Daniel V. González
Nada nuevo. Mucho escenario, muchas expectativas pero ningún anuncio importante, salvo la publicación de Informe Rattenbach, que ya se había comunicado hace algunos días.
Lo que sí hubo fue una extensa declaración de la presidenta respecto de su pensamiento sobre la Causa Malvinas y sobre la guerra iniciada el 2 de abril de 1982 (no el 2 de mayo, como dijo ella en un lapsus inconcebible y a la vez revelador).
Quedó claro, eso sí, el pensamiento del gobierno respecto de lo que hasta ahora gran parte de los argentinos ha considerado una gesta histórica, a tal punto de haberse reemplazado, durante el gobierno de Carlos Menem, el feriado burocrático del 10 de junio por el día del desembarco en las islas.
La presidenta se explayó ampliamente sobre su posición sobre el conflicto bélico: le restó legitimidad al gobierno militar para ejercer tal acto de soberanía y además, ignorando el clima vivido en esos meses, dijo que sólo “algunas personas” adhirieron al acto de recuperación para el cual, lo dijo en un discurso anterior, no “estábamos preparados militarmente”. En ese mismo discurso aludió también a la juventud de nuestros soldados, que consideró sumamente inapropiada para una guerra.
Antes de Cristina, solamente habíamos registrado una alusión menor pero muy sustanciosa de Nilda Garré quien afirmó que la guerra de Malvinas “fue otro crimen de la dictadura”. La sintonía es idéntica.
En primer lugar, la guerra fue apoyada por la inmensa mayoría de los argentinos, muchos de los cuales (como el que esto escribe) se pusieron a disposición de las Fuerzas Armadas para sumarse a la batalla, más allá del rechazo que su gobierno generaba crecientemente entre los argentinos. No fuimos, como dijo la presidenta, “algunas personas”. Fuimos millones los que estuvimos respaldando la decisión del gobierno de facto, de la dictadura militar, porque era el país el que estaba en guerra.
La presidenta argumentó que, por tratarse de una dictadura militar quien declaraba la guerra, ese hecho restaba legitimidad a su actitud y que la guerra se hizo para distraernos de los graves problemas internos de ese tiempo. Más allá de la intención de Galtieri y sus hombres, Malvinas ha sido y es una causa nacional que, al momento de desencadenarse el conflicto, jamás había convocado medidas enérgicas por parte de ningún gobierno argentino. La eclosión popular de apoyo fue una muestra de que la recuperación de las Islas Malvinas ocupaba y ocupa un lugar privilegiado en el corazón de los argentinos.
Respecto de la legitimidad de la dictadura para ejercer un acto de soberanía, cabría recordarle a la presidenta que, por iniciativa suya, hemos incorporado al calendario de fiestas patrias el 20 de noviembre, día de la soberanía, en homenaje a la batalla de la Vuelta de Obligado, en 1845, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, a quien se le podrían hacer similares objeciones respecto del respeto a la soberanía interior. Rosas se negó sistemáticamente al dictado de una constitución y a la organización nacional. Tampoco el Che Guevara, bajo cuyo retrato habló la presidenta, es un personaje de quien se pueda decir que era amante de los modos democráticos. Y ni hablar de los “jóvenes idealistas” de los setenta, cuyo espíritu sobrevuela a este gobierno, que combatieron con las armas en la mano a la presidencia del fundador del justicialismo, votado por casi dos terceras partes de los argentinos.
Si la causa de Malvinas tiene hoy para los argentinos el significado que tiene ha sido porque hemos guerreado contra Gran Bretaña, hemos llamado la atención del mundo sobre la justicia de nuestros derechos y hemos convocado el apoyo de casi toda América del Sur. Antes de la guerra, Malvinas era una reivindicación apta para leguleyos del derecho internacional, que figuraba en los manuales de cuarto grado como una injusticia y que nuestro país reclamaba rutinariamente en los foros internacionales.
Respecto del Informa Rattenbach, lo primero que hay que aclarar es que sus aspectos más importantes se conocieron en 1983 y que existe en la web una versión completa de este secretísimo texto. Rattenbach, calificado como “militar sanmartiniano” ayer por la presidenta, juzgó severamente a sus pares y propuso el fusilamiento de los comandantes de las tres armas, que hicieron la guerra. Sobre ese informe, nos permitimos recordar las palabras de Jorge Abelardo Ramos, político y pensador argentino ya fallecido, que escribió: “El pedido (de fusilamiento, DVG) pinta de cuerpo entero a Rattenbach y colegas. Y pensar que pasaron largos años de sus carreras cantando el Himno ante todos los mástiles de la República para pedir calma, finalmente, cuando llegó la hora de marchar y morir. Ahora dicen que se trata de una "aventura militar inoportuna". ¡Y la Nación ha gastado montañas de buenos sueldos para empollar generales herbívoros, que tiemblan ante Occidente y sólo piden muerte o prisión perpetua para sus camaradas!. Sin embargo, detrás de las penas que piden para Galtieri está el propósito de enterrar para siempre en la memoria colectiva el hecho prodigioso e imborrable de que luchamos en desigualdad de condiciones con los dos imperios más poderosos y pérfidos de la tierra”.
Las Fuerzas Armadas que lucharon en Malvinas, con sus oficiales, suboficiales, concriptos y veteranos, eran las Fuerzas Armadas de la Patria, con sus aciertos y sus errores militares. Y la Guerra de Malvinas fue una guerra nacional que en aquel momento no merecía sino el apoyo fervoroso de los argentinos, que fue lo que masivamente hicimos, sin ningún otro cálculo.
Respecto de la juventud de los argentinos que combatieron en Malvinas, alguien debería informar a la presidenta, por ejemplo, la edad del Tamborcito de Tacuarí o de Juan Lavalle, que fue teniente a los 15 años y a los 19 se puso a las órdenes de San Martín en el Ejército de los Andes, y de tantos otros patriotas que lucharon contra la potencia extranjera que ocupaba el suelo patrio. O, para usar un ejemplo más afín al gobierno, recordemos que Eduardo Firmenich tenía apenas 22 años cuando el secuestro y muerte de Aramburu y apenas 25 cuando desafió a Perón asesinando a Rucci en 1973.
La presidenta se jactó de no haberse sumado a la euforia general el 2 de abril de 1982 (ella dijo, repetimos, 2 de mayo). Pero sí, aclaró, estuvo en la Plaza de Mayo el 14 de junio, día de la rendición.
En su preferencia por esa fecha, la presidenta –lo decimos con respeto- nos deja claro que para ella la cuestión Malvinas permanece bajo un manto de neblina.
Alfil, 8-2-12
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Como una forma de convalidar la decisión presidencial de designar al hijo del general Rattenbach, a cargo de una comisión que estudiará el informe de su padre, Página12 aclara que "el coronel y compositor (sic) Augusto Rattenbach fue uno de los fundadores del Centro de Militares para la Democracia Argentina (Cemida, clave en el proceso de transición democrática)...". A confesión de parte, relevo de pruebas.
Página12, 8-2-12