Periodista digital, 02.12.17
Este artículo, nace de mi presencia en el I Encuentro Nacional de Laicos Católicos,
organizado por la Iglesia Católica de Ecuador y celebrado, recientemente, en la
Universidad Politécnica Salesiana de Cuenca. Se realizaron diversas
conferencias, y las principales estuvieron a cargo del Dr. Guzmán Carriquiry,
Vicepresidente de la Comisión Pontificia para América Latina y amigo del Papa
Francisco. En mi intervención, explicando el sentido e importancia de la
Doctrina Social de la Iglesia (DSI) junto a la vocación específica del laico,
pude comprobar una vez más lo necesario e imprescindible de estas cuestiones. Y
que son, aún todavía, bastantes desconocidas u ocultadas y hasta tergiversadas.
Lo vital que es para el mundo, la fe e iglesia toda esta promoción de ese
tesoro que es la DSI y un laicado adulto, maduro y militante comprometido en la
lucha por la paz y la justicia con los pobres de la tierra. Siguiendo al
Concilio Vaticano II y al Magisterio de los Papas, sobre estas realidades
decisivas de la DSI y del laicado, vamos exponer algunas claves al respecto.
Como afirma el Papa Francisco, “los laicos son
simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la
minoría de los ministros ordenados. Ha crecido la conciencia de la identidad y
la misión del laico en la Iglesia. Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no
suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el
compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe. Pero la toma de conciencia de esta
responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación no se
manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se
formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar
espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de
un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones. Si bien
se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este
compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el
mundo social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas
intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la
transformación de la sociedad. La formación de laicos y la evangelización de
los grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral
importante” (EG 102).
De esta forma, la Iglesia está al servicio de la
misión en el anuncio, celebración y realización del Reino de Dios en el mundo e
historia. Ella es el pueblo de Dios, constituidos por la dignidad y vocación
universal a la santidad de todos los bautizados. Por el bautismo, los fieles
cristianos nos unimos a Cristo Crucificado-Resucitado y a su Pascua salvadora,
liberadora de todo pecado. Como hijos de Dios Padre en su Hijo Único
Jesucristo, por el bautismo nos insertamos en su pueblo y cuerpo que es la iglesia.
En el bautismo, todos los fieles cristianos somos consagrados sacerdotes,
profetas y reyes en las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad que
nos llevan a la vocación universal a la santidad. La iglesia es la comunidad
santa, sacerdotal, profética y regia con su diversidad de carismas y
ministerios, como los ordenados que están al servicio del Pueblo de Dios y de
los fieles laicos. El sacerdocio del obispo o presbítero está ordenado al
sacerdocio común del pueblo de Dios y de los fieles laicos, para que realicen
el compromiso bautismal en su vocación e identidad específica.
La caridad pastoral, propia del ministerio ordenado,
promueve lo más inherente del laico que es la caridad política en el impulso,
más directa e inmediatamente, del bien común universal y la civilización del
amor Por su índole secular, en la virtud teologal de la caridad política, los
laicos están llamados a su misión propia como es la gestión y transformación
del mundo con sus realidades humanas, sociales e históricas. Tales como la
familia, la cultura, la política, la economía, el trabajo, el comercio o las
finanzas para que, en esta caridad política, se vayan ajustando al Reino de
Dios y su justicia; para que sean más conformes al Plan de Dios. De ahí que la
misión e identidad del laico esté constituida por el propio bautismo. Y este
laicado, en comunión con la iglesia y sus pastores, tiene su propia autonomía y
responsabilidad en el desarrollo de sus acciones e iniciativas, inherentes a su
índole secular y transformadora de las realidades del mundo.
De esta forma, unido a la celebración de la liturgia y
los sacramentos, el laico ejerce su sacerdocio entregando su vida como ofrenda
a Dios para la consagración del mundo e historia a este proyecto del Reino de
Dios. Para que se refleje la salvación liberadora y gloria de Dios en el mundo.
Desde la Palabra de Dios en la iglesia, el laico es profeta anunciando el Reino
con sus valores e ideales en la cultura, sociedad y mundo. Y denunciando, en la
realidad social e histórica, todo aquello que vaya en contra de la vida,
dignidad y justicia liberadora que nos trae el Reino. Es rey en el servicio del
amor universal y de la caridad política con la transformación y renovación de
las relaciones humanas, las estructuras sociales, los sistemas políticos y
económicos, los mecanismos laborales, comerciales y financieros. Al servicio
del bien común universal de toda la humanidad, la solidaridad mundial y la
justicia social-global con los pobres de la tierra.
