POR JUAN CARLOS
CARRASCO
CIVILITAS EUROPA,
29 de septiembre de 2020
En el presente
debate sobre la eutanasia estamos oyendo mucho a los políticos y poco a los
médicos. Y sin embargo el proyecto de ley es para los médicos. Se está
legislando para la comunidad médica. En el artículo 1 se comienza diciendo
“Está exento de responsabilidad el médico que actuando de conformidad….le da
muerte o la ayuda a darse muerte”. El cambio que introduce es trascendental.
Basta pensar que si una persona con enfermedad terminal me pide que acabe con
su vida, y lo hago, soy un homicida; pero si lo hace un médico, la ley le
asegura que no lo es. En adelante habrá dos personas distintas ante la ley: los
médicos y todos los demás. Y no serán distintas por razones de raza, de
religión o de orientación sexual, sino por su status moral. El proyecto
pretende cambiar, en el caso del médico, su condición moral. El suicidio
asistido no es sino un homicidio a pedido. El que lo solicita, si reúne las
condiciones que el proyecto determina, tiene derecho a solicitar al médico que
cambie sus convicciones morales para atender su requerimiento. No le pide que
cambie sus opiniones o sus gustos o sus aficiones. Le pide que cambie sus
valores morales, que deje a un lado su identidad personal, por el simple hecho
de padecer una enfermedad terminal y querer poner fin a su vida.
Este proyecto pasa
por encima de algo básico en la ciencia ética y es la transformación moral que
sufre quien realiza una acción. Cuando se comete un crimen, la víctima pierde
la vida, y eso es un mal, pero no es el único. Aristóteles, afirmaba que en el
homicidio existe un mal mayor, que es que una persona, libremente, se ha
transformado en un homicida. Las acciones moldean a los que las protagonizan.
En una acción corrupta se corrompe el que la realiza, corrupción que crece con
la repetición de acciones en el mismo sentido.
Se puede objetar
que el médico no tiene la obligación de aceptar. Es verdad. Cada cual puede
guiarse por su conciencia: quien no quiera hacer una eutanasia o un suicidio
asistido, no se verá en la obligación de hacerlo; y quien lo hace con la
aprobación de la ley, quizá lo haría en cualquier caso. Y si un médico rechaza
la propuesta, habrá que dar con otro médico que lo haga. De ese modo todos
actuarían según su conciencia. Además, es un acto en un entorno muy reducido:
el paciente, dos médicos y dos testigos. No se causa un mal a otros.
Sin embargo se ha
quebrado un valor que unía a toda la sociedad – la democracia necesita valores
compartidos- que es el valor de la vida, y se ha instalado un derecho a la
muerte. Y eso se ha producido al interior de una comunidad que era la garantía
de ese derecho. Hasta ahora hemos recurrido a los médicos para que preserven
nuestra salud y confiamos en que tienen el empeño de hacerlo, que lo harán
mejor que lo que podríamos hacer nosotros, que van a defender nuestra vida
porque los interesados no podemos hacerlo. En adelante, con esta ley, el médico
podrá proteger la vida o podrá quitarla deliberadamente, si lo solicitamos.
Quizás sea difícil
dar una definición teórica de lo que es un hombre, pero la experiencia nos lo
hace descubrir, sobre todo, cuando nos encontramos frente a uno que sufre, que
es víctima del poder, que se encuentra indefenso e, incluso, condenado a
muerte. Y se puede comprender que es posible caer en la desesperación ante una
muerte que llega inexorable. Por tanto, no es un momento de libertad, como se
pretende hacer creer cuando alguien pide la muerte. Más bien se ha perdido la
capacidad de ser libres. Somos esclavos, más que nunca. No se busca la muerte
para dar vida a otro, ni tampoco por un ideal, ni por la patria, ni por la fe.
Se hace porque ya no quedan esperanzas. Es la resignación frente a lo
inevitable. Justamente en ese momento es que necesitamos que quien está a
nuestro lado nos devuelva la esperanza para aliviar el dolor, para que
recuperemos nuestra dignidad de personas. Y ese es el rol del médico. Es la
persona que lidia permanentemente con la muerte, que ve morir a muchos, y nos
asegura que está allí para que no suframos, porque tiene los recursos para eso;
más aún: el sentido de su profesión es sanar, y si no puede, aliviar.
¿Qué sucederá si
en adelante los médicos quedan divididos en dos grupos, los que rechazan la
eutanasia y los que la practican? Seguiremos pensando que los médicos son los
que combaten la muerte, los que ponen todo de sí para librarnos de ella si lo
pueden hacer. Los otros, diremos que no son médicos. De hecho, es como define
el Código de ética médica lo que es un médico. La exposición de motivos del
proyecto termina diciendo: “Esperamos, sí, que de convertirse en ley el
proyecto que presentamos, el gremio médico se plantee la revisión del citado
artículo 46 (artículo del Código que prohíbe la eutanasia)”. El Estado, en
defensa de la libertad, es el que impone a los médicos la ética con que deben
actuar.
Esta es la óptica
con que se debe estudiar el así llamado “cocktail” que supuestamente ya se
administra a los pacientes terminales. Se dice que la eutanasia se está
aplicando hoy y que la ley es un sinceramiento de esa realidad de hecho, para
que la sociedad ponga fin a su hipocresía. Lamentablemente es como funciona con
algunos médicos. Pero la mayoría actúa buscando aliviar, aunque el remedio
quite la conciencia o acelere la muerte. Este sí es un sinceramiento necesario
para la sociedad: que se sepa quiénes hoy ya están aplicando la eutanasia, y
programan la muerte del paciente como quien programa una intervención
quirúrgica, con fecha y hora.
Finalmente hay
quienes dicen que no se puede aplicar a una sociedad los dogmas de una religión
particular. Eso es evidente. Pero hay que tener en cuenta que esta ley es para
quienes la muerte es el final. Los creyentes no la necesitan porque saben que
el dolor y la muerte no tienen la última palabra, que no hay motivos para la
desesperación.