en manos de la industria anticonceptiva
Riccardo Cascioli
Brújula cotidiana,
04-05-2021
La Quinta
Conferencia Internacional del Vaticano, que se celebrará del 6 al 8 de mayo bajo el tema “Explorar
la mente, el cuerpo y el alma - Unidos para prevenir y unidos para curar”, ya
ha provocado un considerable escándalo. En primer lugar, por la presencia de
algunos oradores, entre lo bizarro y lo vergonzoso: la primera categoría
incluye a Chelsea Clinton (hija de la ex pareja presidencial estadounidense),
la ex modelo Cindy Crawford y cantantes de rock como Joe Perry del grupo
Aerosmith; a la segunda pertenece el gurú de la Nueva Era Deepak Chopra, la conservacionista
Dame Jane Goodall, fanática defensora del control de la natalidad y la
reducción de la población (en Davos, hace un año, dijo que la población mundial
debería reducirse a los niveles de hace 500 años, es decir, entre 420 y 560
millones) y sobre todo los mayores partidarios de la vacunación masiva,
desde el inmunólogo Anthony Fauci hasta los máximos responsables de Pfizer y
Moderna, Albert Bourla y Stéphane Bancel, pasando por el director de Google
Health, David Feinberg.
¿Qué hace toda
esta gente en el Vaticano (aunque sea virtualmente, dados los límites
establecidos por el Covid), hablando de salud, invitados por el Consejo
Pontificio de la Cultura que dirige el cardenal Gianfranco Ravasi? Es una
cuestión aún más urgente si se tiene en cuenta que estas conferencias
internacionales nacieron en 2011 para promover la investigación con células
madre adultas, una respuesta a la tendencia del mundo industrial y científico
que se centraban en cambio en las células embrionarias. Sobre todo, es
inevitable juntar el entusiasmo del Vaticano por las vacunas (incluyendo la
promoción del adoctrinamiento vacunal en la iglesia, como revelamos ayer) y la
presencia de las dos empresas farmacéuticas que se reparten la mayor parte del
pastel de las ganancias de las vacunas. Como mínimo, una coincidencia inoportuna.
Peor aún es la
impresión que crea el cartel que anuncia las Jornadas: una pirueta digna de
Oliviero Toscani con la referencia al detalle de la Creación de Adán, de Miguel
Ángel, en la que las dos manos que se tocan (los brazos son uno de color y otro
blanco para ser políticamente correctos) están cubiertas por guantes de látex.
Sea cual sea la intención de quienes lo concibieron y de quienes lo aprobaron,
es objetivamente una manifestación de ateísmo práctico. Incluso Dios debe
protegerse del virus, con aquello que la ciencia haya decidido que es necesario.
Es la demostración más clara de lo que venimos diciendo desde hace tiempo: que
para muchos pastores de la Iglesia la salud ha sustituido a la salvación como
principal preocupación. Y la vacuna, por supuesto, es la verdadera salvación.
Esto bastaría e
incluso sobraría para horrorizarse ante esta deriva de la institución
eclesiástica.
Pero hay otro
aspecto, quizá más impactante aunque menos evidente. Y uno lo descubre tratando
de responder a una sencilla pregunta que surge espontáneamente al observar la
grandeza de la Conferencia: ¿quién paga? El organizador vaticano de la
Conferencia, monseñor Tomasz Trafny, ha dejado claro que todo es a coste cero
para la Santa Sede: pagan una serie de organizaciones, fundaciones e industrias
vinculadas al tema de la promoción de la salud y la investigación médica.
Moderna también está en la lista de patrocinadores, lo que se explica por sí
mismo. Pero el verdadero patrocinador clave, aquel sin el cual la conferencia
no habría sido posible a este nivel, es la Fundación John Templeton, una de las
25 mayores fundaciones de Estados Unidos.
¿Y qué hace la
Fundación John Templeton? ¿Por qué está tan interesada en la Iglesia? Porque
está muy involucrada en programas de planificación familiar (léase control de
la natalidad) en países en desarrollo, especialmente a través de la
participación de las llamadas “Faith-based Organizations”, es decir,
organizaciones benéficas de base religiosa. Aunque para salvar las formas y para no herir
demasiado las sensibilidades –dada la implicación de organizaciones islámicas,
católicas, protestantes y judías- se matiza el lenguaje con el que se presentan
los distintos proyectos, la realidad es que la Fundación John Templeton es uno
de los principales actores en la difusión de anticonceptivos en el mundo. La
lista de beneficiarios de los distintos proyectos de la Fundación incluye
también a varias organizaciones nacionales africanas de Cáritas: aunque en la
presentación de los proyectos no queda claro a qué nivel participan las
organizaciones católicas, sí está claro que el concepto de planificación
voluntaria promovido por la Fundación John Templeton y otras similares
vinculadas a las Naciones Unidas difiere considerablemente del concepto de
paternidad y maternidad responsables que enseña la Iglesia.
