de un mal mayor.
32. Entiéndasenos
bien: la situación presente tiene que afrontarse valerosamente, y combatirse y
vencerse las injusticias que trae consigo. El desarrollo exige transformaciones
audaces, profundamente innovadoras.
33. La sola
iniciativa individual y el simple juego de la competencia no serían suficientes
para asegurar el éxito del desarrollo. No hay que arriesgarse a aumentar
todavía más las riquezas de los ricos y la potencia de los fuertes, confirmando
así la miseria de los pobres y añadiéndola a la servidumbre de los oprimidos.
Los programas son necesarios para «animar, estimular, coordinar, suplir e
integrar»[29] la acción de los individuos y de los cuerpos intermedios. Toca a
los poderes públicos escoger y ver el modo de imponer los objetivos que
proponerse, las metas que hay que fijar, los medios para llegar a ella,
estimulando al mismo tiempo todas las fuerzas agrupadas en esta acción común.
Pero han de tener cuidado de asociar a esta empresa las iniciativas privadas y
los cuerpos intermedios. Evitarán así el riesgo de una colectivización integral
o de una planificación arbitraria que, al negar la libertad, excluiría el
ejercicio de los derechos fundamentales de la persona humana.
37. Es cierto que
muchas veces un crecimiento demográfico acelerado añade sus dificultades a los
problemas del desarrollo; el volumen de la población crece con más rapidez que
los recursos disponibles y nos encontramos, aparentemente, encerrados en un
callejón sin salida. Es, pues, grande la tentación de frenar el crecimiento
demográfico con medidas radicales. Al fin y al cabo, es a los padres a los que
les toca decidir, con pleno conocimiento de causa, el número de sus hijos,
aceptando sus responsabilidades ante Dios, ante los hijos que ya han traído al
mundo y ante la comunidad a la que pertenecen, siguiendo las exigencias de su
conciencia, instruida por la ley de Dios auténticamente interpretada y
sostenida por la confianza en Él [32].
45. «Si un hermano
o una hermana están desnudos —dice Santiago— si les falta el alimento
cotidiano, y alguno de vosotros les dice: "andad en paz, calentaos,
saciaos" sin darles lo necesario para su cuerpo, ¿para qué les sirve eso?»
(Sant 2, 15-16). Hoy en día, nadie puede ya ignorarlo, en continentes enteros
son innumerables los hombres y mujeres torturados por el hambre, son
innumerables los niños subalimentados. hasta tal punto que un buen número de
ellos muere en la tierna edad; el crecimiento físico y el desarrollo mental de
muchos otros se ve con ello comprometido, y regiones enteras se ven así
condenadas al más triste desaliento.
47. No se trata
sólo de vencer el hambre, ni siquiera de hacer retroceder la pobreza. El
combate contra la miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de
construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión, o
nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las
servidumbres que le vienen de la parte de los hombres y de una naturaleza
insuficientemente dominada; un mundo donde la libertad no sea una palabra vana
y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico (cf. Lc 16,
19-31).
48. El deber de
solidaridad de las personas es también el de los pueblos. «Los pueblos ya
desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los países en vías de
desarrollo»[43]. Se debe poner en práctica esta enseñanza conciliar. Si es
normal que una población sea el primer beneficiario de los dones otorgados por
la Providencia como fruto de su trabajo, no puede ningún pueblo, sin embargo,
pretender reservar sus riquezas para su uso exclusivo.
49. Hay que
decirlo una vez más: lo superfluo de los países ricos debe servir a los países
pobres.
56. Los esfuerzos,
realmente considerables, que se han hecho para ayudar en el plano financiero y
técnico a los países en vía de desarrollo, serían ilusorios si sus resultados
fuesen parcialmente anulados por el juego de las relaciones comerciales entre
países ricos y países pobres. La confianza de estos últimos se quebrantaría si
tuviesen la impresión de que una mano les quita lo que la otra les da.
57. Las naciones
altamente industrializadas exportan, sobre todo, productos elaborados, mientras
que las economías poco desarrolladas no tienen para vender más que productos
agrícolas y materias primas. Gracias al progreso técnico, los primeros aumentan
rápidamente de valor y encuentran suficiente mercado. Por el contrario, los
productos primarios que provienen de los países subdesarrollados sufren amplias
y bruscas variaciones de precio, muy lejos de esa plusvalía progresiva. De ahí
provienen para las naciones poco industrializadas grandes dificultades cuando
han de contar con sus exportaciones para equilibrar su economía y realizar su
plan de desarrollo. Los pueblos pobres permanecen siempre pobres y los ricos se
hacen cada vez más ricos.
59. La enseñanza
de León XIII en la Rerum Novarum conserva su validez: el consentimiento de las
partes, si están en situaciones demasiado desiguales, no basta para garantizar
la justicia del contrato, y la regla del libre consentimiento queda subordinada
a las exigencias del derecho natural[45]. Lo que era verdadero acerca del justo
salario individual, lo es también respecto a los contratos internacionales: una
economía de intercambio no puede seguir descansando sobre la sola ley de la
libre concurrencia, que engendra también demasiado a menudo una dictadura
económica. El libre intercambio sólo es equitativo si está sometido a las
exigencias de la justicia social.
62. Otros
obstáculos se oponen también a la formación de un mundo más justo y más
estructurado dentro de una solidaridad universal: nos referimos al nacionalismo
y al racismo. Es natural que comunidades recientemente llegadas a su
independencia política sean celosas de una unidad nacional aún frágil y se
esfuercen por protegerla. Es normal también que naciones de vieja cultura estén
orgullosas del patrimonio que les ha legado la historia. Pero estos legítimos
sentimientos deben ser sublimados por la caridad universal, que engloba a todos
los miembros de la familia humana. El nacionalismo aísla los pueblos en contra
de lo que es su verdadero bien. Sería particularmente nocivo allí en donde la
debilidad de las economías nacionales exige, por el contrario, la puesta en
común de los esfuerzos, de los conocimientos y de los medios financieros para
realizar los programas de desarrollo e incrementar los intercambios comerciales
y culturales.
66. El mundo está
enfermo. Su mal está menos en la esterilización de los recursos y en su
acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los
hombres y entre los pueblos.
76. Combatir la
miseria y luchar contra la injusticia es promover, a la par que el mayor
bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y, por consiguiente, el
bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto
del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día,
en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más
perfecta entre los hombres [51].
78. Esta
colaboración internacional a vocación mundial requiere unas instituciones que
la preparen, la coordinen y la rijan hasta construir un orden jurídico
universalmente reconocido. De todo corazón, Nos alentamos las organizaciones
que han puesto mano en esta colaboración para el desarrollo y deseamos que
crezca su autoridad. «Vuestra vocación —dijimos a los representantes de la
Naciones Unidas en Nueva York— es la de hacer fraternizar no solamente a
algunos pueblos, sino a todos los pueblos (...). ¿Quién no ve la necesidad de
llegar así progresivamente a instaurar una autoridad mundial que pueda actuar
eficazmente en el terreno jurídico y en el de la política?»
LLAMAMIENTO FINAL
81. Nos conjuramos
en primer lugar a todos nuestros hijos. En los países en vía de desarrollo no
menos que en los otros, los seglares deben asumir como tarea propia la
renovación del orden temporal. Si el papel de la Jerarquía es el de enseñar e
interpretar auténticamente los principios morales que hay que seguir en este
terreno, a los seglares les corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar
pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la
mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que
viven de justicia y de equidad.