Monseñor Héctor Aguer
Infocatólica, 22-2-20
«El tema de la legalización
del aborto clandestino no quiere decir que el aborto se vuelva obligatorio. Es
absolutamente legítimo y respetable que haya mujeres que no quieren abortar y
no hay ningún problema con eso». En una reciente entrevista radial, el
presidente de la Nación, Alberto Fernández, nos ha devuelto la 'tranquilidad':
el aborto no será obligatorio en la Argentina.
Mejor aún: las mujeres
embarazadas que deseen tener a su bebé, no serán inculpadas penalmente, y
merecen respeto. No existe expresión más feliz del «mundo al revés». El Dr.
Fernández ha declarado impertérrito estas enormidades; por lo visto no teme
hacer el ridículo. Además, en el mismo contexto, con el empaque propio de un
jefe de Estado, comentó su entrevista -de igual a igual- con el Sumo Pontífice
de la Iglesia a la cual dice pertenecer como hijo: «Respeto absolutamente la
posición del Papa y de la Iglesia, pero no hablé con él de la cuestión del
aborto. Cuando dos personas tienen una diferencia y un punto en común, yo
prefiero hablar sobre los puntos en común». El Santo Padre tendría que
agradecerle la delicadeza. Ya he observado, en otras intervenciones, que muchos
políticos, entre los cuales hay que incluir al presidente, no se aplican a
reflexionar acerca de qué es «eso» que se elimina mediante el aborto, y que va
a parar a un tacho de residuos biológicos. Les molesta si afirmamos que se
trata de un niño por nacer, cuya sangre, cuando el embarazo lleva algunas
semanas, se mezcla con la de su madre en esa operación criminal. Vuelvo a
citar, como lo hago invariablemente, la calificación que aplicó al aborto el
Concilio Vaticano II: crimen abominable (Gaudium et spes, 51).
Los comentarios presidenciales
no aludieron a la «misa peronista» de la que participó antes de la audiencia
con Francisco, y a su escandalosa comunión eucarística «en pareja». Todo
inexplicable para quien no se resigne a la curiosa originalidad del catolicismo
argentino.
El embate oficial contra la
auténtica dignidad del ser humano no se limita al caso del aborto. Los medios
de comunicación han mostrado sonriente al Dr. Fernández, «emocionado», según
dijo, encabezando el acto de entrega del Documento Nacional Trans de identidad
número 9.000. Al respecto subrayó que la Ley de Identidad de Género, promulgada
hace ocho años por la actual vicepresidente, «recompuso la vida de más de mil
personas por año». Todo es igual, nada es mejor, como cantó Enrique Santos
Discépolo en su inefable tango «Cambalache»; llora la Biblia junto a un
calefón. Ya el presidente Macri se había jactado, hablando ante mujeres del
G20, de que en la Argentina «rige transversalmente la perspectiva de género».
El peronismo socialdemócrata y el denostado «neoliberalismo» del gobierno
precedente comparten la misma carencia de principios fundados en una concepción
integral de la persona humana, y de sus proyecciones familiares y sociales.
Asumen ambos la corrupción moral que afecta a un Occidente descristianizado, y
en consecuencia deshumanizado. Han perdido la noción metafísica de naturaleza,
de orden natural, de ley natural; esta es contradicha por leyes que degradan la
condición humana.
El valor pedagógico de la
ley se invierte, de tal modo, que los antivalores sancionados en ella penetran
paulatinamente en la cultura vivida y la deforman. Un ejemplo emblemático: la
ley de divorcio vincular, aprobada en los años ochenta, ha llevado finalmente a
que hoy en día la gente no se case. El ejemplo de los famosos de la farándula,
copiosamente difundido por todos los medios, coopera en el mismo sentido,
fascinando la imaginación de multitudes. A propósito recuerdo una frase de Eva
Perón, contenida en un mensaje suyo a un congreso de mujeres reunido en España:
«Nuestro siglo (por el XX) será recordado como el siglo del feminismo
victorioso. La victoria del feminismo consiste en la indisolubilidad del
matrimonio y la presencia de la mujer en el hogar». ¡Otros tiempos!.
La tendencia crónica de la
vida pública argentina a copiar lo peor que se halla en otras latitudes se
cumple en los casos apuntados. Se asumen los ídolos del Occidente actual. Una
libertad sin fronteras, sin referencia a la verdad del hombre; para ella no
existen valores morales objetivos universalmente válidos, los que confieren
contenido a la libertad. El culto de la democracia -con el valor de un mito
religioso-; los mecanismos políticos y los intereses que los mueven enmascaran
una caricatura de la misma, en desmedro del pueblo, masificado como un rebaño. La
proclamación de nuevos derechos humanos fundados en la voluntad individual y
subjetiva y no en la dignidad de la persona. La dictadura del relativismo
cuenta entre nosotros con una policía del pensamiento, el Instituto Nacional de
la Antidiscrimación (INADI), organismo ideologizado y manejado políticamente,
que considera discriminatorio lo que no lo es. Vale la pena recordar que el
verbo discriminar, en una primera acepción, significa separar, distinguir,
diferenciar una cosa de otra; la segunda acepción designa el dar trato de
inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos o
políticos. De este segundo sentido abusa el INADI en sus iniciativas
persecutorias. Me pregunto si podríamos leer públicamente ciertos pasajes de la
Biblia sin consecuencias desagradables. El sentido común de la mayoría de la
gente todavía no ha sido confundido por la propaganda, pero hay que reconocer
que las ideas apuntadas influyen enormemente sobre los jóvenes.
Otra iniciativa compartida
por diversas fuerzas políticas es la Educación Sexual Integral, impuesta
oficialmente en las escuelas. No es integral, ciertamente, la que se refleja en
los programas, sino parcializada en el sentido de un pansexualismo dañino, con
la exclusión de los padres de familia, a quienes compete en primer lugar, y
como derecho inalienable la formación de niños y adolescentes, en una dimensión
tan decisiva de la vida de sus hijos. Se pretende, con presiones constantes que
esa visión incompleta y errada de la sexualidad sea asumida también en los
colegios católicos. La antropología cristiana es la que debe iluminar un
proyecto formativo de máxima trascendencia cultural: una educación para el
amor, la castidad, el matrimonio, y la familia. En la Provincia de Buenos Aires
la imposición de las orientaciones oficiales es groseramente inconstitucional,
ya que la Constitución provincial, en el artículo 199, establece que los
escolares bonaerenses han de recibir una educación integral, de sentido
trascendente, según los principios de la moral cristiana, respetando la
libertad de conciencia. Obviamente, el texto se refiere a las escuelas
estatales, en las que el laicismo continúa bloqueando la dimensión religiosa.
La cláusula constitucional es ignorada o contradicha deliberadamente por todos
los gobiernos desde 1994: ni moral cristiana, ni respeto de la libertad
religiosa.
Aborto, ideología de género,
perversión sexual; proyecto pseudodemocrático para reinventar la sociedad
nacional. Alguien tiene que decirlo.