Por John Lyons
The Wall Street Journal Americas
En la polvorienta localidad de Villa Tunari, en la región tropical de cultivo de coca de Bolivia, los agricultores solían bloquear las carreteras para cerrarle el paso a los policías antidrogas apoyados por Estados Unidos para prevenir que la hoja se convirtiera en cocaína. En la actualidad, la policía se ha marchado, la coca abunda y la gente cierra las calles para celebrar las fiestas del barrio, no hacer frente a las fuerzas del orden.
"Hoy, no tenemos estos conflictos, ni una sola muerte, ningún herido, ningún preso", dice Leonilda Zurita, una líder cocalera que ahora es senadora, un día después que una banda de música latina concluyera un festival en el pueblo donde abundó el alcohol.
El motivo de la celebración es un cambio fundamental en el negocio de la cocaína que dificulta la campaña de EE.UU. para combatirlo. Anteriormente concentrado en Colombia, un estrecho aliado de EE.UU. en la lucha contra la droga, el negocio de la cocaína esta migrando a países como Perú, Venezuela, Ecuador y Bolivia, donde los líderes populistas son ambivalentes o abiertamente hostiles a cooperar con EE.UU.
Desde 2000, el cultivo de la hoja de coca -la materia prima de la cocaína- se derrumbó 65% en Colombia, a 57.000 hectáreas en 2010, según cifras de la Organización de Naciones Unidas. En el mismo período, el cultivo se disparó en más de 40% en Perú, a 61.100 hectáreas, y a más del doble en Bolivia, a 31.160 hectáreas.
Un acontecimiento más importante es que Bolivia y Perú están produciendo cocaína lista para la venta, mientras que antes se dedicaban principalmente a suministrar los ingredientes sin refinar que eran procesados en Colombia. En 2010, Perú pudo haber superado a Colombia como el mayor productor del mundo, de acuerdo a la Agencia Antinarcóticos de EE.UU. (DEA). Entre 2009 y 2010, el potencial de Perú para producir cocaína creció 44%, a 325 toneladas, mientras que el de Colombia era de 270 toneladas.
Al mismo tiempo, Venezuela y Ecuador se están transformando en puntos de conexión cada vez más importantes del narcotráfico.
Las tendencias dejan de manifiesto la capacidad de los cárteles de la droga para buscar entornos menos hostiles en medio de los cambios políticos de América Latina. En los últimos años, el presidente venezolano Hugo Chávez, un ferviente crítico de EE.UU., redujo la presencia de la DEA en su país, mientras que el mandatario boliviano, Evo Morales, que fue productor de coca por mucho tiempo, expulsó a la agencia del país. Bolivia y Myanmar son los únicos países actualmente "descertificados", lo que significa que en opinión de EE.UU. no están combatiendo el tráfico de drogas.
Irónicamente, el giro es, en parte, resultado de una iniciativa exitosa contra el narcotráfico: el Plan Colombia. En poco más de una década, EE.UU. gastó casi US$8.000 millones para reforzar la campaña de Colombia para erradicar los cultivos de la coca, arrestar a los traficantes y combatir a ejércitos guerrilleros financiados por la droga, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. La producción de cocaína colombiana disminuyó, la tasa de asesinatos cayó y las FARC se baten en retirada.
Pero los traficantes se ajustaron a la nueva realidad. Los cárteles cruzaron la frontera ecuatoriana para hallar instalaciones de almacenamiento y promover nuevas rutas de tráfico desde la costa ecuatoriana del Pacífico. Venezuela, a su vez, es el punto de partida para la mitad de la cocaína dirigida hacia Europa por mar.
"Colombia aparece como un modelo exitoso que dejó atrás la vieja imagen de lo que algunos pronosticaron, que seríamos un estado fallido en manos del narcotráfico" dijo Óscar Naranjo, director general de la Policía Nacional de Colombia, en una conferencia de prensa en Bogotá el año pasado. Pero que "evidentemente se nota un efecto globo".
El "efecto globo" es la idea de que la actividad de narcotráfico suprimida en una región sencillamente brotará en otra, como el aire dentro de un globo. Por ejemplo, la campaña de México para confrontar a los narcotraficantes -que transportan la co-caína proveniente de Sudamérica a EE.UU.- está impulsando a los carteles a mudarse a estados más débiles en Centroamérica.
En Sudamérica, el efecto globo ha coincido con otro fenómeno: el ascenso de una generación de líderes populistas que perci-ben la lucha antidroga de EE.UU. como una versión del "imperialismo yanqui" que detestan.