John Templeton
también es miembro de la Coalición de Suministros de Salud Reproductiva, una
coalición de fundaciones, organizaciones, industrias farmacéuticas y gobiernos
que trabaja en colaboración con el Fondo de Población de las Naciones Unidas
(UNFPA) para difundir todos los anticonceptivos modernos. Es una coalición que
mueve unos 3.000 millones de dólares al año en anticonceptivos. Por supuesto,
no es ninguna sorpresa encontrar en el elenco de miembros a la Fundación Bill y
Melinda Gates –seguramente la más generosa del mundo en la financiación de la
cultura y la práctica de la anticoncepción- y a la Federación Internacional de
Planificación Familiar (IPPF), la mayor multinacional del aborto y la
anticoncepción, en la lista de socios de esta coalición.
El hecho de que la
especialidad de la Fundación John Templeton sea precisamente el alistamiento de
las religiones en la labor de difusión de la anticoncepción también deja claro
por qué financia generosamente la Conferencia Sanitaria del Vaticano. Y, como
admite cándidamente monseñor Trafny, los que pagan también eligen a los
oradores.
Y si el tema pasa
a ser la anticoncepción, no puede escapar al hecho de que la industria
farmacéutica Pfizer no sólo es la fabricante de la vacuna anti-Covid más
popular (de uso obligatorio en el Vaticano), sino que también es la “reina” de
los anticonceptivos inyectables de larga duración, es decir, inyecciones que
impiden la ovulación durante 13 semanas, pero con efectos secundarios que han demostrado ser
desastrosos para las mujeres del Tercer Mundo, con altas tasas de mortalidad:
se trata de la infame (en los países pobres) Depo Provera, protagonista desde
los años 70 de salvajes programas de control de la natalidad en África, Asia y
América Latina (véase también Riccardo Cascioli, Il complotto demografico,
Piemme 1996), a la que se sumó en 2015 Sayana Press. La sustancia, el
procedimiento, la eficacia y los efectos secundarios son en todos los aspectos
similares a los de Depo Provera, con la única diferencia de que esta última se
inocula mediante una inyección intramuscular, mientras que Sayana Press con una
inyección subcutánea que, por tanto, puede autoinyectarse fácilmente.
Por lo tanto, hay
relaciones muy peligrosas establecidas por la Santa Sede, que hacen más fácil
entender la razón de que algunos prelados se abran a la anticoncepción en los
países en desarrollo. Una contradicción flagrante con el Magisterio de la
Iglesia, y un grave peligro para la libertad de la Iglesia, un problema del que
los anteriores pontífices eran muy conscientes. Tanto es así que en
noviembre de 2012 el Papa Benedicto XVI firmó un Motu Proprio en el que
aclaraba lo que incluso el sentido común debería sugerir, a saber, que las organizaciones
caritativas católicas no pueden ser financiadas para sus actividades por
“organismos o instituciones que persigan fines contrarios a la doctrina de la
Iglesia”.
El documento, un
texto legislativo, se llamaba Intima Ecclesiae Natura y partía de la
preocupación de que todas las obras de caridad nacidas en el seno de la Iglesia
-Cáritas a la cabeza- estuvieran al servicio de la evangelización y, por tanto,
no crearan confusión entre los fieles sobre lo que la Iglesia enseña, incluso
apropiándose indebidamente de los donativos de los propios fieles (lo que
evidentemente ocurrió). El inspirador de aquel documento fue el Consejo
Pontificio Cor Unum (hoy diluido en el Dicasterio para el Desarrollo Humano
Integral) dirigido en su momento por el cardenal Robert Sarah, y se dirigía
sobre todo a los obispos diocesanos, responsables del control de las
organizaciones caritativas en su propio territorio.
Sin embargo,
apenas ocho años después, resulta que es incluso la Santa Sede la que viola lo
que ella misma estableció, atándose de pies y manos a la industria de la
anticoncepción.
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Texto completo del Motu proprio:
http://www.documentos-magisterio.blogspot.com/2021/05/intima-ecclesiae-natura.html