Como se observa, por su índole secular, el ámbito más
propio y específico del laico es la sociedad y el mundo, por lo cual la guía de
la acción laical es la DSI que nos transmiten los principios, criterios y
claves para el compromiso bautismal del laico. La vocación propia del laico con
la DSI lo lleva a la presencia, compromiso y militancia en todas estas
encrucijadas, fronteras y periferias de la historia. Como son la economía, el
trabajo, la empresa, la política o la cultura donde se juega la vida y el
destino del ser humano, su libertad, dignidad y justicia, sus sufrimientos y
esperanzas. Son todas estas fronteras y periferias, existenciales e históricas,
los lugares y signos de los tiempos: que van ya manifestando la salvación
liberadora que trae el Reino con su amor fraterno, vida, paz y justicia; o
visibilizando el pecado del mundo, personal, social e histórico, las
estructuras de pecado con sus ídolos del tener y del poder, del poseer y de la
riqueza-ser rico.
La salvación y liberación integral se va realizando ya
en todas realidades sociales e históricas del mundo, mediante el amor universal
y la justicia con los pobres de la tierra, que culmina en la trascendencia
consumada. En la vida plena y eterna, con los cielos nuevos y la tierra nueva. La DSI tiene como misión ir efectuando esta
caridad sociopolítica con el bien común y la justicia con los pobres que nos va
liberando de todo este pecado del mundo e ídolos que llevan a la esclavitud, al
mal y a la muerte. Con su antropología, la DSI manifiesta a la humanidad nueva
que, desde la Gracia liberadora de Dios, se compromete por llevar toda esta
vida espiritual y moral a la sociedad-mundo. Para orientarla con sus principios
éticos, virtudes humanas y cristianas, con los valores evangélicos y el método
de la DSI: el ver-juzgar-actuar transformador de la realidad.
Valores y principios como la solidaridad promoviendo
el destino universal de los bienes, que tiene la prioridad sobre la propiedad
que siempre posee un carácter social. Orientando así a la economía en la justa
distribución de los recursos, al servicio de las necesidades humanas. El
trabajo subjetivo, el sujeto de la persona trabajadora con su dignidad y
derechos como es un salario justo, que está antes que el capital, que el
beneficio y la ganancia. Estos medios de producción han de ser socializados
para que la empresa, como comunidad humana, sea gestionada y sustentada en su
propiedad por los trabajadores. En una economía social, cooperativa y de
comunión. La subsidiariedad y el bien común que han de vertebrar la política para
una democracia ética, real y autogestionada por la sociedad civil.
Garantizando, de esta forma, las condiciones sociales e históricas para el
desarrollo humano integral y los derechos humanos. La no violencia y la paz
justa, con todo este desarrollo integral y un desarme mundial, ha de erradicar
las guerras e industria militar con su carrera de armamentos.
Este desarrollo se realiza en la ecología integral con
la comunión y justicia con Dios (ecología espiritual), con los otros y con los
pobres (ecología social) y con esa casa común que es el planeta (ecología
ambiental). En un diálogo y encuentro inter-cultural e inter-religioso para una
convivencia pacífica. Y con la promoción de una bioética global, en la
protección de la vida en todas sus fases (desde inicio hasta el final) o
dimensiones, y del matrimonio con la familia. Con el amor fiel de un hombre con
una mujer que se abre a la vida e hijos, a la misión, solidaridad y compromiso
por la justicia con los pobres. Frente la familia burguesa e individualista
encerrada en sus intereses. Vemos, pues, la importancia trascendente y decisiva
del laicado y de la DSI para ser iglesia en el mundo, en salida hacia las
periferias. Iglesia pobre con los pobres, frente a la globalización de la
indiferencia y cultura del descarte. El ser persona, cristiano y santo en el
amor fraterno y comunión de vida, bienes y luchas por la justicia con los
pobres que nos va liberando de los ídolos del tener, riqueza-ser rico y del
poder, de las idolatrías del mercado, del capital y del estado.