Tanto Chávez como Morales obtienen su apoyo de los más desposeídos al presentarse como líderes profundamente anti-EE.UU. Describen la lucha contra el narcotráfico como una fachada que oculta una estrategia para controlar la política y los recursos naturales -sobretodo el petróleo- de la región.
Chávez y otros líderes dicen que están combatiendo el tráfico de drogas. Pero en Venezuela, frustrar la ofensiva antidroga de EE.UU. parece ser un motivo de orgullo. En 2008, EE.UU. acusó al general venezolano Henry Rangel Silva de colaborar con el narcotráfico. Este mes, Chávez nombró a Rangel ministro de Defensa.
En Bolivia, Morales, quien asumió el poder en 2006, se ha opuesto toda su vida a la guerra de EE.UU. contra las drogas. De origen aymara, encabezó a los cultivadores de coca de su país y forjó un movimiento político protestando contra la policía antidroga. Los manifestantes que lideró derrocaron a Gonzalo Sánchez de Lozada, que era pro-EE.UU., y allanaron el camino para su elección.
Durante su gestión, Morales nombró a cocaleros en puestos clave, incluido al zar antidrogas, y pidió a la Asamblea Legislativa que expandiera el área de cultivo de hojas de coca a 20.000 hectáreas, cinco veces la cantidad necesaria para abastecer a los indígenas para fines tradicionales.
Morales describe su política como "coca sí, cocaína no", pero este es un ideal difícil de seguir. Por ejemplo, su chamán per-sonal, Valentín Mejillones, fue arrestado después de que la policía hallara 350 kilos de cocaína en su casa. Él niega los cargos. Asimismo, el año pasado agentes de la DEA detuvieron en Panamá a René Sanabria, el ex zar antidrogas de Morales, cuando se preparaba para enviar 144 kilos de cocaína a Miami. Se declaró culpable y está sirviendo una condena de 15 años en prisión.
Los detractores más enconados de Morales sostienen que los arrestos sugieren que su gobierno condona el tráfico de drogas. Otros dicen que su ambivalencia respecto a la aplicación de las leyes antidrogas ha generado un nivel de corrupción que está fuera de control.
"Lo que sucede es que el tráfico de drogas, ante la falta de una política clara, instituciones débiles, partidos débiles, está en-contrando una entrada", señala Juan del Granado, ex alcalde de La Paz que solía apoyar a Morales pero se alejó por diferencias en la política antinarcóticos y otros asuntos. Chávez, Morales y otros líderes atribuyen el crimen y la violencia en América Latina a la demanda estadounidense de estupefacientes.
Cuando el presidente de Ecuador, Rafael Correa, era niño su padre, un pequeño traficante de drogas, estuvo preso en una cárcel de EE.UU. luego de ser arrestado por la policía al bajar de un avión con un paquete de cocaína.
"Yo viví todo eso, y esas personas no son delincuentes", dijo en un discurso radial en 2007. "No condeno a mi padre, creo que fue una víctima del sistema. Como tantas otras víctimas mi padre no fue un delincuente, fue un desempleado que deses-peradamente buscó alimentar a su familia".
Como presidente, Correa no renovó un convenio con EE.UU. para que usara la que era hasta entonces su única base aérea en Sudamérica, un puesto clave para monitorear el tráfico de drogas. También redujo la cooperación con Colombia después de que la Fuerza Aérea de este país bombardeara un campamento de las FARC al otro lado de la frontera con Ecuador en marzo de 2008.
Pese a las crecientes actividades vinculadas a la cocaína en otros países de América Latina, las autoridades estadounidenses califican el Plan Colombia como un éxito. Colombia ha prosperado económicamente y el grupo de élite de la Policía Nacional, con amplia experiencia en la lucha antinarcóticos, ahora capacita a otras fuerzas policiales alrededor del mundo.
EE.UU. también señala que el cultivo de coca en Colombia ha caído tanto que la cosecha en toda la región aún es 35% más baja que hace una década. No obstante, las plantaciones en Bolivia y Perú están produciendo más y nuevas técnicas para extraer los ingredientes activos de la hoja hacen más eficiente la producción de cocaína.
EE.UU. también se ha ajustado. En el caso de la base aérea ecuatoriana, simplemente alquiló nuevas bases en Colombia. Y en lo que representa un gran cambio en su retórica, diplomáticos estadounidenses ahora reconocen que la demanda de su país impulsa el narcotráfico.
-Martín Arostegui contribuyó a este artículo. .
La Nación, 16-1-12