Un llamamiento heroico a los cristianos
Luisella Scrosati
La Brújula cotidiana, 18-05-2021
Centenaria el
próximo 2 de noviembre, la doctora Wanda Półtawska, amiga y confidente de Juan
Pablo II, curada milagrosamente por el Padre Pío a petición del entonces joven
sacerdote de Cracovia, internada en el campo de concentración de Ravensbrück,
donde fue conejillo de indias para experimentos médicos de mutilación
quirúrgica de miembros, es la primera firmante de una petición realizada por
cien mujeres y activistas provida; mujeres que instan a los cristianos de todo
el mundo y a los hombres de buena conciencia a resistirse a las vacunas
contaminadas por el aborto.
The Voice of Women
in Defense of Unborn Babies and in Opposition to Abortion-tainted Vaccines (“La
voz de las mujeres en defensa de los bebés no nacidos y en oposición a las
vacunas contaminadas por el aborto”) es el título del extraordinario
llamamiento a despertar las conciencias adormecidas en estos largos meses de
pandemia y de propaganda unilateral de las vacunas. Wanda Półtawska, que fue profesora en el
Pontificio Instituto Juan Pablo II, en la Universidad Lateranense y luego
miembro del Pontificio Instituto para la Familia y de la Pontificia Academia
para la Vida, no está dispuesta a aceptar en silencio esta nueva forma de
colaboración con la cultura de la muerte: “No seremos cómplices de la actual
masacre de los Santos Inocentes y por eso nos negamos a aceptar cualquier
vacuna que haga uso de células derivadas de fetos humanos abortados”. Junto a
ella, otro nombre muy conocido, el de Abby Johnson, ex directora clínica de una
clínica de Planned Parenthood, que dimitió en 2009 y ahora es una destacada
activista provida.
Entre 40 y 50
millones de abortos al año, 2.500 millones desde que se legalizó el aborto y se
convirtió en una práctica sanitaria habitual: “¿Cómo no vamos a tener presente
este hecho mientras reflexionamos minuciosamente sobre la moralidad de las
vacunas fabricadas con células derivadas de fetos humanos abortados? [...] La
forma de matarlos supera toda imaginación”: desmembrados en el vientre de sus
madres, sus cráneos aplastados o envenenados con una solución salina. Y luego
sus partes del cuerpo se dejan reposar en una habitación de hospital “sin nadie
que se queje o llore” por ellos. Esta es la versión del siglo XX de aquellos
niños donados vivos por los israelitas para ser quemados en la Gehena en honor
a la divinidad Moloch.
Pero para los
niños “seleccionados” para ser proveedores de textiles, el destino es –parece
imposible pensarlo- aún más trágico. Citando las aportaciones fundamentales de
Debra Vinnedge, fundadora de Children of God for Life, que
alertó por primera vez a la Academia Pontificia para la Vida en 2005 sobre el
problema de las líneas celulares de fetos abortados en las vacunas, la petición
recuerda que los abortistas han admitido que el procedimiento de estos abortos
se modifica para conservar intactas y utilizables partes del cuerpo del niño
que interesan a los investigadores. Los sacrificios del Valle de Hinnom
adquieren el aspecto de los practicados por los aztecas, que extraían el
corazón palpitante del pecho de las víctimas para ofrecerlo a la “divinidad”:
el niño, extraído vivo del vientre de la madre, “sufre un dolor insoportable
cuando el abortista le extrae rápidamente, sin anestesia, el riñón, para que
este órgano sea enviado fresco, de un día para otro, al investigador cómplice”.
A quienes objetan
que el macabro suceso pertenece a un pasado remoto y que el uso de vacunas
fabricadas con esta técnica es sólo una cooperación remota, los firmantes del
llamamiento oponen que “la maldad del uso de líneas celulares de fetos
abortados no sólo incluye el asesinato original, sino también la continua
comercialización del cuerpo del niño, así como la negativa a enterrar sus
restos profanados”. Tampoco hay que pensar que este modo de investigación se ha
limitado al pasado y se ha abandonado finalmente. Basta con pensar en la línea
celular más reciente (Walvax-2), que sólo tiene 6 años, derivada del pulmón de
un bebé de tres meses. Esta línea celular también está destinada a
la producción de vacunas.
La explotación de
los bebés asesinados en el vientre de sus madres no se detiene en absoluto en
“sólo” las vacunas. Gracias a la atenta vigilancia de Stacy Trasancos, química
investigadora de DuPont y jefa de investigación de Children of God for Life,
sabemos que el uso de los cuerpos de bebés abortados en la producción de
vacunas es sólo un comienzo. Otras líneas de investigación están
ahora en marcha, sin que nadie se oponga lo más mínimo: “ratones
humanizados” con piel humana (pero también timo –un órgano del sistema
inmunitario-, bazo e hígado) extraída de bebés entre la semana 18 y 20 de
gestación, para estudiar el comportamiento del sistema inmunitario cuando la
piel se encuentra infectada por patógenos (estudio publicado el 2 de septiembre
de 2020). O otro estudio (22 de julio de 2020) sobre los efectos nocivos de los
polibromodifenil éteres (PBDE), para el que se reclutaron 249 mujeres para un
aborto en el segundo o tercer trimestre, que consintieron la “donación” de su
sangre, placenta e hígado del bebé abortado. O incluso la investigación (17 de
julio de 2020) sobre el desarrollo de la inmunidad en los recién nacidos, que
requirió 15 fetos abortados en el segundo trimestre.
Cuando, en los
años 70, Merck puso en el mercado la vacuna contra la rubeola -para cuya
realización fueron necesarios cien abortos-, la estrategia propuesta por los
pastores de la Iglesia para expresar su disconformidad, al tiempo que hacían
uso de estas vacunas, no tuvo éxito: esa vacuna se sigue utilizando hoy en día.
“La condescendencia general de las vacunas contaminadas por el aborto,
especialmente por parte de los cristianos, no ha hecho más que contribuir a la
cultura de la muerte” que ahora considera normal utilizar fetos abortados para
la investigación. “Es hora de que el clero y los laicos se enfrenten con
valentía a este horror y defiendan el derecho a la vida de los más vulnerables
con la ‘máxima determinación’. Este vástago maligno del aborto debe terminar”.
La línea adoptada
por los obispos y el Vaticano, que ha llegado a recomendar la vacunación como
un acto de caridad hacia el prójimo, está “basada en una evaluación incompleta
de la ciencia de la vacunación y de la inmunología”; por ello, las personas que
han firmado la petición imploran a la jerarquía eclesiástica que reevalúe su
posición, incluso a la luz de las graves incertidumbres sobre la eficacia y
seguridad reales de estas vacunas y su carácter experimental.
Entre los
firmantes de este grito heroico en defensa de la vida está también la hermana
Deirdre Byrne, que en 2020 intervino en la Convención Nacional Republicana,
fuertemente apoyada por el ex presidente Trump. También ella, la monja con tres
uniformes –además del de monja, es también cirujana y ex coronel del ejército
estadounidense- invita a la movilización y a la batalla, sin compromisos
peligrosos, sabiendo que “Moloch nunca se sacia”.